—¡Ángel! —Saludó ella. Su voz tenía un tono muy empalagoso—. Que gustó verte. Pensé que no vendrías.
Él bajo la mirada por unos segundos. Sus ojos ya no brillaban y ahí, me di cuenta de que algo no estaba bien aquí.
—Daniela —se limitó a decir.
Yo estaba bien engolosinada con los dulces. ¡Había para escoger de a montones!
—Ha pasado tiempo. ¿Aún me guardas rencor?
Parecía que ella no había notado mi presencia.
—¿Rencor? ¿Debería guardarte rencor? ¡Tú sabes la respuesta!
Ella soltó una risita burlona. Me sorprendió el hecho de estar viendo esta escena. Note como la mandíbula de Ángel se tensaba.
—¡Aun no me superas! —Dijo riendo.
¡Pero que se creía esta chica! Toda una engreída. Ángel se mostraba incómodo, como si quisiera escapar de ahí. ¡Debía ayudarle! Me acerque a él, le tomé del brazo y lo mire directamente a los ojos.
—¿Todo bien? —Pregunté.
Ni siquiera saludé a la Daniela esa.
—Todo bien.
Sus ojos parecían cansados. Asentí.
—¡Vayamos a casa! —Sugerí.
Quizá él también tenía un pasado y lo más probable es que hasta fuese de color gris. Note la mirada de la chica. Era muy prepotente.
Ángel hablo.
—Karol, ella es...
—Descuida Ángel. Ella no es relevante para mí. No hace falta que nos presentes.
La mujer se quedó sorprendida. Su mirada arrogante se tambaleó con mi desprecio. Le dimos la espalda y salimos de ahí.
Caminamos un rato por el jardín, terminamos sentándonos en una banca de madera justo enfrente de una fuente. En nuestro asiento, él solo permanecía en silencio, preferí no hacerle preguntas.
Puse mis dulces sobre mis piernas.
—¡Gracias! —Dijo después de un rato.
Me estaba mirando. Parecía estar tranquilo.
—¡Descuida! Parecía que te sentías incómodo.
—Verás, ella…
—¡Tranquilo Ángel! No es necesario que me des explicaciones. Solo, no me parecía correcta la actitud de esa chica. ¡Quién se creé!
Sonrió.
—Tienes razón. No es importante.
—¡Exacto! Por eso en vez de estar chiqueado, mejor comete un dulce. Toma.
Y le di un pulparindo. Él lo tomó y una sonrisa apareció en su rostro.
La noche era fresca.
***
Eran las ocho de la mañana cuando yo estaba en la cocina. Decidí que quería ayudar a doña Luisa con el desayuno. Preparamos huevos con salchichas, calenté algunas tortillas y también puse agua para té.
—¡Buenos días! —Saludo Ángel.
Vestía un traje negro. Su corbata era de color vino y la camisa blanca. Tomó asiento en uno de los bancos disponibles.
—¡Buenos días! —Saludamos Luisa y yo.
Tomamos el desayuno. Él parecía contentó y eso era algo bueno. Después de la fiesta, al volver a casa, note que su semblante era triste, nostálgico. ¿Tendría el corazón roto?
—Mi mamá quiere que vayamos a comer a su casa hoy.
¡Y vaya! Invitaciones como esas nunca imaginé tener. Sobre todo, porque yo no tenía estatus y nunca en la vida pensé que algo así pudiera pasar. ¿Debería aceptar?
—Eso suena bien, pero yo...
Lo pensaba rechazar.
—Ella quiere verte. Dice que le caíste muy bien.
El huevo con salchicha sabía delicioso con el sabor del vinagre picante. Era mi segundo día aquí y me sentía extraña, lejana y distante a mi realidad.
—Está bien. Me dará gusto ir a visitarla. Si yo pudiera, me gustaría llevarle algún presente como agradecimiento.
—Descuida. Yo puedo comprar unas rosas y se las damos.
Olvidé que el dinero era algo que él recibía todos los días, en cambio yo no tenía con que pagar algún obsequio. ¡Qué cosas!
—Es verdad. Sé que podrías hacer eso.
—Aunque siendo sincero, a mí no se me hubiese ocurrido algo así.
Intercambiamos sonrisas.
—Quiero decirte algo.
Se sorprendió un poco por mi petición.
—Dime, te escucho.
—Estuve pensando y obviamente estoy a gusto aquí en tu casa y agradezco mucho las atenciones que me das. Pero, pensé en salir a buscar un empleo, digo, eso es lo que hace la gente. Se trabaja para vivir y estar bien. Quizá yo pueda encontrar algo en lo que sea útil, digo, no pienso volver a prostituirme, pero puedo trabajar de otra cosa. ¡Ya sabes! Soy muy joven como para ser una floja mantenida.
Mi inquietud pareció hacerlo pensar. Termino de desayunar.
—Está bien. Yo te ayudaré a encontrar empleo.
Sonreí. Estaba emocionada.
—Te lo agradezco.
Se levantó y puso su plato en el fregadero.
—De mientras, no hagas planes para hoy. Paso por ti a la una en punto. Tengo que ir a arreglar unos asuntos en la compañía.
Ángel no solo era un arquitecto millonario. El verdadero fruto de su trabajo se debía a qué le gustaba la programación, la comunicación y la informática. ¡Él era un cerebrito!
Después de lavar los platos, subí a mi habitación. Me miré por unos segundos al espejo y finalmente me tumbé en el suelo alfombrado. Necesitaba pensar un poco en todo lo que estaba pasando conmigo.
La última vez que vi a mi padre, fue cuando él me saco a rastras de mi habitación. Mi hermanito estaba conmigo y se puso a llorar cuando me vio en el suelo. Mamá estaba en la cocina, cocía frijoles en la estufa y vi su mirada llena de dolor. ¿Qué podía hacer ella? Seguro que él la mataría y quizá si la mato, porqué yo nunca volví a saber de mi familia.
Mi primer dueño era agradable, me causaba desconfianza, pero al final fue un poco amable. ¡Se volvió malo! No imaginé que terminaría vendiendo mi alma a un padrote y que por muchos años yo sería un placer pasajero para muchos hombres. ¡Yo era apenas una adolescente!
La primera noche en el prostíbulo fue algo horrible. Él me llevó a su oficina. La pared era de color café, los sillones eran de cuero y el olor; el olor era un fastidio. Me quitó la ropa. Sus dientes sostenían un cigarrillo que desprendía una columna de humo por toda la habitación. Sus manos peludas me arrancaron la frágil cobertura de mi alma. Su mirada, sus ojos, sus malditos ojos nunca dejaron de verme. Quería llorar, debía llorar, pero al final me aguanté. Me trague las enormes ganas de querer llorar.
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Editado: 19.01.2024