Nací el 26 de Mayo de 1993, mi nombre es Lara Rodrigues, solo eso, no tengo segundo nombre y como mi padre no me reconoció solo tengo el apellido de mi madre, ella se llama Ana Rodrigues, nació en Venezuela y emigró a Estados Unidos cuando estaba embarazada de mi, así que es fácil descifrar que no fue fácil para ella estar en un País extranjero, donde no hablan tu idioma al mismo tiempo que eres una madre primeriza y además de ser madre soltera, hizo de todo para cuidarme, mesera, ama de llave, niñera, dio baños tanto a perros, gatos e incluso a adultos muy pero muy mayores.
Lo triste es que a pesar de que hizo todo lo que pudo para cuidarme, yo crecí con muchas carencias, comenzando con la ausencia de un padre, por más que nací en los Estados Unidos, en la escuela los niños me rechazaban afirmando que no era americana, se burlaban por mi color, mi abundante cabello rizado, pero lo que más me lastimaba era cuando mi mamá limpiaba la casa de alguno de esos niños, ellos hablaban muy mal de ella, repitiendo todo lo que sus padres decían, hasta el punto de acusarla de robar sus pertenencias, nadie quería estar cerca de mí porque decían que si mamá robaba yo también robaba, afirmando que robabamos por ser pobres, “Todos los pobres roban” esa es la frase que más me repetían.
Mi infancia fue muy difícil, al principio le echaba la culpa a mi madre por venir a este país, después le echaba la culpa a mi padre por abandonar a mi madre y no criarme; pero llegó un punto en mi adolescencia que me di cuenta que no servía de nada buscar culpables, mi vida seguiría igual, así que tenía que cambiar mi manera de pensar para cambiar mi vida, es por eso que decidí estudiar arduamente para así entrar en una buena universidad y obtener un buen empleo que me de las herramientas para darle a mi madre la vida que no pudo tener y así poder encontrar a mi padre para demostrarle que no lo necesite, que sin su ayuda mi madre pudo darme todo lo que necesitaba. Pero, hasta en eso estaba equivocada, la vida no funciona tan fácil, para llegar a tener eso se necesitan conexiones, un buen ojo para las oportunidades y estar dispuesto a sacrificar muchas cosas; todo eso lo aprendí de Kim Eun Ra.
Conocí a Kim Eun Ra cuando tenía 14 años, siempre coincidimos en la parada de autobús todas las mañanas, me llamaba mucho la atención su apariencia, ya que no habían muchos asiáticos en la zona donde yo vivía. Ella comenzó a buscar las conversaciones, y con el tiempo se volvió una rutina vernos en las mañanas y hablar, en esas conversaciones me dijo que era Sur Coreana, en aquel entonces tenía 35 años, no tenía muchos tiempo de haber llegado al país, lo sabía por su acento; a pesar de las diferencias me sentía muy cómoda con ella, hasta el punto de considerarla mi amiga. Con los meses ya salíamos a comer juntas cada vez que ella me invitaba, un día que estábamos comiendo ella se encontró con otros coreanos y hablaron en su idioma, ese día me enamore de esa lengua, y en ese punto de nuestra amistad, ella ya me había hablado muchas cosas de su país que llamaba mi atención, es por eso que le pedí que me enseñara hablar coreano, ya que tenía el deseo de ir algún día a corea. Siempre sentí pena por nunca invitarla a comer, es por eso que la invité a comer en casa y así mi madre conocía a la mujer que tanto le hablaba.
El día que Eun Ra llegó a mi casa fue un poco extraño, ya que sentí un poco de tensión en el momento en que se vieron a la cara, pero a la media hora esa tensión desapareció, es probable que hayan sido cosas mias porque ambas se llevaron muy bien, ambas conversaron toda la tarde como si ya se hubieran conocido, y eso me alegro mucho ya que cada vez mas me hacia mas cercana a Eun Ra, ella ya no era solo mi amiga, también se volvió la amiga de mi mamá.
Eun Ra, iba y venía de Corea del Sur, cada vez que ella no estaba me sentía muy sola, en esos momentos era evidente que mi humor cambiaba, tenia mas conflictos con los niños de las escuelas, porque sus palabras hirientes me las tomaba a pecho, pero cuando ella estaba en el país, sus palabras me calmaron y hacían que ni tomará en cuenta a las impertinencias de los demás, había una frase que siempre me dijo y que hasta la fecha la repito para darme ánimo a mi misma:
“NUNCA DEJES QUE LAS OPINIONES DE OTROS DETERMINEN QUIÉN ERES, NO TE OFENDAS POR LO QUE LOS OTROS DICEN DE TI, SI TE OFENDES POR LO QUE DICEN ESTAS RECONOCIENDO QUE LO QUE DICEN ES VERDAD”.
Sus palabras me animaron mucho, y era con ella con quien me sentia en confianza de hablarle de mis sentimientos ya que ella vivió lo mismo que yo, así como me discriminaban, ella también era discriminada por ser asiática, es por eso que escuchaba sus consejos, porque sabía que ella sentía mi dolor.
Cuando tenía dieciséis años, algo estaba ocurriendo con mi cuerpo que comenzó a alarmar a mi madre, en menos de dos meses adelgaze doce kilos sin explicación alguna, tenía un dolor de vientre constante, además de tener vómitos y a pesar de que mi piel es de color oscura de forma increíble estaba tomando un tono amarillento, los medicos afirmaban que era falta de vitaminas, otros afirmaban que era un problema hormonal, pero nada de lo que me indicaban me ayudo a mejorar, al contrario, mi estado empeoro, ya no tenia fuerza ni para comer. En esos meses que se presentaron los síntomas, Eun Ra se encontraba en Corea, pero la desesperación de mi madre fue tanta que la llamó para que pudiera ayudarnos.
Desconozco de lo que hablaron exactamente ellas dos, pero al día siguiente de la llamada que tuvo mi madre con Eun Ra, viajamos de Miami a Texas al Hospital M.D. Anderson Cancer Center en Houston, considerado el mejor centro de salud para combatir el cáncer a nivel mundial, mi madre me dijo que no me asustara, estábamos ahí porque tenían que hacerme unos examenes y ya, no tenía nada que preocuparme, era obvio lo que estaba sucediendo, esas palabras que me decía para calmarme no eran para mi, eran para ella misma, en ese momento mi madre estaba muriendo en vida, yo estaba bien y ella lo sabía y eso la estaba consumiendo.
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Editado: 11.08.2021