El pasillo por el cual la chica me conducía ya debía ser maloliente de cotidiano, la humedad lo hacía fétido.
La chica podía no serlo tanto. El aspecto hippoide –si es que se aplica el término a quien use rastas, collares, piercings, tatuajes- no contribuía al cálculo de la edad, oscilaría entre veintipico y treinta. Era bajita, y si bien llevaba una camisola amplísima, la transparencia revelaba formas pronunciadas. El rostro armónico, morocha, ojos enormes, hoyuelos que la hacían simpática. Me miraba con curiosidad, no sé si por costumbre o por ser un sujeto inhabitual en su espacio.
Nos detenemos ante una de las puertas altas, de doble hoja, con postigos cerrados por los vidrios rotos, que dan todas a ese corredor de casa chorizo.
La muchacha golpea una vez y sin esperar respuesta, empuja -más que abre- el picaporte. Apenas alcanzo a vislumbrar en la penumbra el caos reinante, que ya cierra y me anuncia que Palito no está.
-¿Podrás dejarle unos papeles?
-¿Papeles? ¿Algo importante?
-Y… sí.
-Entonces no.
Nota mi desconcierto y aclara:
-Acá nada es seguro, ¿entendés?
-Ah.
-¿No querés esperarlo? Te tiro el tarot, mientras. Soy tarotista, yo. Cobro barato.
-Es que me quedé casi sin plata…
-¿Cuánta plata tenés?
-Tengo que volver a La Plata.
Se ríe como si le hubiese hecho un chiste. Los hoyuelos se le marcan más y la simpatía siempre me gana, aún en ese ambiente. Calculo que esperar a Palito en un bar de la zona significaría un gasto también, y no sería menos lúgubre, por lo que arreglo precio – equivalente a un café con medialunas- para conocer mi destino.
Subimos por una escalerita estrecha, con escalones de dudosa consistencia merced al paso del tiempo. En la baranda de hierro forjado y oxidado florecen macetas de colores psicodélicos.
El típico altillo de conventillo que habita no está menos atiborrado de los más estrafalarios objetos, que se adivinan en la oscuridad. Hay un biombo de estilo – muy deteriorado, supongo levantado de la calle- que separa el único ambiente. Delante una mesita ínfima y dos sillas de paja. Enciende un velador sobre cuya pantalla cuelgan pañuelos hindúes. Falta el patchuli, nomás. Quizá esté, pero el olor a moho se imponga.
Me ofrece un té ("por el mismo precio", me aclara con una sonrisa) y pone la pava sobre un calentador eléctrico, cuyo cable parece augurar una catástrofe, que espero la chica pueda prever, tarot mediante.
-Sacá las cartas de ahí –me indica un estuche que está sobre la mesita. Lo ilustra una mujer arrodillada, desnuda, con dos cántaros, en un paisaje donde las estrellas refulgen. Lleva la leyenda "Tarot de Marsella".
Mientras prepara las tazas me va informando sobre los arcanos mayores y menores.
Los menores tienen un parecido con la baraja española. Los mayores están numerados en la franja superior y en la inferior se lee el nombre, en francés. Aun sin dominar el idioma, se entiende bastante por lo que muestran las figuras de estilo medieval, como la del estuche.
Me anuncia que nos vamos a concentrar en los arcanos mayores, que los separe y los ordene secuencialmente
Llego al XIII, que no tiene nombre, pero parece representar la muerte. Se lo muestro y hago un chiste pavo, como para que note que no me tomo demasiado en serio la sesión.
-Ojalá no me toque ésta…
-Depende, no creas. En el Tarot, nada es lo que parece.
Cuando termino de ordenar las cartas noto que hay una, llamada "Le Mat", que no tiene número. Le pregunto.
-El Loco. Esa ponéla al principio de todas, delante del Mago. Y mezclá hasta que yo te diga.
Un tiempo que siento larguísimo.
Recién me detiene cuando termina de servir el té. Me las hace disponer sobre la mesita, boca abajo, de forma rara: una en el centro, atravesada por otra, y rodeada de cuatro más. A la derecha de ésas, una de fila de cuatro.
Termino y me pide que antes de empezar tome la infusión. Apenas si tiene color y parece viscosa. Debe notar mi duda, porque aclara:
-Bardana, una hierba que va a ayudar a que te concentres. Tomátelo todo.
Por temor al ridículo, reprimo la pregunta de si no tiene algún efecto alucinógeno y obedezco. El sabor es dulzón. Pienso que el café con medialunas me hubiese caído mucho mejor. Pero ya es tarde, estoy metido en el baile de las cartas...
-Dalas vuelta de izquierda a derecha. Las que queden mirando hacia mí son las que favorecen una lectura positiva. Las que te miran a vos son más débiles. Al revés, pueden llegar a significar incluso lo contrario.
Casi todas quedan en mi dirección. No arrancamos bien.
No viene al caso detallar todo lo que me predijo, tampoco lo retengo, llegó un punto en que me empecé a confundir con el entrecruzamiento entre pasado, presente, futuro, casa, trabajo, metas, emociones y qué se yo cuánto más.
Si bien por momentos me impactaba lo que la chica iba interpretando, porque se asociaba conmigo, no dejaba de recordar la vez que una gitana, leyendo las líneas de mi mano, me recitó de corrido: "a vece tiene gana de comer a vece no tiene gana de comer ha querido mucho no te han querido ere bueno te ha devuelto mal". De esa forma, siempre se acierta.
Sin embargo un augurio me quedó grabado: la figura era una torre cuya cúpula se desmorona y parece salir de ella una lengua de fuego, al tiempo que dos hombres caen al piso.
-La casa de Dios. Una carta temible, no te lo puedo ocultar. Ruina, pérdida, destrucción que corre en tu dirección– sentenció, al tiempo que deslizaba por la imagen el índice, que termina apuntándome. Me dio escalofrío.
En un momento, detuvo la lectura y se quedó mirando el conjunto sobre la mesa, olvidada por completo de mi presencia, como si hubiese algo que se le escapaba. Decidí que ya estaba bien, mientras sacaba el dinero acordado.
-Se me hizo muy tarde. ¿Habrá llegado Palito? Raro que no me llamó…
-Nunca tiene crédito. Esperá que miro de acá…- se asoma, sentencia- No, no hay luz.
-Se le puede haber quemado la lamparita- bromeo.
-Usaría vela- replica seria- A ver… mostráme lo que tenés para dejarle.
Abro la carpeta y lo primero que aparecen son las tapas de Andanzas. Las reconoce, lo cual me extraña. Le comento que soy coleccionista.
-¡Te gusta el Indio! –exclama, contenta- ¡Esperá que te muestro algo!
Va detrás del biombo. Vuelve con un paquete grande, envuelto desprolijamente en papel madera y asegurado con varias vueltas de hilo sisal. Mientras desata los nudos, me cuenta, entusiasmada:
-¿Sabés que en Brasil conocí al nieto del que lo dibujaba? Hicimos un trueque y me traje esto. Pensé que podía vendérselo a los fans de acá, pero tienen más vueltas, son gente rara… A lo mejor vos me podés orientar…
Ante mi vista aparecen los cincuenta y dos cartones originales de “Padrino pedófilo”.