Mucho después, por el barrio del hospital, en la casa que papá me había prometido y tengo que reconocerlo, cumplió, en mi cuarto, que no era un cuarto sino que estaba destinado a baño, con las cañerías preparadas a la vista, el hueco del inodoro tapado. Ahí, quizá en el mismo momento que alecciono a mi compañero acerca de la inmoralidad del robo, sobre todo del robo de esas revistas que ya son definitivamente mías en calidad no de simples historietas que se pueden leer y dejar descuidadamente por ahí y usar para hacer anotaciones, hasta que se pierden o que alguien las tira, o se las lleva porque no las considera propiedad de nadie, al contrario de este pibe que si intenta robarlas es porque intuye el sello de propiedad, de colección, de auténtica colección, a partir de la noventa y cinco del Caciquito y de la ciento siete -“Platos voladores”- del Indio adulto. Es quizá ahí, entonces, decía, que advierto que algo extraño está pasando con los lomos y no sé como impedirlo. Se doblan y por más que los fuerce no vuelven a su posición original. Las manchas se extienden en el interior. Eran lisitas antes. Mi inquietud crece porque no relaciono, no sé que la casa –mi habitación, que en realidad será un baño- es toda humedad, que por las cañerías desnudas corre agua que busca salir. Ignoro todavía el efecto devastador de la humedad en estas revistas. Falta tanto para aprender los ritos de guardarlas en bolsitas individuales, moverlas seguido, esconderlas de la luz, no permitir que el polvo y los insectos las toquen. Entonces, me digo, aún cuando las hubiera conservado no habrían llegado vivas a estos años. El deterioro de esos cadáveres, me consuela pensarlo, sería monstruoso.
En ese mismo tiempo, las que están sobre la mesa de luz de mamá también me inquietan. No avanzan, no se mueven. Las reviso todas las mañanas para ver si terminó de leer alguna. O si al menos adelantó unas pocas páginas. Siguen igual, la de arriba de la pila, la que estaba doblada desde hace semanas, sigue doblada en el mismo lugar, y ese doblez detenido conspira contra el estado tanto como la humedad. Se queda dormida en la primera hoja, está cansada. Ahora mamá trabaja y llega casi sin fuerzas a la cama, y ya no las lee y ya no podemos comentar juntos la última aventura. Yo necesito que no estén ahí, me inquieta no poder agregarlas a la pila del cajón que hacía de biblioteca, que sigue igual, mientras la pila de nuevas crece sobre la mesa de luz. En menor medida, y oscuramente, me inquieta además su cansancio.