Las Crónicas de Oriuz. La Luz Fundida

Cap 1. Doce Carretas Escolares

- Lunes, dieciséis del mes Pantera -

Una mañana bastante fría que puede congelarte aunque estés muy acurrucado en el interior de tus cálidas sábanas. El sonido característico de alguien tocando la puerta principal de mi alcoba, aún más siendo ésta de madera, taladran mis tímpanos, como si no tuviese ya suficiente con levantarme temprano el segundo día de la semana.

            — ¡Zuri, Ya levántate! Es tu segunda semana de colegio, y no quiero que llegues tarde por tu apatía.

Hago caso omiso por cuatro, quizá cinco o seis, segundos a la voz de mi mamá llamándome desde fuera de mi habitación. Entiendo que mi madre quiera que me levante para que no pierda una de las doce carretas que manda la escuela a la que asisto a mi pequeño pueblo a recoger a los alumnos para asistir a sus respectivas clases, pero aun no entiendo cómo es que cree mi madre que a las cinco de la mañana perderé alguna carreta cuando dichas llegan hasta las siete de la mañana en punto.

Puedo suponer que son las cinco de la mañana porque aún seguimos a oscuras en el pueblo. La luz del alba aún no llega hasta acá.

            —Ya voy —contesto apáticamente.

Aparte de levantarme temprano, tengo que soportar el chillante sonido de la puerta abriéndose mientras vuelven a taladrar mis tímpanos, aunque el hecho que se molestara en tocar antes de poder siquiera entrar es un gran avance para ella, considerando que a menudo no se limitaba a hacerlo, pues siempre entraba sin siquiera limitarse a tocarla antes. Trae consigo un candil encendido que me ayuda a iluminar toda mi habitación.

            — ¡Mira este desorden, jovencita! —Sin mirarlos directamente, puedo sentir sus ojos llenos de molestia puestos sobre mí —. ¡Cuando llegues de la escuela lo primero que harás será asear toda tu habitación! —incluso el enojo se expresa en cada palabra pronunciada anteriormente expulsada de sus labios.

            —Sí, madre —me incorporo en la orilla de mi cama mirando a mi madre ya lista para salir a trabajar. Aún no sé cómo es que no tiene frío en sus piernas con esa falda de lana que tiene, pero me imagino que es la costumbre de salir con ella casi del diario durante diez años trabajando la tierra ­—, lo bueno ha sido que me diste permiso de poder realizar mi pequeña reunión.

            —Supongo que también te lo habías ganado, pero bueno… Estaré preparando el desayuno. Tu agua caliente ya está en el baño, no tardes más de lo que acostumbras— entonces sale de la habitación.

Todos los días ella tenía que levantarse muy de mañana para realizar las actividades diarias de nuestra vida en Ranji, el pueblito que me vio nacer. Shirley Valdivia, mi madre, echaba una mirada en el único espejo en la casa, dentro de mi habitación, pero yo ni siquiera le encontraba el caso en que lo hiciera, ¿para qué?, si tan sólo iría al trabajo, no a una festividad.

Al buscar con mis pies descalzos mis sandalias por debajo de mi cama, el frío del suelo y el sonido de las vasijas de barro me hacen recordar lo de la noche anterior. Ayer Kenzie y Jan habían ido a mi casa.

Decidimos hacer una pequeña convivencia porque, aparte que hace tiempo no nos frecuentábamos por el tiempo que consume todo el trabajo de los padres de Jan, quien no podía pedirles permiso, sólo a determinadas horas y momentos que los encontraba en casa. Y Kenzie por haberse mudado justo el sábado pasado a la pequeña ciudad donde está nuestra actual escuela, siendo nada más hoy el último día en vivir aquí en Ranji, era también porque hacía tiempo yo también no me divertía tanto conviviendo con mis amigos de la infancia.

Platos de barro con moronas de comida, otras vasijas aún de pie que fueron llenadas la noche anterior con agua de diferente sabor. La cantimplora artesanal yudiana de Jan olvidada y tirada debajo de la cabecera de mi cama, pedazos de tela con frituras artesanales tiradas en una esquina…

Ahora que lo veo, creo que mi madre tiene justa razón para molestarse conmigo, y no la culpo, el hecho de ver la mesita que utilizo para mis actividades extracurriculares llena de moronas y un par de platos con algo de comida no da motivación para hacer nada sobre ella, ni siquiera da gusto entrar en mi habitación.

Me levanto y camino a mi pequeño ropero de manera apática, mirando mi rostro decaído y con ojeras terribles justo al pasar junto al espejo de obsidiana muy bien lijada colgado entre mi cama y mi roperito. Tomo las toallas de fina lana, y me coloco las sandalias que veo debajo de mi cama, junto a una vasija tirada y seguramente vacía; en el mejor de los casos, claro.

El baño se encuentra en la parte trasera de mi casa. Ni corta ni perezosa, salgo de mi habitación y giro a la izquierda. Camino por un corto y estrecho pasillo para llegar a una habitación vacía que usamos para guardar cosas que ya no utilizamos, que podamos darle nuestro metal al vendedor de fierro viejo.

¿Cómo no recordar al señor Nhat cuando llegaba a nuestro pueblo carraspeando su garganta tras cada grito de “¡Fierro viejo que venda!”? Su trabajo es arduo. Tirar del carro de madera es de por sí cansado, y aún más por la carga adicional de todo lo que va adquiriendo. Luego el sol, la lluvia, el viento, las contrariedades y el malhumor de la gente… En verdad que el señor Nhat es de admirar.

Hoy, sobre todo hoy, inicio de la segunda semana académica, me hace sentir feliz, de cierta manera. Nuestro horario escolar es uno de los mejores que he tenido desde que estuve cursando los tres años primordiales del preescolar. Básicamente las matemáticas y los demás conocimientos que hemos adquirido han sido cambiados drásticamente de hora.



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En el texto hay: drama, invisible, mundosdiferentes

Editado: 15.10.2021

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