- Castus ¡Maldito arverno asqueroso! ¡Pásame el meao de burra antes de que yo lo busque por encima de tu cara!
-Ya veo que le gusta mucho nuestra cerveza señor.
- ¡No me gusta tu asquerosa bebida galo! (respondió el centurio Emilio a Phoenix fingiendo cólera) La tomo porque es lo único consumible que hay en diez millas a la redonda del campamento. Además (hizo una corta pausa pensando en algo en que decir) entre esta mierda que beben y la basura que los inútiles indisciplinados que mando a limpiar las letrinas encuentran, y dicho sea de paso ¡ambas son mierda! ¡¡No hay diferencia!!
Por un momento el grupo quedó en silencio viendo como Emilio arrebataba violentamente el odre de cuero de las manos de Castus, para posteriormente agarrarlo, quitarle la tapa y observar por la boca de la cartera el líquido negro.
-Quizás eso mate tu lengua si lo bebes, pero te aseguro que el vino no muerde Cornelio- dijo con una sonrisa sarcástica Tiberio al centurión, que no paraba de mirar por la boquilla.
- Se equivoca señor- comentó Phoenix cansado de explicar siempre lo mismo- Esto que los galos consumimos se llama Cerveza señor.
Castus observa pacientemente la escena, esperando el momento. Finalmente Emilio, encogiéndose de hombros, se decide a tomar, y justo cuando el centurión estira su cuello para chupar la boca del odre, Castus, con una sonrisa de oreja a oreja exclama.
-¿Y por qué cree que le decimos meada de burro, señor?
No paro de terminar la oración y Cornelio escupió el líquido que tenía en la boca (que no era poco) sobre la mesa en la que estaban los vasos de los demás. Los otros estallaron de risa si contemplación. Tiberio se reía tan descontroladamente que empezó a golpear la mesa haciendo caer los vasos al suelo.
-¡Malditos! ¡No sabía que lo decían literalmente!
Todos se divertían en aquella pocilga, excepto Máximus qué, indiferente a la compañía de sus amigos, miraba detalladamente la estructura del edificio que aparentaba ser una taberna, el ambiente no era ni muy grande ni muy chico, por la derecha, pasando tres mesas alargadas se encontraba la mesada de las bebidas, y detrás de ellas había dos hombres (legionarios o comerciantes quizás) que dormían sobre esta con los brazos recostados y sus cabezas apoyadas sobre ellos.
Más a la izquierda podía ver a dos legionarios que aburridos y a punto de dormirse jugaban a los dados. El primero tiró los dados y sacó un tres y un seis.”Nada mal” pensó Maximus mientras seguía mirando. El otro tomo los dados y comenzó a agitarlos tan frenética y estúpidamente(a propósito) hasta el punto que su compañero empezó a apurarlo mediante insultos.”¡Ja! Me sorprende que no seamos nosotros” pensó el recién llegado centurión con una sonrisa. Luego de tanto agitar, el tipo finalmente los arrojó, los cuales rebotaron en la mesa, haciendo que rodasen extrañamente sobre si mismos ante la nerviosa mirada del otro legionario. Los dados pararon y se pudo ver claramente los números, un cuatro y un seis. Amadeus empezó a reírse solo cuando vio al desafortunado hombretón empezó a gritar palabrotas y quejarse a voz alta de que hubo trampa, a lo que el otro sonriente y alegre negaba rotundamente.
Hasta que lo vio.
Claudius estaba sentado al lado de Phoenix, lo observaba tan inexpresivamente que parecía una estatua de mármol recién pintada, aunque su mirada ocultaba una profunda disconformidad hacia el. Maximus, tomándolo como un juego, le mantuvo la vista, hasta le sonrió inclusive, pero solo logró tener una incomodidad mayor con el y hasta con el grupo en sí. Cansado de estar en lugares en los cuales no tenía el control de la situación y de estar con personas desconocidamente desquiciadas, intentó levantarse del asiento de madera para emprender una rápida y desapercibida salida. Pero los dioses tenían planes distintos para él.
-¡Hey Amadeus, comparte con nosotros! No te aísles.- era Phoenix que con la alegría que caracteriza a los suyos le movía el hombro derecho para retraerlo de su abstracción.
-Lo siento-contestó el, decepcionado de que su plan de escape fallara tan burdamente - solo miraba a aquellos dos junto con su peculiar forma de jugar los dados.
Todos en la mesa giraron en la dirección que Máximus apuntó y vieron al legionario enojado levantándose de la mesa y al otro sonriendo con un par de monedas en las manos.
-Veo que has conocido al sexto desgraciado del grupo- musitó Emilio entre sarcástico y enojado por ver nuevamente al legionario sentado en la mesa-¡Terencio!¡Terencio! ¡Ven aquí perro de la Narbonense!