Los pasillos del castillo se encontraban tan poco concurridos que la mujer de cabellos pelirrojos se sorprendió cuando vio a una joven guardiana dirigirse hacia ella. En un principio pensó que la pasaría de largo puesto que eso era lo que hacían la mayoría de los guardianes cuando la veían, pero cuando vio que se detuvo justo a medio metro de ella, optó por detenerse también y preguntarle el motivo de su intervención, pero la joven fue más rápida que ella en hablar.
—Señorita Anthea, el Padre del Tiempo solicita su presencia en la Habitación de los Espejos —la pelirroja sonrió de medio lado al escuchar aquello.
—Qué coincidencia, justo me dirigía hacia allá —murmuró y la guardiana se hizo a un lado para dejarle el paso—. Gracias —le regaló una sonrisa, la joven solo asintió y prosiguió con su caminar al lado contrario al que Anthea se dirigía.
¿Por qué él solicitaba su presencia? Eran pocas las veces en las que él quería verla, por lo normal ella le imponía su presencia y no le quedaba más que aceptarla, mientras se dirigía con paso firme hacia su encuentro su mente no cesaba de tratar de adivinar los motivos que tendría el Padre del Tiempo para llamarla, era divertido, ya que aquel hombre siempre le había parecido complicado de entender.
La Habitación de los Espejos era precisamente aquello, una habitación con espejos colgados en tres de sus cuatros paredes, además de dichos objetos lo único que podías encontrar allí serían un par de sofás y una pequeña mesa con diversas botellas alcohólicas de diferentes tipos y marcas. Con normalidad aquella habitación solo era usada por el Padre del Tiempo, quien a través de los espejos podía ver lo que él quisiera e incluso le servían para transportarse a algún lugar y tiempo.
Cuando Anthea entró en la habitación de inmediato buscó a aquel rubio que había corrido con la suerte de heredar tan laborioso cargo y lo encontró en el sofá principal, con una copa de whisky en su mano, como era lo usual.
—Es una ventaja que los portadores del tiempo no puedan morir de una enfermedad humana, porque de lo contrario seguro que tú terminarías muriendo de cirrosis —fue el saludo que le dio al acercarse a él y quitarle la copa de la mano—. Solicitaste mi presencia, ¿para qué? —Anthea se sentó en el sofá frente a él, se cruzó de piernas y bebió de aquel líquido mientras esperaba la respuesta a su pregunta.
—Ha nacido la última de las cuatro Vettoris… —el rubio parecía estar demasiado pensativo e inquieto, a Anthea le divertía verlo de esa manera, ya que por lo normal no solía perder la serenidad que lo caracterizaba la mayor parte del tiempo.
—Sí, lo sé —una pequeña sonrisa se encontraba en los labios de la mujer de cabellos como el fuego.
—¿Qué debo de hacer ahora? —sonaba angustiado, preocupado, inquieto, Anthea estuvo tentada a burlarse de él, pero se dio cuenta de que no era el momento adecuado para una de sus bromas.
—Por el momento debes esperar a que crezcan y mantenerlas vigiladas, te recomiendo que mandes a una pareja de guardianes para que vigilen a cada niña —el rubio asintió sabiendo que era lo mejor.
—Por fortuna los padres de una de las portadoras son guardianes, Darren y su esposa perderán la vida defendiendo a su hija si es necesario —la pelirroja asintió dándole la razón—. Pero eso no es lo que me preocupa, sino el que yo no sea lo suficientemente adecuado para guiarlas, ha pasado poco más de siglo y medio desde la última vez que hubieron Vettoris, a las últimas las conocí, pero no las guíe yo, sino mi padre, él si fue un gran Padre del Tiempo…
—Basta ya —lo interrumpió Anthea, quien no soportaría verlo dudando de sí por más tiempo—. Ahora tú eres el Padre del Tiempo, tienes que tener confianza en ti y en lo que haces, tienes que demostrar seguridad aunque no la sientas, ahora tú eres la persona más influyente, no debes dejar que te vean dudar, utiliza tus poderes, aprende del pasado, investiga un poco del futuro y aplica tus conocimientos en el presente —la seriedad y seguridad en la voz de aquella mujer no dejaba espacio a replica alguna, por lo que el rubio solo se limitó a verla—. No olvides quién eres y como puedes llegar a ser recordado por todos.
El Padre del Tiempo asintió, un gesto que podía significar nada, pero Anthea, quien vio la nueva seguridad en la mirada aceitunada de él, no pudo sentirse más satisfecha.
Terminándose lo que quedaba del whisky en su copa, se levantó del sofá y acto seguido se encontraba dándole un ligero abrazo al rubio.
—Todo te saldrá bien, no lo dudes, serás el mejor Padre del Tiempo que haya existido —al separarse de él, pudo ver la mirada inquisitiva que le estaba dirigiendo.
—¿Por qué eso ha sonado a despedida? —inquirió.
—Porque lo es —la simpleza de su respuesta no le bastó al hombre quien esperaba por una explicación más detallada—. He tenido una visión, tendrás que recorrer este camino solo, yo no estaré para ayudarte, ni nadie de mi especie —los rasgos de él denotaban la sorpresa que lo había invadido—. No es una despedida definitiva, pero no estaré cuando más me necesites, solo regresaré cuando todo lo que tiene que pasar haya terminado…
—Anthea… —la pelirroja negó.
—Así tienen que ser las cosas —el rubio asintió muy poco convencido, no le gustaba para nada aquella idea, ella era la única amiga con la que contaba, por supuesto que la necesitaría a su lado, además de que sus poderes le podrían llegar a ser de mucha ayuda.
Editado: 07.11.2020