-¡Pónganse en filas cabrones!- grito Emilio a los galos que se habían presentado para formar las cohortes de guardia de la ciudad-¡Por lo lentos que son no me sorprende que César se haya cogido sus ejércitos de forma tan rápida!
-¿Tengo que traducir eso?- preguntó Phoenix casi como un susurro acercando su cara a la barbilla del centurión. Pensando en las futuras consecuencias que podía traer el repetir en su idioma las duras palabras de su oficial.
Emilio lo había traído con él por dos razones, una era para que le sirviera de interprete para comunicarse con los galos sin tener que aprender a hablar su salvaje lengua y segundo, porque aunque el centurio no lo reconociera, ese ambiente extraño con los celtas le generaba cierta incomodidad. Tener a un galo con el que tenía una ligera relación de amistad y confianza lo tranquilizaba un poco
- No lo sé, decídelo tú- respondió seguro Cornelio, con Phoenix a su lado no sentía ninguna inseguridad como pensaba que podía llegar a sentir si estuviera solo con los galos. Además el tenía que preparar a los futuros guardianes de Puerto Icio , y para ello debían ser hombres aguerridos y endurecidos. Y entre las muchas formas de pulir a esos futuros hombres Cornelio eligió la que más le gusta: insultarlos.-¡Vamos, vamos, troncos con bigotes!
Phoenix volvió a observar a su oficial. Muchas veces no concordaba con la forma de ser y de dirigir de su amigo, pero lo que nunca le reprocho fue su capacidad de liderazgo y su técnica para instruir. Había pues en ese hombrecillo que medía una cabeza y media menos que él algo invisible que hacía que el se sintiera seguro al estar junto a él en la batalla y que muchos hombres sintieran venir de él una potente atracción que permitía que se superasen en cada momento difícil inherentemente del lugar o de contra quienes se tratase. Al fin y al cabo no le puedes agradar a todo el mundo ya que todos tienen imperfecciones o defectos, pero si Cornelio tenía alguno este quedaba aplastado por las increíbles aptitudes guerreras del hombre oriundo del sur de Italia. Al fin y al cabo Cornelio hacía excelentemente bien aquello por lo que le pagaban: dirigir y ordenar. Y eso es lo único que importa no solo en un centurión, sino también en cualquier líder.
Phoenix le dio un par de palmadas en el hombro derecho de Cornelio, palmadas que el centurio ni siquiera sintió, puesto que mientras esperaba a que los galos se formasen empezó a observar el predio en el que estaban en ese momento.
A diferencia de lo acostumbrado, el reclutamiento y estudio de los reclutas lo realizaban dentro de la ciudad, en un espacio limpio enorme en el sector sureste de Puerto Icio. El espacio era tan grande que Cornelio calculó que podía entrar un poco más de la mitad de una legión en orden de batalla, es decir que el lugar tenía capacidad para varios millares de hombres. Además, las instalaciones no tenían nada que envidiar a los campos de instrucción de las nuevas legiones en el norte de Italia. Esta estaba compuesta por una muralla interior, que aparte de la de la ciudad, separaba el campo de prácticas del resto del enclave, tenía también varios depósitos con suministros de granos y alimentos que se enviaban semanalmente a las guarniciones en toda la Galia. Había dos comedores, uno detrás de la muralla principal y otro en la entrada de las murallas interiores, letrinas y baños al lado de estos dos, y lo más importante, arsenales romanos con las armas oficiales que usaban los legionarios en el frente como gladii, scuta, pila y armaduras profesionales como la lorica scamata.
“La verdad es que me sorprende que el orden romano fuese tan rápidamente asimilado por estos putos bárbaros” pensó discriminatoriamente el Primus pilus- “Podré enojarme todo lo que quiera con él, pero César está haciendo un enorme trabajo aquí”.
-Cornelio...- la voz de Phoenix que lo tomaba del hombro para traerlo al presente lo despertó- los hombres esperan tus instrucciones.
Emilio levantó la mirada y observó al grupo en sí primero y luego a los hombres de las primeras filas uno por uno. La mayoría tenían barbas prominentes, color gris o amarilla, alguno inclusive pelirrojo, no aparentaban tener cuerpos marcados pero tampoco parecían enclenques, puesto que absolutamente todos eran fisonómicamente tan enormes como Phoenix.
-Phoenix, traduce lo que diré por partes- exclamó el centurio mirando a su subalterno, a lo que el galo le respondió con un enérgico asentimiento.
Emilio volvió a mirar al grupo y reflexiono rápidamente, debía mostrarse duro con ellos pero salvando las distancias culturales. Esto quiere decir que Cornelio debería respetar sus tradiciones guerreras por sobre las romanas.
-¡Escuchadme todos!¡Soy Cornelio Emilio Tulio, Primus pilus de la Décima legión a las órdenes de Cayo Julio César, (Pro) Cónsul de las Galias!- hizo una pequeña pausa para que Phoenix tradujese y luego prosiguió-¡El honorable César me ha enviado aquí junto con otros romanos más para asegurarse de....- y haciendo una pausa rápida miro a Phoenix para saber que decir a continuación-... que Puerto Icio esté segura y sus habitantes estén felices bajo su protección!