Caminó erguido y seguro de sí mismo por la alfombra roja que encaminaba al trono. A él le pareció ridícula tanta ostentosidad, pero se limitó a llenar la estancia con su indescriptible atractivo y elegancia. Siguió caminando, con una sonrisa petulante dibujando su rostro perfectamente apuesto y los mechones negros cayéndole en desorden sobre unos ojos de un dorado exquisito.
Un cortejo completo yacía a ambos lados de la habitación. Y delante por supuesto estaba Iliene, con deseo salvaje brillándole en la mirada; sentada en aquel trono que le perteneció a su madre cuando sus padres aún vivían. Pero quien ocupaba el trono más ostentoso era Heinhää y él dedujo que incluso sin todas ésas cosas materiales que denotaban poder, ella podría someter a cualquiera con la mirada.
Se plantó delante de Heinhää, sin dejar de sonreír. Parecía como si la soberbia hubiese sido hecha sólo para él. Hubo un silencio extenso, que sólo se rompió con el crujido de sus ropas cuando éste hincó una rodilla e inclinó la cabeza.
-Es un honor presentarme ante ti, gran señora-dijo con devoción. Pero había algo distinto en aquel sujeto que los demás podían sentir. Algo tan maligno como la propia Heinhää que denotaba su superioridad.
-Es bueno que hayas llegado-se limitó a responder Heinhää, seria-. Te mostrarán tus aposentos para que te pongas cómodo.
-Gracias mi reina, ha sido un viaje muy largo- se despidió y casi imperceptiblemente le guiñó el ojo con un aire de picardía.
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-¿Estás seguro que no eres del norte?-inquirió Iliene tras exhaustivos suspiros.
-Seguro-respondió el forastero mientras se levantaba desnudo por una copa de vino. Ni siquiera se molestó en ofrecerle algo a ella. La joven se mantuvo quieta con las sábanas acariciándole el vientre por donde él había paseado la lengua minutos antes.
-¿No tienes algo más que decirme?-preguntó la muchacha, necia en su postura de querer sacarle información. Pero desde su llegada el extraño apenas si miró al cortejo que se encargó de criticarle hasta que desapareció tras las puertas. Y ella se las había arreglado para interceptarlo en el pasillo hacia su cuarto e insinuarle sus intenciones. No dudó mucho, empero ahora parecía tener el mínimo interés en la antigua reina, cosa que jamás le había ocurrido y que lastimaba su enorme ego.
-Al menos podrías decirme tu nombre- dijo resignada.
-Creo que es hora de que te marches-argumentó él para sorpresa de Iliene.
-¿Disculpa?-respondió ofendida. Él entornó los ojos, irritado. "Sigue siendo jodidamente humana" pensó.
-Dije que compartiría mi tiempo, mas no mi lecho. Ahora, puedes retirarte.
Iliene pensó en replicar, pero descubrió que no había nada más que decir. Por eso tomó su bata y salió de la habitación con discreción. Por muy ofendida que estuviese era aún más orgullosa. Y nadie debía saber que la habían rechazado. Como él había pensado, seguía siendo jodidamente humana.
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Heinhää estaba en el claro, esperando. No podía dejar de reflexionar que tan bajo habían caído ella y su raza para llegar a ese punto.
-Lamento llegar tarde-dijo el muchacho de ojos dorados. La reina se giró hacia él en redondo, exaltada. Pero en cuanto reconoció su voz se limitó a sonreír, tal vez, por primera vez.
Extendió los brazos y dejó que el muchacho la abrazase por la cintura.
-Te eché de menos-le susurró al oído.
El chico sonrió, con el cabello negro cubriéndole los ojos dorados.
-Tan apuesto como siempre-comentó Heinhää apartándole los mechones rebeldes del rostro, con los brazos del joven todavía alrededor suyo. Se quedaron viendo a los ojos un rato.
-Has tomado el control muy pronto-dijo él, cambiando de tema. Heinhää se apartó.
-Pero no lo suficiente. Es sólo un reino, pero hay muchos, muchos más.