Heinhää deambulaba por su habitación como león enjaulado. Algo perturbaba su alma intensamente y aún no descifraba qué. Habían pasado dos semanas desde la partida del joven de los ojos dorados y aún no recibía noticias suyas. ¿No las había alcanzado aún? ¿Qué le impedía volver a Haew con las esencias de ambas gemelas?
No lo sabía y supuso que no lo haría hasta que él regresara. Pero la paciencia y el tiempo eran dos cosas de las cuales no disponía. Debía acelerar la circunstancia lo más pronto posible. Mientras más tardase en hacerlo, las guerreras estarían más cerca del Monte Sagrado.
-Debo hacer algo-se dijo a sí misma.
Inspiró hondo y prosiguió a llamar a uno de sus criados.
-Tráeme a Drata...y que venga acompañado del mejor soldado. Qué él elija cualquiera, el que desee-indicó la reina mientras se postraba de rodillas en medio de su habitación. La criada la dejó solas y ella comenzó a relajar la respiración, como predisponiéndose a dejar su cuerpo para ir en busca de la ayuda que necesitaba.
"Necesito fuerzas....por favor...dénmelas" imploró. Cuando se sintió llena de la vitalidad que necesitaba, reunió a sus veinte hechiceros de confianza y cinco criados.
Drata y su mejor soldado llegaron a la habitación de la soberana cuando ésta ya se ponía en pie.
-Bienvenidos sean ustedes, elegidos por su reina-dijo en modo de saludo. Drata se inclinó ante Heinhää con tal adulación que su nariz casi rozó sus rodillas. En cambio, el muchacho con el que venía se limitó a inclinar la cabeza, lleno de desconfianza. Tendría unos quince años, rayando en la niñez. Tal vez por ello el ser que habitaba dentro de él aún no lo había sometido por completo. Aunque había bravura que resplandecía en esos hombros fuertes.
-Hemos venido apenas nos llamó su majestad, y aquí está Drii, mi hijo. El mejor soldado que pude encontrar.
Heinhää los miró con detenimiento. No estaba del todo convencida con la elección de Drata, pero no tenía tiempo que perder.
-Acomódense en el suelo y quítense la ropa-ordenó ella-. Comencemos.
En pocos minutos se encontraban padre e hijo tendidos en el suelo desnudos. Drii intentó cubrir su pene, pero su propio padre le quitó las manos de un golpe.
-No te avergüences, no enfrente de tu reina-le riñó.
La habitación tomó un ambiente sombrío y obscuro, mientras los veinte hechiceros aguardaban alrededor de Drii y su padre en un círculo silencioso.
Heinhää prosiguió a quitarse su túnica y dejar su hermoso cuerpo al descubierto mientras ellos seguían con la vista fija al techo. Tomó una daga y se cortó la palma de la mano.
La sangre brotó y manchó los pechos desnudos de los soldados. La respiración de la soberana se volvió lenta, casi como si dejara de hacerlo. La estancia se volvió completamente helada.
Drii sentía cosquilleos en los dedos, en las piernas. Como si una vocecilla de la cual su padre carecía le pidiera a gritos que huyera de ahí.
Heinhää murmuraba cosas que no entendía y lo asustaban. Sin embargo su padre permanecía tranquilo, como si nada estuviese pasando a su alrededor. La mujer tenía los ojos en blanco, conjurando. Los hechiceros murmuraban algo, como un himno de la muerte.
Y no lo soportó más. Se puso de pie, decidido a salir despedido por la puerta que tenía a dos metros. Pero Heinhää se interpuso entre él y su única escapatoria.
-Empezaré contigo-anunció y dicho esto prosiguió a enterrar la mano entera en el pecho del joven, quien gritó despavorido. Pero esa sensación fue remplazada por otra mucho peor. Sintió como el ser que habitaba dentro de él se revolvía con fuerza en su interior. Como si la mano de la mujer lo llenase de energía. De una energía que él no podría soportar.
Entonces su cuerpo cambió. Sus manos se volvieron negras como el carbón con unas garras enormes. Sus dientes se convirtieron en colmillos y su cuerpo entero se encorvó hasta ser un lomo lleno de agujas.