Su libertad se sentía cada vez más cercana. Corría sin cesar, sin mirar atrás y el desgarrador grito del amo de la dimensión oscura le hizo sentir escalofríos por todo su cuerpo. Sus piernas querían detenerse, pero su corazón le suplicaba seguir. Jamás conoció lo que era ser libre, desde que tenía uso de razón habitaba en esa prisión bajo el mandato de Dormammu, y hoy, escaparía de su dimensión. Su hogar.
La mujer de largos cabellos platinados volvió a escuchar el rugir de su amo, y aterrorizada dio la media vuelta y observó a la lejanía la imponente figura de aquel ser, quien deseaba su fin. Horrorizada continuó con su escape y rogó por sobrevivir.
La materia oscura y el caos que le rodeaba se convertían en un torbellino arrasador, intentándola atraer hacia Dormammu. Ella tomó su largo vestido púrpura, lo levantó y aceleró sus pasos, sintiendo como su corazón se atascaba en su garganta, desesperado por salir. Su mundo cada vez se retorcía más y el temor se formó en su pálido y hermoso rostro, provocando el escapar de sus lágrimas.
—¡¡Regresa!! —escuchó.
Ella negó, jamás volvería a ser la prisionera de Dormammu, jamás volvería a realizar las mismas perversiones que él. La desesperación se apoderaba de ella y sintiendo como él le deslizaba, soltó su vestido y se elevó en los aires, admirando espantada el caos a su alrededor.
—Clea... —escuchó.
—¡¡No!! —gritó—. ¡¡Nunca más volveré a servirte!!
—Tienes que volver...
—¡¡No!! —repitió.
El torbellino a su alrededor se detuvo y su mundo volvió a hacer el de siempre. Ella observó mortificada descubriendo que la presencia de él había desaparecido. Con lentitud bajaba a una superficie, estando alerta de cualquier ataque. Conocía bien a su amo y este era conocido por atacar a traición. Sus pies tocaron el terreno, respiró agitada y buscó por doquier, sin señal alguna.
Pensando que la seguridad estaba de su lado, Clea continuó corriendo y alzó sus manos para invocar la magia oscura que profesaba, provocando una grieta en el ennegrecido cielo de la dimensión. Maravillada por lo que había creado, a través de esa grieta distinguió otro mundo, uno el cual siempre había deseado conocer.
—La tierra... —suspiró con una esperanzadora sonrisa.
Volvió a alzarse en las ensombrecidas alturas y sintió como la libertad le acogía. ¿Así se sentía ser libre? Ya que esa sensación era maravillosa, era algo que nunca imaginó sentir. Veía la grieta cada vez más cercana y con ello curiosas figuras, las cuales parecían asomarse ante lo que presenciaban. Cada vez se sentía más cercas cuando la colosal presencia de Dormmamu apareció, llameando con rabia y el rugir de su voz provocaba un eco ensordecedor.
—¡¡Regresa!! —rugió. El sonido molestó en los oídos de la mujer y llevó sus manos a cubrirse de cualquier nuevo ruido—. ¡¡Me perteneces!!
—¡¡No!! —vociferó—. ¡¡Yo no te pertenezco!!
—¡¡Si cruzas ese portal te prometo que te mataré!!
Ante aquella advertencia, Clea dejó caer sus manos y miró determinada al amo de su hogar. La locura invadió ese hermoso rostro y una sonrisa peligrosa apareció. Ella lo sabía, él no podía matarla. No aún. Él la necesitaba, ella era su apreciado tesoro en esta dimensión. La intensa y fúrica mirada que proporcionaba ese descomunal ser ya no la intimidaba más.
Lo que conocía sobre el tiempo era escaso, pero sabía que el haber estado en esa prisión había sido uno largo, casi eterno. Clea movió ligeramente una de sus manos y manipuló un poco de la materia que había a su alrededor. Dormammu le observaba y gruñía, esperaba a que regresara a su prisión como la perfecta esclava que era, sin embargo, el amo no percibió lo que la mujer realizaba. La sinvergüenza sonrisa que se había plasmado en su rostro no le inmutaba, y a ella tampoco le importaba.
—Vuelve Clea, vuelve a tu prisión.
—De ninguna manera, Dormmamu.
Sorprendido por la respuesta de la mujer, ella alzó su mano y lanzó la materia sobre los intensos y purpurinos ojos del conquistador. El desgarrador grito de dolor provocó en ella temor, y levitando a gran velocidad, se acercó a la grieta, angustiada por cruzarla. Escuchaba como el señor oscuro le maldecía y juraba con que lo pagaría muy caro. Clea cruzó la grieta, siendo recibida por una intensa luz que le provocó una ceguera momentánea.
Los perturbadores sonidos ya no eran legibles, las texturas de la superficie donde estaban eran curiosas y lo que poco a poco su vista distinguía era ajeno para ella. Distinguió una oscuridad y aterrorizada pensó que no había escapado de su mundo, pero el tacto, el olfato y el sonido seguían siendo diferentes. Alzó la mirada y contempló un cielo oscuro con puntos brillantes y llamativos y a su vez una larga y curva sonrisa alrededor de ellos. Bajó la vista y unas atípicas formas se encontraban a su alrededor, totalmente calladas e inmóviles.
—¿Dónde estoy? —se preguntó. Mientras reflexionaba en el sitio que había caído, creyó recordar haber visto esas formas con anterioridad, en sus momentos cuando recibía apoyo de la fallecida hechicera suprema; Ancestral—. Son... son árboles —se dijo, con una inocente sonrisa.
—¡¿Quién anda ahí?! —oyó.
El temor volvió a ella y desesperada se arrastró en la tierra para ocultarse de quién había llamado. Clea distinguió una brillante luz moverse de un lado a otro, la seguía con su mirada y de nueva cuenta escuchó esa voz, la que parecía ser masculina. No movió ningún músculo, siguió mirando hasta que esta se fijó en ella y levantó una de sus manos para cubrir sus ojos.
—Por todos los Vishanti... ¿Quién eres tú? —preguntó ese hombre, el cual ella no podía distinguir.
Clea no pudo responder, sentía miedo, temía que la regresaran a la dimensión oscura. Bajó su mano y cerró sus ojos, dejando que pasara lo que tenía que pasar. Al no recibir una respuesta, el hombre bajó su luz y una nueva apareció, llamando la atención de la mujer. Ella apreció el familiar brillo de las artes místicas terrestres y maravillada se alzó del suelo y apreció a aquel hombre. Un sujeto algo debajo de estatura, con surcos adornando su rostro y cabello totalmente blanco.