Las cartas que nunca te entregué

Carta IV

Pensar en ti es desgarrador, pero no hacerlo me hace sentir egoísta. ¿Es justo que meses luego de perderte sonría como si nada hubiera sucedido? Yo creo que no.

Creer. Mi vida siempre se ha tratado de “creer”, creer en ti o en mi, en las personas, creer en la bondad, en la felicidad, creer en la esperanza y que tiempos mejores llegarán. Creer en Dios.

Hace años que realmente no pensaba tanto en mi fe en Él, no tanto como solía hacerlo. Como me acostumbraste a hacerlo.

¿Te preguntas si sigo teniendo fe? Te sorprenderá la respuesta, porque sí, a pesar de todo la mantengo conmigo.

Es raro imaginar cómo te verías ahorita, ¿tu cuerpo por fin se habría acostumbrado al tratamiento? ¿Seguirías sonriendo? ¿Me regañarías cuando diga algo que no debió salir de mi boca? ¿Qué estarías haciendo? Pensar en esto es egoísta.

Y eso me lleva al punto: “El tiempo de Dios es perfecto”. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase? ¿Cuántas veces nos aferramos a ella con esperanza? ¿Cuántas veces se la dijimos a alguien para que recobrara fuerzas? Pero cuando nos toca vivir «el tiempo de Dios» es devastador, cuando realmente pasamos por eso arde, duele y nos deja un vacío interminable.

¿Realmente su tiempo es perfecto? ¿Realmente queremos aceptar su voluntad? Yo no quise hacerlo, pero adivina; no me quedaba otra opción. No podía devolver el tiempo y nunca podré hacerlo.

¿Era necesario esperar tanto para decirte cuánto te amaba y lo mucho que te admiro?

Estoy hecha pedazos. Vuelve, por favor. Te necesito, mi hermosa mariposa.

Te quiere,

un tulipán marchito.




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