Layla.
La felicidad volvía a mi cuerpo al abrazarlos, fueron cuatro meses fuera de casa, fuera de la ciudad, fuera del país. Aunque la experiencia fue de las mejores de mi vida, me faltaban mis pilares.
— ¡Layla! — me separo de mi familia y veo a Elena tan pulcra como siempre, voy y la abrazo igual.
— ¿Cómo estás?
— Bien, ¿Cómo estuvo el viaje? — hago una mueca al recordarlo.
— Pesado y más porque me tocó doparme, por mi miedo a la alturas, estoy algo mareada.
Soy de ese tipo de personas que si no tocan el piso ya están hiperventilando, es tanto mi pánico que muchas veces me mareo, todo se debe a cosas del pasado.
— ¿¡Por qué no nos avisaste que venías!? — Aitana me mira con reproche y yo ruedo los ojos.
— Por qué era una sorpresa, Dah — ella me mira mal, pero yo sonrió.
— ¡Te voy a presentar a mis hijos! — ella voltea a ver a los tres muchachos que están al frente de la entrada de la casa de al lado y allí está el chico que me salvó.
La verdad jamás pensé que alguien tuviera los reflejos que tuvo, porque me agarró de una manera imposible para que no me cayera.
Al momento que abrí los ojos, su mirada me decía mucho, es más es la primera vez que me sucede, es guapo. Con su cabello algo crespo negro, sus cejas gruesas pobladas, sus perfectos dientes, su cuerpo, su altura y sus ojos cafés. Tienen ese algo que llama la atención.
Por lo que descubrí al venir con ellos en el auto, son divertidos. Los dos menores tiene ese aire de coquetos en especial el pelinegro, el rubio pasa un poco. No me sorprendería que ya estuvieran molestando a mis hermanas, y eso que todavía falta uno. Por qué por lo que tengo entendido Elena tiene cuatro hijos, los cuales no conocía, hasta el día de hoy.
— ¡Vengan! — le hace una señal para que venga donde estamos y me burló un poco de la situación.
Es una casualidad que mi nuevo vecino me haya salvado e igual yo al él.
Ellos caminan hasta donde estamos rodeando mi coche. Al estar al frente caigo en cuenta que de seguro Santiago piensa que le mentí por mi nombre, pero en su llegada oportunidad le pienso explicar.
— Con que tenemos una vecina y nadie no lo había dicho — frunzo el ceño por lo que dijo el rubio, mirando con reproche a Elena y a mis hermanas.
— ¿Cómo no sabían de mi existencia? — pregunto sin podérmelo creer.
Giro a ver a mi familia y ellos evaden mi mirada.
— Si, solo pensábamos que eran tres y según yo, eras la señora del aseo — abro la boca indignada por el pensamiento de Santiago.
— Soy la más ordenada, pero no equivale a que sea la señora del aseo — me quejo y escucho a mis hermanas reírse.
— Suele ser tarado — explica el pelinegro.
— ¿Se quedan a cenar? — pregunta mi padre y sonrió. Él como siempre tan caritativo, ama las visitas.
Por parte de mi madre, tanto mi padre como mis hermanas no suelen convivir mucho con ellos. Lo contrario de mi, que lo hago muy a menudo. Por la parte de la familia de mi padre, son de Texas y no suelen venir mucho, solo en días especiales o en días tristes.
— ¿Te molesta? — me pregunta Elena y yo hago una mueca.
— ¿Qué clase de pregunta es esa?, Claro que no, de paso conozco a quién va hacer mi compañero de universidad y a mis nuevos vecinos— respondo sin más.
Ella me sonríe y todos empezamos a caminar a la puerta.
— Llama a El nerd — escucho que dice el rubio a alguno de sus hermanos.
— Ve tú, ya vieron la parte trasera como la tiene — reconozco la voz del pelinegro menor.
— Ellos no son mis hijos, te lo juro — me dice avergonzada Elena.
— No te preocupes, no falta el hombre con las hormonas alborotadas — le respondo, pero lo hago lo suficientemente duro para que él escuché.
— No te da pena — dice Santiago y escucho un golpe e igual un quejido.
— Si solo digo la verdad.
Mi familia entra primero y cuando yo estaba doy el primer paso en el tapete de la entrada, el huracán de mis hermanas se pararon impidiéndome el paso. Su caras son de pánico y se ven, asustadas.
— No puedes pasar — me dice con una mueca Sofía.
— ¿Cómo que no puedo pasar? — no ocultó mi disgustó.
Estoy lo suficientemente cansada como para que me sigan haciendo esperar, aparte tengo hambre.
— ¿Y si salimos a comer afuera? — propone mi padre apareciendo detrás de ellas.
— Ni de coña — les contestó en Español. — Déjenme pasar. — ellos no se mueve y me separo un poco de Elena. — ¡Permiso! — ya no soy capaz de ocultar mi irritación, odio cuando hacen este tipo de cosas, en momentos que me siento realmente cansada.
Ellos se quitan, saben que mi genio no es el mejor cuando me estreso.
— Nos va a matar — le susurra Sofía a Aitana.
Detalló muy bien la casa y al pasar a la sala casi me caigo de culo, los cojines en el suelo, las repisas llenas de polvo, los muebles. Se nota que no por decencia al hecho el aseo de la casa. Con el calor subiéndome a la cabeza giro a la dirección contraria a ver la cocina y juro que me está dando algo.
Los cajones están sucios por la grasa que esta tiene, tanto los de arriba como los de abajo. Lo único que veo es que no ahí platos para lavar. Ellos están en silencio y saben que es lo mejor.
Tomó una bocanada de aire y me tranquilizo.
— Bueno, hagamos esto rápido. — los miro a los cuatro. — Me siento decepcionada, parece que no tuvieran manos ni para coger una infeliz escoba y limpiar, ¿tan difícil es hacerlo a si sea una vez a la semana? — ellos no responden. — Pero bueno, que me esperaba de ustedes. — miro el reloj plateado de mi muñeca — Son las 6:30, tenemos toda la noche para que esto quede luciendo impecable.
— ¿¡Pero y la cena!? — reclama Aitana y yo la mato con la mirada.