Mara.
Ver como un matrimonio se destruye es una de las peores cosas que uno puede ver, en especial cuando de tus padres se trata.
Evité bajar al comedor esa mañana, la casa se sentía tensa. Era impresionante como una discusión podía arruinar la buena vibra y actitud de uno.
No me sentía bien. Y ni siquiera era mi pareja. Era impresionante como podía afectarme, y no lo entendía. No entendía porque yo salía afectaba cuando los que tendrían que hacerlo eran ellos y no yo.
Me dolía escuchar los gritos y cosas rotas. ¿La escapatoria?, escuchar música. Subía a mi habitación, cerraba la puerta con seguro, ponía música a todo volumen y comenzaba a gritar, gritaba para sacar la furia que tenía y no podía sacar delante de ellos. Me dolía y la sensación era horrible.Al otro día despertaba con dolor de garganta, apenas podía hablar y mi voz sonaba rasposa, es por eso que siempre susurraba.
Esa mañana no fue la excepción.
Cuando llegué al salón de castigos, Mabel llegó a mi y me envolvió en un cálido abrazo.
Entendía la razón por la cual hizo tal acción. Había terminado la llamada y no conteste los mensajes que me habían enviado, supongo que no estaba lista para afrontar que ellas habían escuchado todo el lío.
—¿Todo bien?—preguntó Chelsea, acercándose a nosotras.
—Todo—mi voz salió rasposa y baja. Aclaré mi garganta—... todo bien.
—¿Qué le sucedió a tu ropa?—Mabel me examinó. La verdad es que mi ropa estaba hecha una desastre. Ni siquiera sabía que tenía puesto, tampoco me importaba.
—Nada, no te preocupes. Traje más ropa—me acerqué a Peter y me senté junto a él—.¿Listo para que te ayude en matemáticas?—Peter me miró con el ceño fruncido—. Peter.
Sacudió su cabeza y comenzó a sacar lápiz y papel.
—Si, listo—acercó el papel cuadriculado y señaló un par de cuentas—. ¿Me explicas esto? Por favor.
—Polinomios—dije viendo las cuentas.
—¿Poli... Qué?—por Dios, este chico estaba perdido—. No importa, ayúdame.
—Bueno—rasque mi cuello, incomoda. Peter acercó una botella de agua y me la ofreció, tomé el agua y bebí la mitad del líquido—. Gracias—señalé la primer cuenta—. Bueno, primero, antes que nada, la equis —la señalé— es el equivalente a uno, siempre va a valer uno. Explicado eso, ahora...
Seguí explicándole la función y el proceso de la cuenta. Era gracioso ver sus gestos al ver el proceso y no entender. Por suerte fui paciente y le explique las veces necesarias. Luego de explicarle el proceso como unas diez veces, le dije que se tomará su tiempo para resolverlos y Peter se tomó su tiempo, y cuando digo que se tomó su tiempo, se lo tomó bastante a pecho.
Después de que terminara de hacer las cuentas me pasó la hoja.
—No entiendo como lo haces—dijo de un momento a otro, mirándome mientras apoyaba su cabeza en la palma de su mano.
—¿Qué cosa?—pregunté quitando la atención de la hoja.
—Eso—miró el papel en mis manos—. No entiendo como puedes entender las matemáticas, es imposible.
Reí por lo bajo y devolví la atención a los ejercicios.
—No es imposible, es complicado. Sin embargo, se debe hacer con tranquilidad y paciencia—terminé de mirar y sorprendentemente estaban todas bien—. Están todas bien.
—¿Es enserio?—preguntó incrédulo, asentí—. Wow. Gracias, enserió.
Chelsea se acercó a nosotros con tranquilidad y acomodó una de sus típicas chaquetas de cuero en la silla.
—¿Irán a casa de Mabel?—preguntó mirando sus uñas.
—Yo si iré—dije mientras anotaba unos cuantos cálculos para darle tarea a Peter—. Ten—me miró con confusión—. Son ejercicios para que las hagas en tu casa.
—No prometo nada—habló —. Y respondiendo a tu pregunta, si iré—tomó su mochila y se dirigió a la salida, pues el castigo ya había terminado—. Nos vemos en la noche.
Me acerqué a Mabel a desearle un feliz cumpleaños, pues a pesar de haber estado aquí por horas no le había dicho nada.
—Feliz cumpleaños—dije y ella me sonrío para luego darme un abrazo.
—Gracias—tomó mis manos y me miró a los ojos—. ¿Esta todo bien?—Chelsea se acercó.
—No creas que no oímos los gritos anoche—dijo.
—Se que lo oyeron, pero por favor, no comenten nada...es un tema complicado.
—No te preocupes.
—Aquí están—reconocí la voz de Cami—. Las estuve buscando por toda la escuela.
—¿Acaso no sabes dónde queda el salón de castigos?—preguntó incrédula Chelsea.
—Nunca he estado en detención—contestó al tiempo que recogía su cabello pelirrojo en una coleta alta.
—¿Qué haces aquí?, las clases terminaron hace horas—dije.
—Quería esperarlas, Mar.
—¿Mar?—repitió Chelsea.
—Así es, no te ofendas—me miró —, tu nombre es muy bonito, pero creí que un bonito seudónimo te quedaría genial—miró a Chelsea—. Soy Camila, pero puedes decirme Cami—extendió su camino hacia ella.
—Chelsea.—extendió su mano, tomó la de ella y la estrecho.
—¿Puedo decirte Chels?—preguntó ilusionada.
—No.
—Esta bien, Chels—dijo sin importarle lo que Chelsea acababa de decir—. Vamos, Bel, tenemos que ir a tu casa. Nos vemos chicas—ambas se despidieron de nosotros antes de cruzar la puerta.
—¿En qué iras?—pregunté una vez que las chicas salieron del lugar.
—En realidad dije que iría a casa de una compañera para terminar un trabajo y que pasaría la noche en su casa—se encogió de hombros restándole importancia.
—Pero ¿En dónde pasaras la noche?—volvió a encogerse de hombros.
—No se, pero me las arreglaré. Siempre lo hago.
—Quédate en mi casa—solté de repente. Dejó de mirar sus uñas y puso toda su atención en mi—. Digo, no es necesario que te quedes, lo digo porque no tienes a donde ir. Me sentiría muy mal sabiendo que no tienes a donde ir.
Me miró por unos segundos con la cara más seria del mundo para luego volver a encogerse de hombros. Vaya que a esta chica le importaba poco las cosas.