Las Águilas de César

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La noche era estrellada con un hermoso cielo negro que daba al aire tranquilidad y paz, los cuerpos estelares creaban  aureolas y mantos celestes que atravesaban  todo el cielo que, ausente de nubes, daba la seguridad de que por varios días no habría lluvias.

Debajo de ese cielo, surcaba por ahí un finísimo riachuelo de no más de ocho pasos de ancho que para aquel que lo atravesara a lo sumo le llegaría a las rodillas, más allá del río, se veían claramente dos imponentes y altas figuras de dos árboles frondosos, seguramente pinos, que ambos a sus respectivos costados del camino por el que atravesaba el riachuelo se encontraban a igual distancia y altura, como si aquel que los hubiera plantado haya calculado exactísimamente el tiempo que le llevaría para que los árboles crecieran juntos a la par, más que un par de árboles parecían dos hermanos de toda la vida. A una distancia no tan grande de los árboles, se observaban unas sombras negras que de no ser por las antorchas que se encontraban a sus lados hubieran parecido parte de la propia noche. Eran soldados, más precisamente soldados romanos, y aún más precisamente soldados romanos haciendo su turno de guardia frente la puerta de lo que al parecer era un campamento.

 Desde el viajero más perdido hasta el comerciante más mentiroso, todos hubieran apreciado la belleza de esa noche silenciosa de ese 58 a.c. en esa región de la Galia, más exactamente en la provincia romana de la Galia Comata

 La naturaleza tan quieta, inmóvil y aún así tan cambiante y sabia coloca todo en su lugar. Pero en la inmensidad de la noche y en la belleza de la naturaleza que lo rodeaba, la paz y la quietud se ven  interrumpidos, la sombra de un jinete que se encuentra antes del río, aparece tranquilamente para formar parte de ese ambiente, una figura sombría, solitaria, indiferente a todo aquello con lo que los dioses han adornado el mundo, avanza lento, pero con paso decidido, más que una montura parece una enorme mancha más negra que la noche, como si el caballo y el jinete fueran uno, uno con la noche. Pero la figura avanza, y cada vez más, atravesando el pequeño río se oyen las salpicaduras del agua, Glup, Glup, y las ondas que esta va dejando a su alrededor, Glup, Glup, y el líquido que salpica con pequeñas gotas a sus alrededores se impacienta y rompe el espejo de agua ante la marcha del jinete, que, una vez fuera de esta, va dejando las huellas del caballo en la tierra mojada. Pasa al lado del par de árboles, los enormes ojos negros del caballo y las pupilas de su domador se centran en el pino de la izquierda hasta que luego dejan atrás las frondosas hojas de este y vuelven a clavar la mirada en el camino de delante.

 La figura estaba llegando al campamento, podía ver claramente a los defensores apostados en las murallas y al par de guardias que se encontraban a ambos lados de la Vía principia, la entrada principal de todo campamento romano. Él sabía que a la distancia a la que se encontraba y gracias a la oscuridad de la noche los guardias no repararían en su existencia hasta que se encontrara como máximo a veinticinco pasos.

 Una vez que faltaban tan solo once pasos para llegar a la puerta, el guardia que se encontraba a la derecha de la misma lo paró y exclamó:

-¡¡Alto y Seña!!

 La figura encapuchada montada al lomo de su caballo vaciló un poco, y paso un buen tiempo, el suficiente para que el guardia casi repitiera la frase cuando al final respondió:

-No soy de esta guarnición soldado, vengo para formar parte de este ejército.

 Ambos guardias se miraron .Eso era raro, demasiado pensaron, no había campesinos y mucho menos galos apestosos que tuvieran deseos de formar parte del ejército extranjero que mantenía sojuzgadas sus tierras bajo el yugo romano. Solo un incoherente con falta de sentido común sería lo bastante estúpido como para formar de las legiones que Cesar había desparramado por toda la Galia. ¿Qué clase de tonto se alistaría en el ejército que mantiene dominadas sus propias tierras? ¿Aún más cuando empiezan a surgir rumores de rebelión por toda la Galia? Al final, el mismo guardia le respondió:

 -Me temo que tendréis que dar media vuelta y volver por dónde has venido. Aún no se han abierto las jornadas de reclutamiento.

 La figura encapuchada se quedó pensando un poco, se acercó lentamente y pudo ver la complexión del guardia que le hablaba, un hombre de estatura mediana con la piel blanca, el cabello negro corto y con pecas por toda la cara, no era muy mayor ni tampoco tan joven pero daba la sensación de tener muchos años menos, aparentemente el tipo pensaba que era un civil deseoso de alistarse y por eso lo había despachado, en efecto, tenía razón, ya que faltaban todavía mínimo dos meses para que se oficializaran los reclutamientos de levas que, además, no se hacían en los campamentos o guarniciones, sino más bien en la capital romana, a varias millas de allí. Hasta ese momento el guardia le dijo la verdad, sin embargo el extraño quería probar no solo  la sinceridad, sino más bien el estado de la guarnición junto con la de sus hombres. Así que entonces decidió seguirle la corriente.



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En el texto hay: imperio romano, julio cesar, legiones romanas

Editado: 29.04.2020

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