Strange y Wong bajaban aquellos enormes escalones a gran velocidad. La presencia de ese ser era más latente y sabían que era la hora de por fin enfrentársele.
—Busca el libro de los sueños, Wong —pidió el Doctor llevando su mirada hacia la entrada principal.
—¿Qué tienes en mente, Strange?
—Es lo que esa entidad quiere y tenemos que evitar que llegue a él.
Wong observó severamente a su amigo, luego asintió y fue en búsqueda de dicho libro. El Doctor Strange no dejaba de mirar hacia la puerta, la ansiedad comenzaba a florecer y no comprendía por qué esta niña tardaba en llegar. A su mente llegó la idea de que tal vez si creyó que todo había sido un sueño, y logrando que esa emoción le dominase, Strange salió de su santuario y el cielo estrellado de Nueva York le recibió. Estaba agradecido que no fuera oscuridad pura.
Volviendo en sí dio los primeros pasos para ir rumbo a aquella tienda y tan pronto llegó a la esquina avistó a la chica junto a un joven, desconocido para él. Notó que ambos platicaban, la desesperación en ella era notoria y él parecía sonreír. Recordó las palabras de Christine, que un muchacho había llegado con ella cuando tuvo su colapso. ¿Sería él? Preparado para interferir en aquella nada armoniosa conversación, Strange percibió esa sensación, esa misma que envolvía a aquella entidad.
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—¡¿Qué haces aquí?! —insistió Rebecca demasiado ansiosa.
—Una caminata nocturna por el vecindario —confesó con una gran sonrisa mientras se encogía de hombros.
La joven suspiró agotada mientras llevaba una de sus manos a su rostro.
—No te creo, Haberdash.
—No pido que me creas. Supe que habías vuelto al turno nocturno.
—¿Quién te lo dijo? —preguntó asombrada mientras quitaba su mano.
—Ah... tu mamá.
—¿Cómo?
—Hable con ella hace unas horas, estaba furiosa. Creo que no vivirás para contarlo.
Becky sacudió su cabeza e hizo sonar las llaves del local. Sabía que tenía que correr a Edvard lo más pronto posible.
—Bueno, que eso no te preocupe, no es la primera vez que no viviré para contarlo. Ahora, si me disculpas, tengo algo importante que hacer —dijo, ofreciéndole irse con un ligero movimiento de manos.
Él sonrió.
—¿Qué es tan importante? —curioseó—. Son las dos de la mañana y la calle está muerta.
—Una llamada inesperada de un cliente.
—¡Vaya! No pensé que hicieras envíos de madrugada.
Los ojos de la joven se abrieron enormemente a la par que dejaba escapar un amargo suspiro.
—Es un cliente importante para Yamir... Ahora, si me disculpas... —recalcó.
—Pero no llevas nada de mercancía.
Rebecca dejó caer sus manos y la ira se apoderó de su rostro.
—¿Qué demonios quieres, Haberdash? —demandó.
Él ensanchó su sonrisa y ligeramente llevó su mirada a la lejanía, descubriendo a un familiar espectador.
—Comprar —dijo. Becky no ocultó su hartazgo—. Por favor, solo unas cosas. Tu cliente estrella puede esperar unos momentos.
—Créeme, no puede...
—Sí, sí puede. ¿Entramos?
A Becky no le quedó de otra más que aceptar la petición de Haberdash, abrió el local y se adentraron.
La estación de radio aún sonaba en su celular, había olvidado apagarlo. Curiosamente, Somebody is Watching Me, de Rockwell, comenzó a oírse. Rebecca se colocó detrás del mostrador y Edvard caminaba entre las estanterías, mirando con detalle a cada producto, indeciso de comprar.
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A Stephen Strange no le cabía la más mínima duda de que esa presencia se ligaba a ese joven. Y su rostro, no importa lo lejos que lo había visto, le era familiar. Sabía que lo había visto. Una vez que ambos jóvenes entraron al local, esa fuerza que le impedía moverse le liberó. Tomó una gran bocanada de aire y aceleró sus pasos hacia aquella tienda, preparado a lo que sucediera.
Rebecca apuntó el nombre de la canción en una libreta que tenía. La lista era larga, conocía la gran mayoría, aunque en algunas líneas unos signos de interrogación aparecían, dando a entender que su conocimiento en música retro a veces le fallaba. Por momentos observaba a Edvard caminar sereno y sin prisas por los pasillos de la tienda. Golpeteó su pluma contra la libreta y el escándalo que generaba, provocó que este le mirase.
—¿Pasa algo?
—Vas a comprar, ¿sí o no? —cuestionó furiosa.
—¡Claro! Solo que, no sé de lo que tengo ganas.
—Pues deberías saberlo.
Esa gran y desesperante sonrisa se plasmó en ese rostro y la necesidad por golpearlo surgió, hasta que el sonido de la puerta provocó que ambos llevaran su mirada ahí y una increíble sorpresa se dibujó en el rostro de Rebecca.
—Doctor Strange —mencionó, casi en un susurró.
Este le miró y luego llevó la mirada hacía el joven. Los dos se observaron severamente.
—Buenas noches, Keller —saludó.
La seriedad que apareció de golpe en la cara del chico tomó por sorpresa a la joven y también el hecho de que ambos se miraban, como si en una guerra estuviesen. Becky dejó de lado la pluma y se dispuso a intervenir en el momento que empezaba a ser incómodo y atípico para ella.
—¡Doctor Strange! —exclamó con su mejor sonrisa—. Justo iba para allá.
Haberdash movió sus ojos, observándola por el rabillo de estos y Strange no dejaba de analizarlo. Sabía que lo conocía, estaba seguro de que era a quien había visto en la dimensión de las pesadillas. Si tan solo su memoria no fuera tan cruel con él.
—¡Oh, así que él es el Doctor Strange! —exclamó risueño Haberdash. La expresión de Rebecca cambió a una impactada.
—Pero... pero... ¿Cómo...?
—Una vez lo mencionaste —confesó, regresando su mirada con él.
—Yo... yo nunca te dije su nombre... —balbuceando ella le echó un vistazo, demasiado atemorizada—. Es más, no recuerdo haberte hablado de él.