Las Hermanas Deltaff

POR LAS NOCHES

Parecía un chillido agonizante, algo tan aterrador que las dejó  pasmadas en su lugar.Por el recodo de la calle divisaron sombras, sombras de personas que caminaban lento, pero lastimosamente. La primera en aparecer fue un anciano que se arrancaba el cabello a tirones, gruñendo y gritando. Como si algo o alguien lo estuviese poseyendo.

-¿Pero qué?-murmuró Sansce y entonces el sujeto las miró. La maga reprimió una exclamación ahogada al ver que sus ojos no eran más que dos cuencos vacíos. El viejo cayó de rodillas y al abrir la mandíbula raída y seca, una esencia oscura escapó por entre sus únicos dos dientes directo hacia ellas.

Okono y Sansce no perdieron el tiempo y echaron a correr en busca de refugio.

-¿No podemos darle pelea?-inquirió Okono a gritos.

-¡No!-negó Sansce sintiendo en la nuca el aliento pestilente de aquella cosa-¡No sé que es, ni que pueda hacer! ¡Necesitamos escondernos!

El viento era helado y entraba por sus narices hacia sus pulmones como alfileres. No había nada, absolutamente nada, ni un establo, un granero...nada. Solo sombras.

Okono viró hacia la derecha, despistando a los seres que iban tras ellas, locos de ira.

-¿Quieren comernos?-inquirió Okono a Sansce que ya comenzaba a conjurar un hechizo de protección.

-Estamos lo suficientemente lejos como para que me dejen ocultarnos-dijo sin responder a su pregunta.

Sansce cerró los ojos y poco a poco una muralla invisible las rodeó mientras que los pasos de sus atacantes se acercaban.

Okono sacó su espada por si el tiempo que Sansce requería para protegerlas en un escudo invisible no era el suficiente.

Sin embargo lo fue. Cuando el primero de aquellos seres alcanzó la calle donde las hermanas contenían el aliento, el escudo ya las había cubierto por completo y era como si ellas no estuviesen allí.

Eran un grupo de seis. La mayoría ancianos, pero sólo dos de ellos eran jóvenes.

-¿Están muertos?-susurró Okono.

-No lo creo...no podrían andar en pie si así fuera-respondió Sansce en el mismo tono.

Pero incluso la maga no estaba tan segura de ello. Eran entes que parecían luchar contra algo que los carcomía por dentro. La mayoría de ellos llevaba la piel ensangrentada, el cuerpo lacerado y estaban locos. ¿Qué era todo aquello? ¿Porqué ésos seres morían? ¿Por qué su piel se cuartaba como si unos dientes la estuvieran mordiendo?

Sansce, hipnotizada por el espectáculo se quedó en silencio, viendo como se retiraban poco a poco en su lucha por sobrevivir contra algo que ya les había ganado. Reprimió el vómito que amenazaba subir por su garganta.

-Vámonos, en marcha, debemos ir por nuestros caballos-dijo cuando al fin se hubieron marchado. Okono la miró con terror.

-¿Crees en serio que es buena idea volver a andar por las calles con eso por ahí?-inquirió Okono.

-¿Crees en serio que es buena idea quedarse en ésta maldita ciudad hasta el amanecer?-contraatacó Sansce.

Okono guardó silencio pero después de un rato asintió. Sansce le correspondió el gesto y con un desliz de dedos el escudo se desvaneció poco a poco.

-No te apures, estaré alerta para alzarlo por si ésas cosas vuelven-comunicó a su gemela poniéndose de pie.

Okono la siguió, cautelosa. Parecía que el mundo se había detenido, ni siquiera se escuchaban ya los chillidos de los entes. Sólo silencio. Sansce recorrió el mismo camino por el que se fueron para regresar al burdel y recuperar sus costosos corceles. Pensó en hacer un hechizo de tele transportación pero sería un gasto de energía. Así que solo aferraron bien sus espadas, listas para cualquier cosa.

Pero nada sucedió.

-Sansce...-dijo Okono, rasgando el silencio.

-Lo sé-respondió casi instantáneamente. Se detuvieron, sintiendo el peligro en cada poro de su piel.

De pronto una luz se prendió dentro de una casa. Luego otra.

Okono giró hacia todos lados, viéndose rodeada en un mar de luces que parecían sincronizadas.  Para cuando quisieron correr, todas las puertas estaban abiertas y sus residentes yacían atrapándolas en un círculo.

Pegaron espalda con espalda observando a los habitantes. Todos con ése maldito destello salvaje y un cuchillo en mano.

-Será mejor que no peleen si no quieren terminar muertas-anunció Sune acompañada de las jóvenes, ahora vestidas. Sus prostitutas rieron por lo bajo, burlándose.

Sansce respiraba agitadamente. Había algo que aplastaba su magia, la ahogaba e impedía dejarla salir.

-Sansce...vámonos-murmuró con urgencia Okono.

Pero para sorpresa su gemela contestó.

-No. No puedo.



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En el texto hay: romance y magia, guerra y enfermedad

Editado: 23.03.2018

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