El frío nos atrapó, destrozados el destino nos encontró.
Cuando te conocí, ya no sentías nada.
Y cuando me conociste ya me había puesto la soga.
Los nublados cielos nos hablaron, y nos calmaron.
Me diste la mano, mientras perdía el conocimiento.
Abrazaste mi miedo y yo conocí tu cerebro incuerdo.
Conoci más de un ser con tu nombre y a todos los amé.
Con los árboles secos y las lágrimas en los ojos.
Tomaste mi mano, mientras te llevaste la tempestad contigo.
Aquél otoño cálido, me entregaste tu corazón herido.