Las Águilas de César

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Calma. Solamente había calma. El primus pilus miro a su alrededor para cerciorarse una vez más de lo que ya había supuesto antes, que nadie había venido a presentarse ese día en los cuarteles.

El enorme campo estaba tan desierto como las llanuras de Escitia, no había ningún movimiento por donde sea que mirase: en los establos, en las galerías, en las entradas a la instalación, nada, ni una sola pizca de vida. Sin embargo, algunas ventanas de los edificios interiores del cuartel estaban abiertas o medio cerradas, generando una sensación de abandono y descuido que otorgaba al campo un halo de incertidumbre y soledad absoluta, que solamente se potenciaba aún más con el lúgubre y casi espectral silencio del ambiente.

Cornelio se seco una gota de sudor de la frente con su mano izquierda al mismo tiempo que observaba el cielo, este estaba totalmente despejado a excepción de unos nubarrones de considerable tamaño que se acercaban por el este. Si bien no hacía calor, el estar ahí parado durante un breve periodo de tiempo le había hecho transpirar un poco.

Volvió a voltear su mirada para asegurarse por última vez que no había allí cuando escucho un sonido metálico muy familiar por detrás de él. Al girarse vio a Phoenix intentando avanzar a donde él estaba con un paso débil y poco coordinado sumado a una cara de cansancio notablemente visible. Al verlo, Cornelio capto al instante que su ayudante galo estaba borracho o que venía de recomponerse de una. Al llegar a donde él estaba, Phoenix llevó su puño al pecho y luego lo extendió saludando a su superior:

-¡Señor!

Emilio lo miró de arriba a abajo. Si bien no estaba sucio o totalmente dado vuelta, de la barba del rubio celta podía apreciarse el nauseabundo y tosco aroma del meao de burra de cualquier taberna de la ciudad. Así mismo, su posición de saludo estaba ligeramente echada hacia atrás y sus botas tenían unas manchas marrones y negras que dejaban abierta la duda de por donde habrían pasado. Sin embargo, el punto más apreciable del oficial galo no estaba en su pinta sino en lo disciplinar, había llegado al cuartel ligeramente más tarde que lo que estaba previamente establecido para un oficial. Y Cornelio lo notó al instante.

-Buen día galo… ¿se puede saber porque te ves así?- alcanzó a preguntar neutralmente el centurio mirando confusamente al celta.

-Hoy he tardado más de lo habitual en prepararme para venir hasta aquí, señor.

Emilio lo miró nuevamente. Phoenix seguramente había pasado la noche disfrutando con Terencio, Máximus y los demás en alguna juntada preparada improvisadamente por ellos tras la victoria de la noche anterior. Conociendo al galo, sabía que este habría procurado tomar lo menos posible para estar presentable ese mismo día para sus deberes. Y conociendo a su legionario “más popular”, es decir Terencio, supo muy bien que este no había dejado irse a Phoenix sin antes procurarle una buena borrachera con tal de joderlo única y exclusivamente a él. Que muestra de atención  y afecto la suya. Cornelio reflexionó sobre la situación: si el grupo de romanos que vino con él, siendo principalmente dos centuriones y un optio, habían sido superados en lo referido a la disciplina: poca, mucha o la necesaria, por un galo auxiliar ¿Qué podía esperar de los otros más que encontrarlos tirados en una zanja con el uniforme puesto?

- No hay mucho que pueda decir tampoco- exclamó Cornelio observando el enorme abandono del predio en el que se encontraban. Phoenix hizo lo mismo para darse cuenta también de la soledad en la que se encontraban ambos. Miró las puertas y se sorprendió al no encontrar guardias de la guarnición romana cuidándolas o vigilándolas siquiera.- Ni siquiera los fantasmas de los putos galos parecieran haber venido hoy.

-¿No ha llegado nadie más, señor?- preguntó Phoenix a Emilio, el cuál respondió con un leve movimiento de cabeza antes de exclamar:

-Digamos que tampoco hay mucho que se pueda hacer-  dijo Emilio antes de darse la vuelta para salir por la entrada hasta que vieron que esta se abrió poco a poco sin hacer el menor ruido. Al principio ni Cornelio ni Phoenix distinguieron nada, pero luego fue surgiendo lentamente de la apertura una enorme mole humana que buscaba ingresar al predio de la manera más sigilosa que pudiera.

-Es Lusterix…Emilio.

Las palabras de Phoenix no hicieron más que generar un repentino asombro en el romano, el cuál aumentaba más a medida que la enorme y pesada figuraba del galo se acercaba a ellos. Al llegar, este se paro lo más recto posible e, intentando imitar torpemente el saludo marcial de los legionarios exclamo con una voz ronca, pero que aún denotaba su vigor:

- Jefe Cornelio…lo saludo- dijo Lusterix ante la atenta mirada de estupefacción de Phoenix y Emilio, este último, tal como hiciera con su oficial, lo estudio de manera completa.



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En el texto hay: imperio romano, julio cesar, legiones romanas

Editado: 29.04.2020

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