Los coleccionistas terminaron siendo para mí una raza extraña, ni hablar siquiera de los que se dedican a las Selección de las Mejores, que directamente me resultan extraterrestres, a los coleccionistas respetables me refiero, aquellos que tienen muchísimo más material del Viejo del que poseo, por ejemplo uno que vivía en Palermo, y con el que arreglamos para hacer un canje, acorde a aquella temprana propuesta de mamá, porque a mí me interesaba el número uno de Locuras, que siempre me resistí a pagar las fortunas que pedían, cuando yo de chico lo había comprado en el kiosco por monedas –no haber sido previsor y guardarlo, no haber sido vidente y haber acaparado varios ejemplares-.
Este coleccionista lo tenía repetido y lo cotizaba en un valor razonable, en el límite de lo que yo estaba dispuesto a aceptar, teniendo en cuenta que había completado las Locuras hasta el cincuenta, por poner un número redondo, bastante más arriba de lo que me interesaban, porque ya se tornaban una sucesión de gags, donde el play-boy siempre terminaba cayendo parado, con un débil hilo argumental, en contraste con las primeras aventuras, donde conservaba su carácter de vivillo de cuarta, sempiterno perdedor, tal como aparecía en las Andanzas y en las tiras semanales, junto a su tío, el Coronel.
Habiendo completado hasta el cincuenta, decía, menos la uno por porfiado, que no podía dejar de tener.
Encima, yo venía dulce, con una caja repleta de Andanzas y Correrías, una etapa completa entre los números ciento veinte/treinta y ciento ochenta/noventa de unas y otras –se llevaban un año de diferencia en la aparición-, producto de haberle dado credibilidad a un anuncio en Mercado Libre en el que ni siquiera había fotos, y donde el vendedor contestaba de forma imprecisa, en un momento en que abundaban los anuncios falsos, que había inaugurado resentido con el sitio y como forma de boicotearlo, junto a los mercaderes abusivos, con el seudónimo de ELCOVE, unión de las iniciales de ELio COradino VElez, un anciano que publica en Mercado Libre los números uno al diez –más dos repetidos- de Andanzas en subasta, porque lo habían echado de su casa y no le quedaba más remedio que vender lo poco que rescató para poder subsistir, y le han dicho que esas revistas pueden llegar a valer unos pesitos y contesta las preguntas de los interesados con un respetuoso lenguaje de otra época, encabezando con Estimado Sr., lo cual es inusual en Mercado Libre, donde todos optan por lo coloquial.
ELCOVE calcula que van a caer como moscas los mercaderes, aprovechándose de la ignorancia del viejito sobre la fortuna que tiene en manos. Es entonces, en ese momento, que ELCOVE planea revelarse cruelmente como EL COleccionista VEngador, burlándose de la avidez de sus víctimas, aunque las cosas no terminan saliendo como pensaba.
Ese puntapié inicial había servido para que todos –vendedores y coleccionistas- terminaran sospechándose mutuamente, enredados en un juego de “¿Quién es quién?”, como la sesenta y ocho de Correrías, que trataba de dos gemelos, que habían sufrido un accidente de aviación, en el que uno había muerto y el otro perdido la memoria, de modo que no se sabía quién era quien, y ese título, a su vez reproducía el nombre de un ingenuo programa de la época, los ’60, que vagamente recuerdo, y donde tres participantes decían ser la misma persona y se debía averiguar cuál era el verdadero.
Le había dado crédito al anuncio del que todos desconfiaban, decía, justamente porque los falsos que empezaron a pulular en imitación de ELCOVE, casi como una rebelión en el sitio, se empeñaban en ser creíbles y con éste sucedía todo lo contrario, desde la forma de publicar hasta el irrisorio precio, por lo que calculé que se trataba de alguien poco avezado en los terrenos del coleccionismo, no un farsante, y acerté.
De cualquier forma, fui con algo de recelo hasta cerca de un cruce de Panamericana, lugar de la cita, un callejón solitario, cayendo el sol de una tarde de verano, ideal para una emboscada. No me bajé del auto hasta ver llegar al otro, acorde a la descripción. El vendedor venía solo y tenía apariencia inofensiva.
Cuando abrió el baúl y me mostró el contenido de la caja, llena hasta el tope de ejemplares flamantes, con una sola leída de un primo que las había dejado olvidadas en un galpón, supe que estaba frente al negocio de mi vida. Muchas de esas revistas ya las tenía, pero servirían para mejorar el estado de mi colección, como buscaba aquel obsesivo del Parque con la del Irascible Coronel. Y luego canjear las repetidas, cumpliendo el precepto materno.
Con esa caja, la misma noche de la operación en Panamericana, me presenté en lo del coleccionista de Palermo, que abocado a los primeros números tanto de Andanzas, Correrías y Locuras, como de los semanarios y Libros de Oro, registraba agujeros varios justamente en la franja de numeración que yo acababa de conseguir por chaucha y palito.
No se era un potentado ni mucho menos. Conseguir los casi incunables números bajos de todo lo publicado por el Viejo lo había llevado a contraer fuertes deudas. En su caso, la afición rozaba lo patológico.