Gabriel, había estado buscado por días a Sofía, su corazón latía con fuerza al mostrar la foto de su prometida por varios sitios, había un gran poster frente a las plazas con su rostro, decía que cualquier información sobre su paradero podía ser de gran ayuda, y si la llevaban a ella o algún indicio de que ella estuvo allí viva se pagaría generosa mente.
Busco por los lugares más despreciable que jamás pensó entrar, en zonas donde la prostitución era parte del mundo, no hubo mujer ni hombre al que el pudiera preguntar, días de estrés colmaban su vida, su celular sonaba sin cesar cada llamado pudo ser una gran hazaña, ya que cada pista eran falsas o llamadas burlonas o muchas veces haciéndose pasar por ella.
El cansancio lo estaba aniquilando, subió a cada tren que pudo, colectivo, taxi, subte, estación de servicio, almacén, y nadie la había visto. Cansado y desanimado subió a un andén y allí esperó un milagro, un maldito milagro que supo que no llegaría. había transcurrido ya tres semanas de su desaparición.
Tomo su celular, lo primero que vio en pantalla fue la cara de Sofía, en una vacación al sur, donde las montañas cubrían casi todo el paisaje, el cielo estaba nublado, y ella sonreía para él, Gabriel la miro un largo rato ya sin saber que hacer todo lo que pudo pensar y más lo llevo a cabo.
Se levanto de improvisto apoyándose sobre una reja, fuera de un túnel, sintió un jalón fuerte, que lo obligo a forcejear, no pudiendo dejar su mochila se soltó de ella, al mirar que fue lo sucedido miro por arriba de la reja y una cosa de ojos saltones salto hacia la oscuridad y lo miraba desde allí dentro, Gabriel miro hacia ambos lados y nadie podía ver lo que sus ojos veían, ya que una niña con su madre pasaba y no salieron dando gritos ni saltos.
Él se restregó sus ojos para ver si podía quitar de vista esa cosa que no supo describir, pero allí estaba mirándolo fijamente, bamboleando estaba su mochila en su mano huesuda y lo llamaba a que lo persiga, el miro hacia ambos lados, el gentío se agolpaba sobre el al llegar un tren cargado, ellos bajaban como estampida y nadie percato a la cosa.
— Gabriel, te estas volviendo loco— se dijo llevándose las manos a la cabeza y cuando miro su mochila estaba tirada delante de él.
Un hombre le advirtió que su mochila se había caído y que se lo estaba devolviendo.
— Muchas gracias buen hombre— contesto amablemente Gabriel.
— ¿Usted es el del anuncio verdad?, disculpe, disculpe, me llamo Alberto— y le extendió la mano.
Él lo miro, y le sonrió, como pudo.
—Mi más sincero pésame por su novia, hay gente indeseable en un mundo extenso lleno de vida, déjeme decirle que si pudiera ayudarlo lo haría con toda mi fuerza a pesar de que soy un hombre mayor tengo fuerza de diez muchachos.
Gabriel extendió su brazo sobre el hombro del hombre, y le dio las gracias— estuve a punto de tirar mi toalla, daría lo que fuera, por estar con ella y no he podido encontrar solución a este problema— titubeo un momento haciendo gesto en el aire.
—Dígame, ¿vio algo diferente? — preguntó sin saber que decir el anciano.
El apunto sus dedos hacia Alberto— Acabo de tener una imaginación muy fuerte, sentí que alguien arrebato de mi espalda mi mochila y al querer ver quien era el ladrón vi una figura horrenda que no puedo describir— se llevó las manos a la cabeza y se dijo— creo que me estoy volviendo loco.
— Muy interesante, lo que me cuenta a veces la mente nos juega una mala, y más en tu búsqueda desesperada— advirtió el hombre— nos descartó que allá sido real.
— ¿Usted dice que pudo ser? — pregunto Gabriel estupefacto.
—En un mundo tan grande y que esta sostenido por la nada, todo puede ser, ¿no le parece? — pregunto Alberto.
— muy correcto, todo puede ser— agrego Gabriel— ¿usted lo vio, al que se llevó mi mochila?
—Es muy posible, que lo allá visto, no descarto absoluta mente nada— dijo y agrego Alberto— en mundo tan inusual, todo lo imposible es posible si crees.
La charla con Alberto se volvía extraña— ¿y cómo es eso? Siempre utilice mi razón, debía estudiar así poder graduarme, o si no, eso no pasaría. Eso puedo asegurarle que si era imposible haber sorteado la tarea.
Alberto lo miró profundamente con sus ojos oscuros y su nariz rechoncha, llevaba un gorro gastado celeste de pescador, sus botas negras y jeans gastado. Una remera negra y un bolso color café de cuero. Me tío la mano dentro de su bolso y saco un libro pequeño, léelo y tal vez te encuentres con muchas respuestas.
El extendió su mano y lo revisó, no parecía ser de este mundo, o eso es lo que creyó al abrirlo.
— ¿Qué clase de cuero es este? se preguntó, solo que lo dijo en vos alta.
—Si te cuento— dijo Alberto— no me creerías.
— ¿Creerte? Ya no me queda nada, si tengo que ir a la iglesia para volver a creer lo haría.
—Muchacho, comienza a creer por qué tendrás que pelear y así no morir. Puedes morir de tristeza o dejar de lado todo lo que creías para comenzar la verdadera batalla.
— ¿y a donde encontraré a Sofía, con todo esto? — el extendió su mano queriendo devolver el libro— no quiero ser mal agradecido, siento que estoy perdiendo el tiempo.