Las crónicas de Aishla 2

CAPÍTULO 7

Leuname llevaba en su mano un explosivo cónico, su mecha estaba encendida, mientras corría junto a los reclusos dio media vuelta, apunto donde había derramado el líquido inflamable. Ya fuera el frío los envistió despiadada mente.

— ¡Busquen refugio! —, comenzó a vociferar.

Mientras una bola de fuego comenzó a salir de la puerta de metal. Parecía un dragón escupiendo alguna cosa que se tragó y ahora vomitaba. Era de noche, y la nieve caía a borbotones, el gélido viento golpeaba feroz.

—¡Debemos escapar! —. Advirtió Shurgor a oídos del príncipe.

Una vos dijo—¡por aquí! crucemos el río, a estas alturas debe estar congelado, quizás tengamos más suerte, de los que murieron, sigamos por ellos y por nuestras familias.

Una vez reunidos en la oscuridad, comenzaron a caminar hacia donde el viento corría, así los perros no podrían sentir su olor, las huellas desaparecerían por la nieve, el viento no cesaba de soplar.

— ¡Será fácil perder cualquier rastro! — dijo otra vos.

— ¡Creo que sí! —. Dijo Shurgor

— Debemos ser rápidos y estar juntos, obliguemos a nuestros cuerpos a seguir caminando, aunque sea un día de camino, seamos fuertes, es posible que estemos cerca de unas minas. Solo un día de camino.

— ¿Quién eres? —. Pregunto Emanuel curioso—. Sin ustedes no hubiera podido llegar hasta este lugar.

— Brer señor, a su servicio— dijo el hombre hincado sobre la nieve.

— Levántate muchacho, que no es tiempo de dar honras en medio de este frio, soy uno de ustedes. —. Leuname se tomó la cabeza y sintió un fuerte pulso sobre su cabeza.

— Maldición príncipe, segamos avanzando — Ordeno Shurgor, Brer y otro hombre mas corpulento, lo tomaron del hombro.

La comitiva avanzo por horas, la noche se volvía cruda, avanzaban por un bosque oscuro, las extremidades de la comitiva comenzaban a congelarse.

—Mejor es morir aquí, que en ese pabellón de muerte— dijo una vos osca.

—Disfruto de este ultimo frio, otros tantos sucumbiremos en este lugar— expreso con gran desconsuelo otra vos.

Comenzaron a escuchar el ruido de una catarata, o lo que parecía ser un estrépito de agua que caía al vacío. Al acercase vieron el crepúsculo asomarse en la lejanía, una inmensa naranja gris que crecía sobre las tierras de Peishagold.

—Peishagold una ciudad destruida por el frio, debemos rodear estas tierras, aquí solo encontraremos la muerte segura —, Advirtió Shurgor.

— Por el momento no tenemos opciones, moriremos allí fuera, si no nos refugiamos aquí, estamos a días de Aishla, debemos curar al príncipe si no se recupera no tendremos lugar en ninguna comarca —. Dijo Brer encolerizado—. Si volvemos o rodeamos es muy posible que nos encuentren.

El cielo pálido volvió a mostrar su rostro, las nubes oscuras estaban depositadas sobre todo aquel rincón de Peishagold. Una torre se alzaba en el centro de la ciudadela ahora desértica.

Se escabulleron por la calles calladas, sin bullicio ni ajetreo, parecía dormida.

—Aquí solían vivir mis padres, antes del incidente del frío. ¿Quién sabe con qué nos encontraremos? Despertaron cosas extrañas desde que el frío llegó— comentó Brer brevemente.

—El frío es un tormento para todos, pero hoy puede ser nuestro refugio— añadió Emanuel, cansado.

Dentro de la ciudadela, caminaron sin impedimentos. Brer conocía Peishagold. Había un azul claro impregnado en las paredes, y el suelo oscuro estaba sembrado de cadáveres congelados, algunos gritando y otros destrozados como el vidrio.

Las cazuelas de acero, el fuego, botellas, verduras y la carne colgada, rodeadas de moscas que parecían cristales de obra labrada, contrastaban con la desolación del lugar. Los ojos de la comitiva parecían desalentados al ver la bravura del frío.

— Como si un viento los hubiera congelado repentinamente — dijo Shurgor mientras observaba horrorizado.

— No creo que haya sido de improviso — dijo Emanuel mientras colocaba su vista sobre un niño, que parecía gritar de dolor.

— ¿Qué cosa pudo hacer esto? — preguntó Brer horrorizado.

— Un dragón que tiene la capacidad de soplar y congelar todo a su alrededor — respondió una voz misteriosa.

La voz de un joven, de tez pálida, cubierto con una peluda capa marrón y un turbante grueso, y calzado con zapatos anchos, llevaba una antorcha en la mano. Apareció en medio de una calle desolada donde incluso los muertos parecían estar escapando de un animal. —Si quieren morir, por mí está bien—, dijo el joven, cuya nariz y ojos claros eran lo único visible de su rostro. —Debemos salir de las calles, síganme si quieren sobrevivir un día más—. Dando media vuelta, se marchó, la comitiva lo siguió de inmediato.

Caminaron unos minutos por la ciudadela, donde el azul claro se había impregnado en diversos lugares. Los hombres y mujeres repetían el mismo patrón: caras horrorizadas, niños gritando. El gélido resplandor del brillo de los utensilios o el vidrio impávido y escarchado, contrastaba con la nieve que cubría los puestos y las estatuas de hombres esculpidos. De repente, el viento comenzó a soplar.

—Debemos ponernos al resguardo, él está por despertar— advirtió el joven, mientras se lanzaba sobre una puerta en el suelo, tapada con objetos. —¡Entren rápido!— gritó, justo cuando un graznido de algún animal espantoso tronó como alaridos de un animal que moría cruelmente.



#2622 en Fantasía

En el texto hay: fantasia, aventura

Editado: 09.10.2024

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