Ulmina, que presenciaba esto desde sus aposentos, no pudo reprimir un grito de terror que alertó a los guardias que andaban por allí. Pero ella no estaba dispuesta a dejarse vencer. Tomó a sus gemelos y se preparó para defenderse. Había perdido ya a sus tres hijos varones ante sus propios ojos, consumidos por unas bestias del sexo y abominación. No planeaba perder a sus únicos hijos.
La reina de Ioley clavó cuchillos de merienda en los cuellos de los distraídos y rasgó rostros con sus propias uñas, desesperada por huir. Ciertamente no tuvo que luchar mucho, parecía que ellos no estaban en lo más mínimo interesados en la desdichada madre. Incluso cuando el joven de los ojos dorados se aproximó a Heinhää para advertirle de la huida de la mujer del rey Trwet, la demonio no hizo sino ademán de que la dejasen ir.
-Deja que informe a quien le plazca. No podrá advertirles a los demás reinos de una amenaza que ni siquiera podrán notar.
Y estaba en lo cierto. Días después los reyes de los respectivos reinos volverían a estar sobre sus tronos. Los más cercanos dirían que había algo distinto en sus monarcas, pero nadie les creería. Además ¿Qué importancia tendría que un rey fuese más inteligente o atractivo cuando una extraña enfermedad se había propagado?
La noticia de que el incesto se practicaba deliberadamente se esparció con una velocidad inaudita. Quienes los acusarían de abominación pronto se hallarían en las mismas circunstancias. Era una enfermedad que acusaba a adolescentes y adultos, asesinaba a los ancianos pero mantenían intactos a los niños.
En menos de tres semanas todo el sur padecía éste estado. Y parecía esparcirse rápidamente. Y fue justamente el primer destino al que llegaron las gemelas.
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Las calles estaban vacías, y sólo el olor a estiércol las recibió.
-Va a anochecer pronto, deberíamos buscar dónde pasar la noche-informó Okono.
-Lo sé-asintió Sansce-. Pero este lugar me da mala espina...
La maga detuvo su corcel y escudriñó el horizonte.
-Sansce...-Okono la llamó con urgencia.
Ella se giró hacia su hermana y se encontró con la mirada de un pequeño que estaba parado delante de sus imponentes caballos. El infante rondaría los cinco años, y llevaba el rostro sucio. La maga frunció el ceño.
-¿Qué haces aquí niño?-inquirió. Él no contestó.
Las gemelas intercambiaron una mirada.
-Vámonos de aquí-dijo Sansce.
-No podemos dejarlo-negó Okono-. Es demasiado pequeño para que se vaya solo.
Se volvió hacia el niño.
-¿Y tus padres?
Tampoco habló.
-Okono, vámonos, algo no está bien aquí y...
-¡Con que ahí estás!-exclamó una mujer de pronto. Ambas se volvieron hacia ella y en cuanto las vio, una sonrisa se dibujó en su rostro-. Y mira lo que nos has traído...