—Fue interesante de ver. Lo digo en serio, jamás había visto a dos personas tan obvias —dijo Alex desde el sillón.
—La defendiste, aun cuando no la conoces del todo—opinó Thomas.
—Ustedes también fueron parte de eso.
—No lo negamos, pero admite que tú fuiste el que impidió que le pusieran una mano encima— sonrió el rubio.
Joen continuaba estático ante la ventana, siendo testigo de cómo Brooklyn era visitado por personas normales que no conocía y no le interesaba conocer. Cuando procedió a investigar acerca del lugar residencial de Lara en un archivero digital, no había intuido que Nueva York estuviera tan poblado y frecuentado por los humanos, y aunque no quería darle tanta importancia, la curiosidad pudo más que sus expectativas.
Todavía ahí, en la vivienda de un edificio aseado y estable; no consentía que el recuerdo de la chica se evaporara rápida y fácilmente: su piel, su cabello, sus labios… sacudió la cabeza queriendo dejar ir esos pensamientos. ¿Por qué su corazón le daba esa mala jugada?
El tono de su celular logró sacarlo de dichos desvarios. Hurgó en el bolsillo derecho de su pantalón y tomó en su mano un cristal rectangular con esquinas circulares, lo situó a la altura de su ojo y este junto con el escáner hicieron lo acostumbrado. Finalizaron sus tareas mientras una voz neutral y sin emoción le decía “Bienvenido”.
—¿Quién está llamando? —preguntó el de la Luna Azul.
—Mi padre.
Los tres se quedaron en silencio.
—Deberías hablarle, tal vez quiera asegurarse de tu bienestar; recuérdalo: eres lo único que tiene ahora— destacó el de la Luna de Fuego.
—Agradezco que él siga en mi vida , pero ustedes saben perfectamente no es él mismo desde la guerra.
—Nos tienes contigo hermano, para ayudarte y luchar. Sin embargo, no podremos sacar de tu mente a esa pequeña persona que con tantas ansias quieres volver a ver.
—Cállate, Alex. Y no puedes saberlo.
—Eso es cierto: no puedes saberlo, puedes comprobarlo.
—De verdad, me está preocupando mucho que te quedes tanto tiempo con él, Thomas. Iré a hablar con mi papá, por favor, no rompan nada.
—Todos sabemos que el descuidado es él— defendió el de cabellera naranja señalando a su amigo.
Con una risa silenciosa, el guerrero morado se alejó a paso rápido terminando en el pasillo donde tenían instaladas sus habitaciones: en la izquierda se hallaban las de sus compañeros y en la derecha estaba la suya, así que sin más entró para encerrarse en esta.
Tal recámara poseía diferencias experimentales y visibles: por las esquinas del techo había rendijas acondicionadas que expulsaban vitaminas para el crecimiento muscular, siguiendo derecho (y conectado) tenía un refrigerador pequeño que guardaba los sueros consumidos tres veces al día por intravenosa y, junto a este, procuraba un archivero digital con muchos datos e información; ya que a la izquierda permanecía el closet donde solía elegir sus prendas a medida que la puerta escaneaba su cuerpo.
En seguida llegó a su computadora de cristal, donde vería a su padre dentro de unos momentos. Por otro lado, también disponía de una cama: era grande, a los seres como él les encantaba dormir con espaciosidad, dicho territorio llevaba cortinas adaptables para que la persona que iba a dormir escogiera un paisaje menos riguroso y, en adelante; soñar.
Observó el aparato antes mencionado, deslizó la mano izquierda encima de su teléfono e inmediatamente apareció en una de las tres pantallas de la máquina el rostro de su progenitor.
—¿Cómo va todo, Joen?, ¿Por qué tardaste en atender la llamada de tu padre?
El muchacho sonrió y pensó en las preguntas antes de contestar:
—Voy a la secundaria porque debo parecerme a un adolescente normal, y es por eso que me asignan proyectos y tareas. No siempre contestaré rápido, pero estoy bien. ¿Y a ti cómo te ha ido, papá?
—Bien, pero es raro no verte por aquí —el hombre rió acomodándose en la silla visible.
—¿Seguro de que estas bien?
Apolo inhalo y exhalo queriendo a la agonía lejos de él, sin embargo; expulsó unas palabras cabizbajo:
—He estado recordando a tu madre, hijo. Sigue doliendo que mi Tamara no esté aquí.
El corazón del chico logró encogerse, no porque tuviera compasión hacía su padre, más bien era porque lo acompañaba en su dolor. Esos dos años se habían ido con rapidez, en los cuales su mamá ya no había estado en sus vidas; y pese a que dicha herida continuaba ahí, esforzándose en cicatrizar a medida que el tiempo pasaba, no podía culparse, ni él ni el hombre al que estaba viendo.
—La extraño cada día, en las noches aún más —no le apetecía que Apolo lo viera llorar, pero ya su garganta comenzaba a incendiarse como el fuego.
—También yo, Joen. Siempre me invaden esos recuerdos felices, pero los desgarradores todavía duelen, y así seguirán.
El joven no aguantó más, de ahí que un sollozo diera paso al llanto.
—Lo lamento, siento no poder entenderte del todo, padre.
—No lo hagas, porque de alguna forma, ella sigue presente en ti. Has heredado algunos de sus gestos— sonrió el alien.