- ¡Quiero decirte que tú me gustas mucho! -
Una mirada hubiese bastado para cualquiera, pero él debía hacerlo, tenía que decírselo. Su corazón no pudo soportar el peso de la verdad, y liberó sus sentimientos en palabras como una bandada de palomas liberadas de su jaula, ansiosas de que el cielo abrazara de nuevo sus alas.
Ella sólo pudo mirarlo con sorpresa. Nunca imaginó algo semejante, mucho menos de Shaoran, su amigo, y últimamente, su confidente.
Él, a pesar de su agotamiento por haber usado su magia en una situación muy riesgosa, se levantó, la miró a los ojos con una mirada que reflejaba resignación, y se quedó allí, observándola, esperando una respuesta negativa de su parte, o por lo menos algo que pudiera calmar su oculta ansiedad. Sakura sólo atinó a bajar la mirada en cuanto se sintió observada de esa manera, y sus mejillas se colorearon. No sabía como reaccionar, y no dijo nada.
Ésta situación hubiese sido eterna si Tomoyo no hubiese aparecido para romper el hielo. Cuando estaba por apagar la cámara, con un feliz pensamiento de cómo había logrado captar esa hermosa ronda que todas las cartas Sakura hicieron alrededor de su dueña, le llamó la atención de que Shaoran llamara a Sakura luego de que los guardianes fueran a buscar a Eriol. Tomoyo, al captar la mirada de Shaoran, comprendió que el momento había llegado, y filmó al joven Li declarándose ante la joven Kinomoto. Cuando pasó, ella se fue acercando lentamente, apagó su cámara y se dirigió en dirección a ellos.
- Sakura, te ves muy agotada, creo que deberías descansar. Sobretodo ahora, que has cambiado todas las cartas -
Pero Sakura no respondió. Solo asintió. Shaoran aprovechó, se despidió de ambas, y caminó lentamente hacia su hogar. Si, Tomoyo tenía razón no solo por Sakura, él también debía descansar, estaba muy débil de fuerzas... y por las emociones vividas ese día.
Sakura lo siguió con la mirada mientras se alejaba. Deseaba poder decirle algo, pero sus palabras quedaban mudas, y sólo los suspiros se abrían paso. Su mirada se perdió, Shaoran ya no estaba al alcance de la vista. En eso, siente que los guardianes regresaban. Kerberos le ofreció llevarla, ya que no era recomendable que utilizara la carta Vuelo, y era riesgoso en ese momento. Yue, por su parte, se llevó a Touya, que aún estaba dormido, hacia el lugar en donde se encontraban anteriormente, para regresar a su forma falsa allí. Cuando se estaba despidiendo de su maestra, el guardián notó algo en su mirada. Ya todo había finalizado, nada extraño volvería a ocurrir, y sin embargo, algo la preocupaba mucho, se la notaba confundida, pero nada dijo. Seguramente, pensó, estaba muy débil de fuerzas... y por las emociones vividas ese día.
Sakura se levantó antes de que el reloj sonara al día siguiente, a pesar de que no pudo conciliar el sueño. Kero se despertó con un sonoro bostezo, y notó la mirada algo pálida de su dueña.
- Sakura, ¿te sucede algo? Parece como si no hubieses dormido nada - dijo el pequeño guardián.
- En realidad no dormí, Kero. No tuve sueño. Discúlpame por preocuparte - todo esto lo dijo mientras se levantaba, se cambiaba, se peinaba y cerraba la puerta para preparar el desayuno y comer con su familia. Después de todo, era temprano y podía hacerlo ella.
Durante el desayuno, Sakura no se mostró muy comunicativa, apenas probó bocado y su mirada permanecía perdida en su bowl de arroz. Su padre se había ido temprano, por lo que sólo desayunaban ella y su hermano.
- Oye, monstruo, ¿por qué no comes? ¿Acaso le pusiste algo a la comida que no deberíamos comer? - Su hermano y sus comentarios no la distrajeron. Ella levantó la mirada de su plato, miró a su hermano, y pretendiendo tener buen ánimo, sin resultado, le sonrió.
- No, es sólo que no tengo hambre -
Touya no se le escapó detalle alguno de esa extraña reacción. Se supone que debía recibir algún golpe en su pierna o algún comentario por parte de su hermana defendiéndose de que ella no es un monstruo. Sakura se levantó, recogió su plato y se dirigió a la cocina para limpiar lo suyo. Siente el ruido de una silla que se arrastra. Touya se había levantado con su plato a llevarlo al mismo lugar que ella.
- Puedes irte, hermano, yo me encargaré de limpiar lo que quedó - le dijo ella, sin mirarlo.
Pero él no debía irse sin averiguar la causa del extraño comportamiento de su hermana.
- Sakura... - Se agachó para que la mirada de ambos quedara a la misma altura y la tomó de los hombros. Un ademán que, sin duda, había heredado de su padre. - Por favor, dime qué te sucede -
Ella se sorprendió. Nunca tuvo oportunidad alguna de una conversación de esa clase con su hermano. Su corazón estaba confundido y no sabía que sentir, y le pareció buena idea, al sentirse así, que si lo hablaba con alguien se sentiría mejor. Pero luego recordó que Touya no sentía mucha simpatía por Shaoran, y pensó que si le contaba, tendría un ataque de furia asesina hacia "el mocoso", como él lo llama. Ella sólo bajó la cabeza y suspiró.
- Hermano, es algo que no puedo contarte -
- Claro que puedes. Soy tu hermano, como bien lo dijiste -
- Si, pero... - Y luego un largo silencio. Touya dio un largo suspiro.
- Se trata del mocoso, ¿cierto? -
A Sakura se le colorearon las mejillas al escuchar ese nombre.
- Si, es él. No necesitas decirme nada más - Él se levantó y tomó el lugar de su hermana. - Tienes servicio, me lo dijiste ayer. Yo lavaré lo que quedó el día de hoy -
- Si - Sakura atinó a contestar.
- Vete con cuidado - le dijo su hermano.
- Si, que tengas buen día, hermano - Sakura se despidió. Volvió arriba a buscar a terminar de alistarse para el colegio, le dio unos dulces a Kero y se marchó.
Patinó rápidamente, quería llegar a la escuela para terminar con el servicio y distraerse un poco, pero de todas maneras sabía que se sentaría a suspirar y a pensar en lo ocurrido. Ella entró, en dirección al edificio de la escuela. Estaba cabizbaja, y no observó a su alrededor, por que si lo hubiese hecho, se habría percatado que Shaoran caminaba lentamente hacia ella, pero él se detuvo. Sólo la observó como entraba al edificio. Lo había hecho. Había hecho lo que en un principio se negó a hacer. Se lo confesó, y ella no dijo nada. Pensó que quizá ella no tenía nada para decirle, sólo habría miradas avergonzadas, tristes, confusas, desde ese día en adelante. Le rompía el corazón verla así, pero ahora era cuestión de esperar. Ahora que la había afrontado, ya no tenía nada que ocultar. Ya no se sentía avergonzado al verla. Ya podía sentirse seguro de sí mismo.