Máximus caminaba con la mirada fija al frente, él y su centuria (la tercera) se encontraban casi a la mitad de la columna romana compuesta por la Primera Cohorte que patrullaba la campania gala allende al campamento romano. Ese día, a la primera le tocaba recorrer cuarenta millas a la redonda, lo cuál implicaba atravesar algunos poblados pequeños y aldeas minúsculas que se encontraban en los alrededores.
La marcha era liderada por la primera centuria con el Primus pilus Cornelio Emilio Tulio a la cabeza de esta, seguido por Terencio como optio. La centuria de ambos, al ser doble, era la más voluminosa de todas. En segundo lugar se encontraba Tiberio al mando de su unidad, el cuál, fiel a su costumbre, se encontraba al costado de esta para observar la marcha de sus muchachos. La siguiente era Máximus, recientemente enviado a comandar la tercera centuria, no tenía optio y el signifer era un legionario al que había ordenado llevar las enseñas antes de salir del campamento. Pero pese a tener que recurrir a la improvisación como medida, el joven centurio llevaba la frente en alto sin sentirse humillado de ninguna manera, además de sentirse profundamente tranquilo y cómodo con la marcha.
Así, con un cielo despejado y un sol radiante, la primera cohorte parecía a lo lejos una larga serpiente en medio del paisaje verde de la región. Ya habían recorrido 13 millas en una hora y media sin que los legionarios dieran muestras de cansancio alguno
Máximus miró hacia atrás, su “portaestandarte”, un íbero con el nombre de Marcelino, llevaba la insignia de su unidad notablemente inclinada hacia delante.
-Marcelino, mantén recta la insignia.
-¡Si señor!¡Lo siento señor!
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En la punta de la columna, Cornelio marchaba observando el horizonte, mirando a su alrededor consideró la idea de hacer un descanso, pues ya habían recorrido casi la mitad de lo que debían y el sol estaba en su mayor plenitud. Así, el Primus pilus levantó la mano derecha haciendo un puño y parándose en seco junto aire en sus pulmones y gritó:
-¡Alto!¡Columna alto!- profirió Cornelio mirando hacia sus hombres. La orden, instintivamente fue copiada por los demás.
-¡Deténganse inútiles!
-¡Ya lo escucharon!¡Paren ya!
-¿Ustedes no oyen? ¡Frenen de una buena vez imbéciles!
Mientras los demás oficiales seguían pasándose la orden de centuria en centuria y los legionarios iban bajando el ritmo, Tulio hizo un cálculo rápido de la situación y llamó a su subordinado.
-Terencio, manda a llamar a los centuriones de las siguientes dos centurias- exclamó.
-¿Te refieres a Máximus y a Tiberio?- inquirió el optio asegurándose bien de a quienes llamar.
-¡Exacto! Diles que vengan lo más rápido posible.
-¡Enseguida!- respondió Terencio y a continuación salio disparado a buscar a sus amigos.
En poco tiempo, el optio de la primera centuria volvió caminando con los otros dos detrás suyo. Cuando los tres estuvieron delante del Primus pilus, Máximus fue el primero en hablar.
-¡Señor! ¿Nos mandó a llamar?
-Así es Amadeo, esto va para los tres, escuchen y miren con atención- y diciendo esto se quitó su casco, dejando ver en su cabeza un papel doblado en un pequeño cuadrado que al quitárselo dejó vislumbrar una parte de su cabeza si pelo.
-¡No sabía que guardabas las órdenes en tu calvicie Cornelio!- exclamó gracioso Tiberio.
-¡Cállate! Ahora, miren esto- Tulio abrió el mapa que había guardado en su cabeza, en él se veían el fuerte y algunas pequeñas aldeas y asentamientos diseminados a lo largo de la región- Nosotros estamos aquí- dijo Cornelio señalando un pequeño bosque en el mapa- Y tenemos que llegar aquí- exclamó mientras movía su dedo índice al otro extremo del mapa, una aldea gala con un nombre impronunciable.
-¿Y cuál es la novedad?- preguntó Terencio sin entender nada, fiel a su estilo.
-Lo importante, o mejor dicho, preocupante- empezó Tulio mirando a los tres, - es que debemos llegar a esta dichosa aldea antes del atardecer, pero no pensé que tardáramos tanto, a esta altura ya tendríamos que estar a la mitad del trayecto y además, no creo que nos valla mejor con eso de ahí.