–¡Hey, Sigmund! ¡Sigmund! ¿Dónde me llevas?– Decía mientras él me tomaba de la mano, no me respondía, solo estaba riendo.
Me llevó a la plazoleta del Distrito Central. Habían dos caballos.
–¡Tadá! ¡Iremos de viaje!– Me dijo él, mientras me mostraba a los dos caballos.
–¿A-A qué te refieres.– Dije sorprendido.
–¡Vamos a Enkret! Es una región muy cercana a Angulema, podemos ir a las montañas. No nos demoraremos nada en llegar y volver.–
–Pero...¿Para qué?, ¿Y por qué en este momento tan complicado?–
–Para entender un poco a los hechiceros...¿No crees?–
Pero él es un hechicero......Era raro ahora sabiendo esa información. Y no sabía si era lo correcto, había mucha gente tosiendo alrededor de la plazoleta, deberíamos estar enfocados en eso. Pero entendía su punto. La región de Enkret es la cuna de la magia.
–No sé si es lo correcto ahora...–
–¡Tómalo como un viaje de investigación! No nos demoraremos nada, y trataremos de buscar la cura en las montañas.– Dijo mientras montaba un caballo.
Yo suspiré. A lo mejor tiene razón, un viaje a Enkret podría ayudar. No le respondí, y me monté al caballo restante.
–No te vas a arrepentir.– Dijo Sigmund, para después darme un beso en la mejilla.
Me rostro se sonrojó.
Acto seguido, él fue el primero en partir, yo estaba detrás de él. Mientras más nos adentrábamos en la región, más notábamos los efectos de la altura en nuestros cuerpos. Y no solo eso, si mirábamos atrás, podríamos ver a toda Angulema por nuestra elevación al nivel del mar.
En uno de esos caminos hacia Enkret, el caballo de Sigmund bajó su velocidad para que él y yo estuvieras al mismo ritmo y al lado del uno al otro.
–Iremos a Samalaca. Una ciudad de esa región, estamos muy cerca de llegar. Es famosa por los bailes, y claro, por la brujería.–
Si bien, entiendo el motivo del viaje a Enkret, algo no cuadraba. ¿Qué tendría que ver el baile con la cura de la enfermedad?
–En ese caso, me deberías sacar a bailar.– Dije bromeando.
–¡Uy no! Quedarás en ridículo con mis pasos de baile.–
Me reí. –Y tú de los míos.– Nunca supe bailar. En mi pueblo natal no existían las fiestas que se veían en Angulema; glamurosas, pegadas a tu pareja...Ese tipo de cosas; eran raras para mí.
–Entonces debemos aprender juntos...– Aprovechando que estábamos cerca, puso su mano en mi rodilla.
Antes de que pudiera responder, allí estaba: Samalaca. Una ciudad no tan grande como Angulema. Tenía la característica de estar rodeada por montañas, como si la ciudad fuera un valle en el medio. Y al fondo, la montaña más grande del reino.
Nuestro viaje fue largo, y sin darnos cuenta, ya estaba anocheciendo. Teníamos que aprovechar la noche, ya que es donde salen los brujos y los hechiceros.
Cuando entramos a la ciudad, me di cuenta que era parecido al Distrito Oeste, con demasiados callejones, edificaciones grisáceas, y con velas iluminando las calles.
Al fondo de la calle donde estábamos pasando, se veía un pequeño bar. Parecía ser el único del lugar.
–¿Y si investigamos ahí?– Dijo Sigmund.
–¿En un bar?– Respondí extrañado. –No lo sé, pero veo difícil encontrar pistas en un bar.–
–Recuerda que tu primer encuentro con la bruja fue en la plazoleta, ¿por qué no en un bar?–
–Puede ser...¡Pero si no encontramos nada, nos vamos, eh!– Sigmund me sonrió como respuesta y continuamos por la calle.
Dejamos a los caballos a un lado, y entramos. Definitivamente no era el mejor lugar, pero sí era amplio por dentro. A un lado habían muchas mesas de madera, y al otro, una zona sin ellas. Aparentemente para bailar. Habían muchas personas bailando al ritmo de la música que tocaban a un lado unos viejos con sus instrumentos casi desgastados.
–Iré a pedir algo, ¿quieres?– Dijo Sigmund.
–P-Pero Sigmund...No estamos aquí para beber.–
–¿Y? Habrá que pasar desapercibidos también.–
–Ay, está bien...Solo dame lo mismo que vas a pedir tú.–
Sigmund asintió y se fue.
Bailando con la gente, vi a una señora con cabellos largos, pero solo de espalda. Se parecía a.....¿Krukut?
Me acerqué un poco a los bailarines y comencé a pasar entre ellos.
Le puse mi mano en el hombro a tal señora y se giró. Efectivamente, era ella.
–Oh... ¡Abraham!– Dijo jadeante por el baile.– ¿Vienes a bailar en mi ciudad natal? – Tomó mi mano y me hizo girar. Me estaba haciendo...¿Bailar?
–K-Krukut...No estoy para tus juegos..– Dije avergonzado.–
–Oh, no, no, no, cariño. Esto no es un juego, un baile no se le niega a nadie. ¿No?– Estuvimos bailando entre la gente.
–Tienes una epidemia allá fuera....¿Y tú bailando como si nada?–
–Oh, mi niño. Nosotras también tenemos que divertirnos, ¿de qué me sirve tener este cuerpo joven si no le saco provecho?.–
–Seré claro...– Estaba tratando de ponerme serio, pero era bastante surrealista el hecho de que estamos bailando como si nada. –Queremos la cura.–
–Oh, pero Abraham. ¿De qué sirve darte la cura, como si nada? ¿De qué habrá servido todo? Uy, no, no, claro que no. Sería difícil.–
–¿Y qué tenemos que hacer para obtenerla?–
–Esperar, supongo.– Ella rió.
Sigmund apareció por detrás y tomó del cuello a Krukut de sorpresa.
–Nos dirás la cura, quieras o no.–
Krukut, con manos en su cuello, comenzó a reír. –Ay, mi otro bebé. Si supieras que hacer eso a una bruja es muuuy mala idea.–
Krukut hizo tronar sus dedos para escaparse de las manos de Sigmund y aparecer detrás de él.
–¡Bú!– Volvió a tronar los dedos, y como si alguien nos hubiera empujado, Sigmund y yo salimos casi volando, chocando contra la pared, y por ende, cayendo al suelo. La gente alrededor comenzó a alterarse y a salir del bar como desesperados.
–¡Ven lo que han hecho! ¡Me arruinaron el baile! Pero no dejaré que arruinen mi plan.– Nuevamente hizo tronar los dedos, y las botellas y frascos que habían alrededor, comenzaron a flotar y dirigirse hacia nosotros.
Editado: 04.04.2020