Ninguno de los dos había querido pronunciar palabra alguna. Tan pronto las pesadillas de aquel lago se desvanecieron, volvieron a conducirse por ese desagradable camino. El flojo sonido de sus pasos como el de sus respiraciones era lo único que se alentaban a generar. En ocasiones cada uno se miraba por el rabillo del ojo, sin que el otro lo notase, y el último vistazo que Strange le dio a Keller apreció como temblaba y se abrazaba a sí misma. El frío se había vuelto peor gracias a lo mojados que estaban.
El Doctor miró a su capa y con un ligero movimiento de cabeza apuntó a la chica. Su fiel prenda de inmediato obedeció y se colocó sobre los hombros de ella, quien al sentir la tela en su cuerpo se estremeció y miró a la amigable capa ajustarse y abrigarle.
—Gracias —dijo mientras tomaba un poco de ella para cubrirse. Él no respondió. Siguiendo con el sendero y con las ganas de quebrar el silencio, Rebecca decidió hablar—. Ah, Doctor… ¿Quiere hablar de…?
—No —respondió severo.
Ella le miró.
—¿Está seguro?
—Keller, por favor.
—Hablar es bueno —continuó, a pesar de la súplica. Strange suspiró amargamente—. Cuando yo hablé con usted sobre la muerte de mi abuela, puedo decir que sentí un gran alivio.
—Sabes lo que no significa, ¿cierto?
Ella frunció su ceño y asintió.
—De acuerdo. Cuando esté listo para ello, puede desahogarse.
Strange rodó sus ojos y otro suspiro surgió. Volvieron a quedar en silencio y mientras cada uno trataba de ordenar sus ideas, un fuerte estruendo junto a una resplandeciente luz les tomó por sorpresa. Stephen tomó a Becky de su brazo y la colocó detrás de él, mientras que con su otra mano hacía aparecer un escudo. Esperando lo que fuese, aquella luminosidad iba desapareciendo y la imagen de alguien conocido se hizo presente.
—¡¡Wong!! —ambos exclamaron impresionados.
El hechicero terminó de lanzar su magia hacia la oscuridad y un desgarrador grito se hizo presente. El eco comenzaba a desvanecerse y al percibir el llamado, miró a su lado y descubrió a sus amigos.
—¡Strange, señorita Becky!
El Doctor desvaneció su escudo y ambos se acercaron, y sin ocultar su felicidad, Becky corrió directa a él y lo abrazó con gran fuerza. Tanto sorprendido como feliz de encontrarlos, correspondió al abrazo de la joven, quien con unas cuantas lágrimas cubriendo sus ojos le miró sonriente.
—¡Me alegra que lo encontráramos!
—A mí también me alegra verlos —dijo palmeando la espalda de Becky. Después de tan conmovedor abrazo, ella se apartó y retomó junto al hechicero supremo. Wong los miró y quedó algo confuso por la condición que se encontraban—. ¿Por qué están empapados?
Ante esa pregunta Becky miró serena al Doctor Strange, quien parecía buscar una sensata respuesta. Mientras lo pensaba miró a la joven parpadear, dándole a entender que no diría nada con respecto a lo que habían pasado.
—Es una larga historia —confesó.
—De acuerdo, y con ello asumo que ambos combatieron sus pesadillas —los dos asintieron—. Me alegra saberlo.
—Y por lo que veo tú también lo hiciste —dijo Stephen mientras contemplaba a donde había atacado.
—Fue difícil, pero sí.
—Entonces, ¿ya no estamos bajo el control de Haberdash? —preguntó curiosa Becky.
Ambos la miraron y curiosos por esa cuestión se regresaron a ver.
—Puede ser —respondió Wong.
—No totalmente —reveló Stephen. Todos llevaron su mirada con él, en espera de una explicación—. Hemos escapado de sus encantamientos —dijo al apreciar aquellas expresiones—, pero no hemos escapado de la dimensión de los sueños.
—Seguimos dormidos… —mencionó la joven.
—Exacto. Aún estamos bajo su control.
—¿Y alguna idea para despertar? —cuestionó Wong.
Strange miró a su amigo para luego apretar sus labios y agachar su mirada, dio una media vuelta y comenzó su caminar. Becky y él se miraron confusos ante su respuesta y viendo como este se alejaba fueron detrás de él.
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Edvard se encontraba recostado en un enorme sillón en lo que el libro de los sueños flotaba sobre sus manos y el resto de las páginas terminaba de aparecer. Despacio bajó el viejo libro y empezó a buscar las hojas indicadas.
—Hacía siglos que hice este hechizo, casi creí haberlo olvidado —se dijo divertido y al descubrir lo que buscaba, su sonrisa llegó de oreja a oreja—. ¡Aquí está! —se levantó de un brinco y caminó a donde los cuerpos dormidos de sus víctimas estaban—. ¿Qué creen? —preguntó alzando al libro—. Ya completé el libro de los sueños. Me costó un poco, porque el paso del tiempo desvaneció algo de mis recuerdos sobre este encantamiento de desaparición, pero lo logré. Al fin volveré a mi dimensión y podré cumplir mi mayor deseo —Haberdash pasó de lado a los tres y subió unos cuantos escalones—. Pero antes de continuar, tengo que lograr acabar con ustedes. ¡Qué dolor de cabeza me han causado!
Él alzó sus manos y de nueva cuenta los cubrió con su enrarecida magia. Y dentro de la dimensión, todos se percataron de lo mencionado por él.
—¿El libro estaba incompleto? —preguntó Rebecca confundida.
—Lastimosamente, si—confirmó Wong.
—¿Entonces no se conoce una manera plena de salir?
—No —dijo Strange—. Desconocíamos el hecho de que el libro estuviese encantado.
La joven frunció su ceño mientras veía a ambos hechiceros seguir el camino, sacudió un poco su cabeza y luego miró a la capa. Al contemplar a la hermosa y carmesí prenda, su cerebro parecía crear varias ideas. Avanzó hacia ambos hombres y una vez cerca de ellos, dio la media vuelta y caminó en reversa.
—¿Puedo preguntar algo?
—Siempre haces preguntas, Keller.
—Es con respecto a este lugar.
—¿Qué necesita saber, señorita Becky? —continuó Wong, ante la queja de Strange.