Sari trató a sus huéspedes lo mejor que pudo, cosa que Okono aún no comprendía del todo. ¿Por qué aquella desconocida los trataba tan bien? ¿Qué intenciones tendría?
Antes habría pensado que era de buena fe. Empero un par de meses de viaje habían bastado para hacerle ver que nadie, nunca, hacía las cosas por nada. Y la actitud que Sato tenía con la anfitriona provocaba que Okono comenzara a hacer conclusiones apresuradas acerca del interés del muchacho. Poco sabía del tema acerca de la intimidad, porque nunca tuvo tiempo o alguien para explorar ése ámbito, pero sentía una tensión en el ambiente que sospechaba se relacionaba con lo sexual. Y eso la estaba ahogando.
Quería salir de allí lo antes posible. Deseaba con fervor que Sato dejara de ver a Sari con tanta intensidad y en cambio la viera a ella, sólo a ella. Sin embargo la tempestad seguía azotando el techo, dejándola sin opciones de irse.
Sari no paraba de hablar, preguntándole a Okono de dónde venía, qué le gustaba y qué no. Ignorando delibreadamente a Sato, quien permanecía en silencio. Aguantando la fría cortesía por parte de la chica de los ojos violetas.
Después de otra sesión de preguntas personales, la cena acabó rápido para alivio de Okono.
-Bueno...supongo que es hora de dormir-hizo notar ella mientras depositaba el plato vacío en la mesa de madera, interrumpiendo de manera súbdita la conversación de Sari. Su anfitriona iba a replicar, pero cambió de idea y sólo llevó lo que sobraba del guiso al trastero. Y del mismo modo les dejó cobijas con las cuales abrigarse junto a la chimenea.
-Si necesitan algo...estaré en mi habitación-informó con voz dulce-. Ya saben donde se encuentra.
-Muchas gracias-dijo Okono tratando de forzar una sonrisa.
-Gracias-le siguió Sato un poco más serio. Como siempre analizando con tanta atención a Sari.
La joven sin más se encogió de hombros y se fue a su habitación. Cuando por fin desapareció su silueta, Sato dejó de ver hacia su dirección para acostarse con los brazos tras la nuca.
-Han sido unos días muy duros-suspiró.
Okono se acostó a su lado sin decir palabra.
-¿Te gusta estar aquí?-inquirió. Sato torció el gesto.
-Si lo que me preguntas es que si me gusta tener un techo que me cubra de la lluvia...sí-respondió.
-¿Y te gusta ella?
La pregunta tomó por sorpresa a Sato, quien sin saber que decir se limitó a mirar a su compañera.
-¿Te refieres a Sari?-inquirió-¿Porqué te interesa?
Okono enrojeció de vergüenza.
-Porque no has dejado de mirarla, por eso. Si tanto te llamala atención al menos podrías ser más discreto ¿no? ¡O decírselo de una vez en lugar de incomodarme!
Okono no quiso ver la reacción del muchacho, así que se giró hacia la chimenea y concentró toda su atención en las llamas.
Ambos estaban tan enfrascados en lo suyo que no notaron la presencia de Sari observándolos desde la obscuridad.