Vendedores hay de todo tipo, pero los precios se disparan fundamentalmente por dos razones.
La primera es que cualquier ignorante del tema que encontró en un armario una revistita vieja, cree que tiene idéntico o más valor que otra similar que ve publicada en Mercado Libre, sin distinguir época, título o estado.
Ese ignorante la publica allí y va a mantener durante meses su publicación, sin que nadie se interese, ni revele el despropósito, sobre todo cuando el sitio empieza a permitir y ejercer la censura en Preguntas al vendedor y en los foros.
Pero el precio fijado por el ignorante, sirve a su vez de parámetro a otros de su misma laya, propagándose así el virus de forma exponencial.
Se produce entonces el fenómeno paradojal que las revistas no se venden, pero se ofrecen cada vez más caras.
La segunda razón de la escalada es la astucia de los mercaderes –que sí conocen el paño- para introducir carnadas que hagan que los coleccionistas piquen. Frases como ejemplar único, de kiosco, nunca leída, no podés dejar de tenerla, para entendidos, acompañadas de numerosos signos de exclamación, suelen impactar en el corazón mismo de los adoradores del Viejo.
También crean mitos sobre las inconseguibles.
Apenas iniciada la segunda colección, a fines de los '90, conseguí “El secuestro de los Beatles” la ciento dieciocho de Andanzas, a un valor normal, adecuado a esa franja de numeración.
Con el nuevo siglo, la cotización de ese título se disparó a las nubes, con el argumento que era buscado tanto por fanáticos del Indio como del grupo musical y ya quedaban muy pocos.
Se llegó al absurdo que una vendedora –quien sabe si no era la nieta del Chiquito Cabello- lo ofrecía con una mínima rebaja en el sitio, por faltarle algunas páginas. Como todavía no existía la censura, le escribí que le vendía los faltantes a un precio que resultaba del promedio del total de páginas que traía la revista, así ella podía publicarla completa a lo que fijaba el mercado, y ambos hacíamos negocio. Se enojó bastante.
La realidad era que unos cuantos comerciantes del rubro comenzaron, previo invento del mito, a acaparar ese número. Y cuando se aseguraron un buen lote, salieron a difundirlo.
El problema radica no en los cuentos del tío de los mercaderes, sino en la ingenuidad de los coleccionistas. He oído y leído a muchos repetir la patraña del ejemplar inconseguible de los Beatles.
No cuesta imaginar a un espécimen de este tipo, frente al monitor, descubriendo la portada donde el Indio toma de las solapas a un tipo de anteojos, mientras cuatro melenudos tocan y cantan en segundo plano.
Por un momento cree estar soñando. Cierra los ojos y cuando los vuelve a abrir corrobora que es real, que no se trata de su deseo jugándole una mala pasada.
Antes de ir al precio advierte que el artículo no tiene ninguna visita. Es el primero. Se felicita de ser tan astuto como para buscarlo con la grafía correcta, dado que pueden existir ignorantes que escriban el nombre del grupo tal como se pronuncia.
Ahora el precio… ¡Están locos! -piensa el coleccionista- ¿Quién puede llegar a pagar ese disparate? Pero reflexiona: Claro que este número es archibuscado, tanto por… etc.
Casi de inmediato el valor pasa a resultarle razonable y empieza a imaginar la forma de conseguir el dinero.
Pido prestado… pero ¿cómo lo devuelvo? Habría que hacer ahorro, recortar gastos, chei… No es bueno eso de cenar siempre. Estamos todos gordos en la familia. Decidido: a partir de esta noche nada más que café con leche y galleta. ¡No! Mejor mate cocido, que es bien argentino, canejo…
Así sacando un poco de acá, restando otro poco de allá, inventando el repertorio de mentiras para justificarse con su mujer, el coleccionista concluye que puede permitirse el gasto y por fin cliquea enérgicamente en “comprar”.
Dudó antes si no tirarse el lance en Preguntas al vendedor para conseguir una rebaja. Pero de esa manera, podría conceder un tiempo precioso para que caigan a otros buitres dispuestos a arrebatarle su presa.
Se dispone, ahora sí, con fuertes palpitaciones, a llamar para concretar la operación.
En la ansiedad, la compulsión del coleccionista, radica su mayor debilidad, de la que saben sacar muy buen partido los mercaderes.
He tenido larguísimas y jugosas negociaciones con ellos, hasta llegar al punto justo de desgaste para cerrar la operación, con sensibles diferencias monetarias respecto al punto de partida. Y tanto por internet, como personalmente.
En Mercado Libre mi táctica pasaba por no usar la sección Preguntas del artículo en subasta –práctica habitual, la subasta, en una época- que me interesaba, sino ir a otro que el mismo vendedor hubiese publicado, el más invendible, con lo cual me prevenía que ningún advenedizo iba a sacar provecho de mis regateos.