Las Cinco Lunas

Capítulo uno

Al primer timbrazo del despertador abrió los ojos, lo apagó y se sentó en la cama. A pesar de sus esfuerzos seguía teniendo el sueño muy ligero: así era Lara Brown. Solía despertarse en mitad de la noche, sobresaltada y jadeante, solo por el simple hecho de confundir el ruido de las hojas moviéndose con el de gritos en su pesadilla. No sabía el origen de esos sueños nefastos e inconstantes, pero tenía la certeza de que siempre habían sido parte de ella, como una segunda piel venenosa que le hacía daño cada vez que cerraba los ojos; sin embargo, con el paso del tiempo aprendió a manejar el temor que le causaban. Hasta ese momento, ese solo ápice, cuando el reloj la hizo volver a la realidad.

No obstante a las cosas que le asaltaban la cabeza, se levantó de la cama, caminó en dirección al baño, abrió la puerta; y entró para después cerrarla tras de sí. “Solo es un nuevo año escolar, no te pongas nerviosa”, dijo para sus adentros, aunque en realidad no estaba nerviosa: la chica, realmente, moría de miedo.

Era más o menos alta, de contextura delgada, bien formada y de buena salud; pero a pesar de esas características positivas, habían ciertos puntos que la hacían diferente e inusual: su piel, su cabello y sus ojos. El tono de su cutis era pálido, su cabellera, suave y larga a la vez, era de un blanco parecido al de aquellos copos de nieve que solo caían en un tiempo específico, y sus ojos, a veces alegres y otras tantas preocupantes, mantenían un color verde sin la presencia de esas tres cosas que los humanos solían tener en su visión.

Se desvistió con rapidez, abrió la mampara de la ducha y giró la llave del agua con el fin de ubicarse debajo de ella y que ese líquido limpiara todas sus preocupaciones.

Durante aquella época que podría llamarse infancia, un doctor privado de nombre George le había hecho varias evaluaciones para poder entender el origen de sus rasgos, pero no habían dado con ninguna respuesta clara. Desde que tenía uso de razón se ponía lentes de contacto, atraía las miradas de muchas personas y a menudo le preguntaban cuáles eran sus orígenes, y Lara, en lugar de enfurecerse, simplemente respondía que no sabía mucho de sus antepasados.

Después de darse una ducha refrescante cogió una toalla, la enrollo en su cuerpo, y rápidamente salió del vapor. Ya había escogido lo que se iba a poner la noche anterior: un pantalón de mezclilla que se ajustaba a sus piernas, una camisa roja estilo sport con mangas hasta los codos y unos tenis color negro. Sus manos, en un dos por tres, arreglaron el desastre de su cabeza, luego tomó las cosas que necesitaría y salió de su habitación para ver a su mamá.

Como siempre ocurría cuando llegaba un nuevo año laboral y escolar, su madre Catherine se levantaba temprano, bajaba a la cocina y preparaba un desayuno que valía la pena probar. Lara entró a ese lugar, la vió y pensó en lo orgullosa que se sentía cada vez que dirigía sus ojos hacía esa mujer risueña con piel pálida que preparaba buenos platillos. Dejó su bolso, se sentó en la mesa y le sonrió.

—Buenos días, mamá—saludó Lara.

—Buenos días cariño, ¿Dormiste bien?

—Si, aunque tuve una pesadilla hace unos minutos. ¿Y tú?

—Iba a decir tranquila hasta que mencionaste eso.

—Ambas sabemos que no suele ocurrir a menudo, y he de decir que esto me causó curiosidad—aclaró Lara.

Catherine dejó lo que estaba haciendo y se sentó frente a su hija.

—¿De qué se trató? —le pregunto ella.

—Me secuestraban. Eran unos chicos jóvenes, no pude verle el rostro más que a uno, y tengo el presentimiento que lo hacían por petición de alguien— resumió la joven.

Su madre tuvo que suspirar y mantener la calma. Le preocupaba que Lara cargara sueños de ese tipo,ya que las condiciones en las que había nacido no solía recordarlas con añoranza. Entrelazo las manos con las de su hija y la miró a los ojos.

—No son más que sueños, linda—puntualizó—. Y ya te he dicho que no mires series policiacas de noche.

—No pude evitarlo: son muy atrapantes— chilló emocionada.

—Al igual que las de romance y las de Disney. Por cierto, ¿Cómo te sientes hoy? Nuevo día y nuevas oportunidades.

—Estoy nerviosa, ansiosa y creo que voy a comenzar a sudar. Pero voy a controlarme, lo prometo.

—Eso lo sé. Solo respira y conversa contigo misma, esas cosas siempre ayudan.

La muchacha, aspirando el aire para comenzar a practicar lo dicho por su progenitora, la miró con sorpresa

—¿Algo se está quemando?

Catherine se alarmó al mismo tiempo que corría y apagaba la estufa.

—¡Salvada por minutos!

—¡Qué felicidad!

—Gracias. Y solo para recordártelo, no hace falta…

—Que te oculte nada cuando sabes muy bien como leerme por el instinto materno. Lo entiendo, pero me gustaría aprender ciertas cosas yo sola, mamá.

—Bueno, si algún día quieres probar los tampones o cosas así, solo dime— sonrió esta.

—La marihuana no está en mis planes.

—¡Por Dios, Lara!

Entre carcajadas y planeaciones para ese mismo día, desayunaron lo que Catherine había preparado y se despidieron del departamento al cerrarlo con llave y dirigirse al auto.

⚫⚫⚫

Vivían en First Avenue, Manhattan, en la ciudad de Nueva York. A esa hora ya se comenzaban a divisar personas abriendo sus locales, a muchachos practicantes corriendo para alcanzar el primer tren, y sobre todo, a adolescentes caminando en su misma dirección. A la chica y a su madre les encantaba vivir en la gran manzana, no solo porque era la ciudad más poblada de Estados Unidos y una de las más tecnológicas, sino porque tenía cosas que a la gente le encantaba ver y conocer. Ya se podía distinguir un sol amenazante saliendo en el confín, y mientras contemplaba a ese amigo por esa pequeña línea que a veces confundía, podía disfrutar de cómo los primeros rayos se posaban sobre su piel a través de la ventana del acompañante: de cómo la hacían parpadear para al fin despertarse por completo.



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Editado: 26.09.2024

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