CADENAS.
El viento cambió para soplar desde el noroeste, y las fosas nasales del lobo Warmong se abrieron al percibir el olor a carne. Sin previo aviso, el gigantesco lobo de guerra le lanzó un mordisco al caballo de la señora del puerto, y las poderosas mandíbulas se cerraron con un chasquido capaz de partir huesos y carne. El caballo relinchó aterrorizado al tiempo que se alzaba de patas y retrocedía ante el gigantesco lobo; aquella acción provocó una sarta de maldiciones de la señora del puerto, que intentaba rescatar a su caballo. Haskir fingió no haber visto nada mientras detenía a Dhirun con un tirón de las riendas y un taconazo en un flanco, y abría la carta que le había entregado la señora del puerto.
Sujeto por las amarras al "Demoledor Aullante", mientras este se mecía con inquietud de izquierda a derecha; por el río Angosto ascendía el frente de la tormenta que azotaba Ihkar con ráfagas de agua y lluvia helada. Los negros mástiles de veintenas de barcos corsarios atracaban los cielos a lo largo de la costa abriendo en el espacio portales dimensionales, como bocas negras: dos tercios de la flota ligera de Sedorach permanecían anclados en la Ciudad de los Barcos durante los largos meses del invierno y verano, en los estrechos del Mar Angosto.
La ciudad de Ihkar estaba situada en un ancho valle rodeado por los formidables peñascos de las montañas del Reino de Malash, era la primera ciudad, el primer bastión de aquel poderoso País; Malash era uno de los Reinos Corona. Diques secos, almacenes y dependencias de esclavos dominaban la orilla oriental del río; la ciudad en sí, con las murallas, altas casas solariegas y estrechas calles, se alzaba en la margen occidental. Los nobles también tenían muelles privados en la orilla oeste, y se le había pagado a la señora del puerto una suma considerable de oro y carne para tener el privilegio de usar uno de los muelles de la nobleza como si fuese suyo.
Tres puentes de piedra y oscuro hierro conectaban las dos mitades de Ihkar y el portal dimensional de Urhadar, y era bien sabido que los nobles de la ciudad contrataban bandas de matones para que obligaran a los viajeros que iban en su dirección a pagar un derecho de tránsito. Haskir se habría deleitado con un enfrentamiento semejante en cualquier otra ocasión, pero no con casi dos centenares de esclavos elokhar en su poder; los elfos dimensionales eran difíciles de conseguir, y se decía que la “cacería salvaje” hacia incursiones en el este de Valeran con el propósito de rescatar a sus hermanos que habían sido secuestrados, y con mucha frecuencia Malash también había sido objeto de incursiones. Incursiones que no duraban demasiado; puesto que el Rey Glauka sabía cómo lidiar con aquellos seres dimensionales. Se decía que el mismo Rey era portador de uno de los Discos solares; uno de los discos que el mismísimo anciano Supremo de Valimar había entregado a los reyes de todo el Continente Meridional. Aquel que poseyera dicho disco era capaz de manejar la frecuencia a niveles elevados, de modo que energías como la magia se volvían en energía inútiles; sin embargo, sus secretos y su uso eran más que un misterio
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Fue una fortuna en carne y sangre la que bajó con paso tambaleante por la pasarela del "Demoledor Aullante", los esclavos elokhar iban sujetos por cadenas que les rodeaban muñecas y tobillos, y los unían entre sí en dos largas filas de cien esclavos cada una. Los doce nobles de la pequeña partida de guerra montaron sobre sus lobos, y una compañía de mercenarios armados con lanzas y espadas rodearon a los temblorosos esclavos sobre el muelle de madera.
Un puñado de capataces mantenían a los elfos dimensionales en formación con las veloces lenguas de largos látigos Khardain; látigos que eran capaces de despedazar la carne; mientras los soldados se volvían hacia el exterior para vigilar los tres angostos accesos que llevaban hasta el muelle y las estrechas ventanas de los edificios circundantes.
Habían transcurrido casi cuatro horas mientras los marineros desembarcaban a los caprichosos lobos Warmong, a los esclavos y, por último, el equipaje de la partida incursora. Comenzaba a caer la noche y cada minuto que pasaba ponía más nervioso a Haskir. Cuanto antes salieran de la ciudad De Ihkar y tomaran el camino a la ciudadela de Sedorak o Adualak, mejor.
La carta que se le había entregado esperaba aquella mañana; cuando el “Demoledor Aullante” se mecía de izquierda a derecha, le había sido entregada por la señora del puerto, Taiana, cuando acudió a recoger el soborno que seguramente su captor tenía dispuesto para ella. El incursor hizo girar distraídamente el pequeño paquete entre las desnudas y amarillentas manos para comprobar que no hubiera agujas ocultas ni hojas afiladas. Era muy sabido que en Malash podían matarte; incluso una carta como la que había recibido era un arma para matar, podía tener un componente venenoso; sin embargo, la carta era un material de buena calidad, pesado, sellado con un goterón de lacre y un sigilo que le resultaba vagamente familiar. Con el entrecejo fruncido, Haskir sacó una daga de hoja fina que llevaba en la cintura y cortó el paquete donde ya hacia la carta. Dentro había una sola hoja de papel. Haskir reprimió un gruñido y acercó la carta a la cara para descifrar la letra manuscrita apenas legible, y tuvo que verse obligado a fruncir el ceño para entender lo que la carta decía: