Cuando Máximus se despertó y vio el campamento de la Décima se quedó maravillado y esta vez, atónito. Había pasado un día desde que había ocurrido el altercado con el guardia y Claudius, precisamente la noche anterior, cuando los dos guardias lo dejaron pasar era demasiado tarde y en el campamento la gran mayoría de los legionarios estaban durmiendo por lo que le costó mucho encontrar al Tribuno Mayor, un tal Gaio Terencio Varrón que para su asombro y decepción no se encontraba en el campamento sino en la capital romana provisoria de César, la ciudad de Puerto Icio, organizando (para asombro y molestia de Máximus) nada más ni nada menos que las levas de reclutamiento, el dichoso tema con el que casi se agarra a los golpes con el guardia.
De no ser por un amable centurión que rondaba por las tiendas, aparentemente cuidando que los legionarios no crearan problemas, (aunque Máximus por su experiencia sabía que el paseaba simplemente para castigar al primero que viera) Máximus habría estado toda la noche buscando al maldito tribuno que graciosamente se encontraba a cientos de millas romanas lejos de ahí, además Él no solo le dio la información sino también, le dio cobijo en su propia tienda, razón por la cual Máximus estaba bien despierto pues de lo contrario, habría tenido que dormir con los caballos en los establos.
Máximus nunca olvidaría el hospedaje que le brindó el centurión, que para impresión de él era nada más ni nada menos que el Primus pilus de la legión, el centurión de la primera centuria de la primera cohorte de la X Legión, el cargo más importante al que un legionario de clase media-baja podía aspirar. La figura sobre el que recaía el importante cargo respondía al nombre de Cornelio Emilio Tulo, un nombre igual de severo como lo es el hombre en sí.
El recién llegado centurión aún recordaba la conversación.
Como la noche eran tan oscura, Máximus casi se llevó por delante la tienda de unos auxiliares que, luego del tropezón, profirieron unos insultos casi in entendibles desde el interior de la carpa. Posterior a eso, se paró en seco en medio del campamento, pues no tenía idea de dónde estaba parado, y tampoco pudo ver la figura alta que se acercaba intimidantemente por detrás.
-¿Puedo ayudarte en algo muchacho?- interpeló el centurión mayor con total soltura y neutralidad, pero ocultando perfectamente su molestia, ya que todas las noches siempre encontraba a un rezagado merodeando perdidamente a causa del alcohol o de una paliza por una apuesta en la taberna por lo que cada día perdía aún más las esperanzas de que alguna vez dejase de trabajar de niñera con aquellos que no cumplían con las reglas del campamento; a pesar de esto el centurión se encontraba de buen humor (algo muy raro en cualquiera de ellos) por lo que olvidó momentáneamente la falla disciplinaria, otra vez.
-¿Ehh?..-Máximus no había visto la figura negra que se acercó atrás suyo, por lo que le costó mucho darse cuenta de que era un hombre.-Sí, Sí. Por favor legionario si fuera tan amable de indicarme por dónde se encuentra la tienda del tribuno, como verás ya es muy tarde y quiero encontrarlo así ya puedo irme a dormir feliz.
Cornelio estaba exasperado, nunca antes lo habían llamado como a un simple soldado y mucho menos confundirle con un legionario, hacía más de quince años que era centurión y hace seis que era primus pilus. Por lo que se acercó lentamente hacia la luz de la luna para que la claridad le hiciera ver al patético soldado quien era en realidad.
Cuando el primípilo se acercó lentamente hacía el, Máximus pudo ver su armadura y las phalerae que adornaban su pecho, solo ahí cayó en la cuenta de quién se le había acercado, y recordando la accidental falta de respeto le embargó un rápido escalofrió.
-Creo que alguien por fin va a limpiar las letrinas hoy….no sin antes recibir una bonita…muy bonita lección por faltar el respeto.
Y bien terminó de decir esto, Cornelio saco a la luz la vitis, y a Máximus la simple imagen de la vara de vid que tanto odiaban los legionarios le trajo recuerdos de sus tiempos como recluta en la IX, y su incontable cantidad de latigazos, por lo que le aterró el tener que pasar de nuevo por esa experiencia,¡¡siendo el centurión!! Sería inaceptable, para su historial y para su baja autoestima.
-¡¡Disculpe mucho señor!! No sabía que era centurión.
Cornelio dibujó una sonrisa en su cara, cuantas veces había escuchado eso.
-¡Ja! ….lo mismo dicen todos…