Jay
—Oye.
Me acurruqué mejor entre las sábanas, totalmente ajeno al resto del
mundo.
—Oye, Jay.
Intenté hacerlo otra vez, pero entonces mi hermano pequeño se puso a
pincharme la mejilla con un dedo. Irritado, abrí los ojos.
—¿Puedes dejar de despertarme así? —protesté contra la almohada.
—Es que resulta muy efectivo.
—Déjame tranquilo, Ty.
—¿No quieres ir a saludar a la tía Sue?
Ya había cerrado los ojos otra vez, pero los abrí de repente, sorprendido.
Tía Sue había vivido algunos años con mis padres, igual que mis otros
tíos, Naya y Will; aunque técnicamente no éramos familia, todos ellos
habían estado siempre bastante presentes en mi vida. Tanto que, de
pequeño, empecé a llamarlos «tíos». Mis hermanos ya ni siquiera se
plantearon llamarlos de otra forma.
Pese a que tía Sue se pasaba media vida viajando y el resto en trabajos
que pronto dejaba por aburrimiento —¿que de dónde sacaba el dinero?,
buena pregunta—, siempre encontraba tiempo para nosotros. Tanto podía
aparecer con una figurita artesana de Nueva Delhi como con una tacita de la
tienda de todo a un dólar que había al lado de su casa. A mí tener regalos
me daba bastante igual, la verdad, me interesaba más que estuviera presente. Era muy divertida.
—¿Cuándo ha llegado? —pregunté mientras me incorporaba.
—Hace diez minutos. ¿Ves como hay que madrugar? Si no, te lo pierdes
todo.
—No empieces tan pronto, Ty…
—Ah, ponte el bañador.
—¿Y si no quiero nadar?
Él se encogió de hombros y fue a llamar a la puerta de Ellie.
Aprovechando mi breve soledad, me cambié de ropa y me dirigí al cuarto
de baño a echarme un poco de agua en la cara. A ver si lograba quitarme la
expresión de pescado muerto que tenía cada mañana.
El truco es no mirar series hasta las tantas de la madrugada.
Ya, bueno, no iba a dejarlo en un futuro cercano.
Bajé las escaleras con pocas ganas de vivir —pero muchas de ver a mi tía
— y sonreí nada más verlos a todos reunidos alrededor de la mesa del
comedor. Pocas veces la veía tan completa, ya que normalmente nos
conformábamos con la isla de la cocina para salir del paso; por no hablar de
la cantidad de comida casera que habían extendido sobre ella. El estómago
empezó a rugirme al instante.
—Buenos días —saludé con una pequeña sonrisa.
Todo el mundo se volvió a la vez. Papá y mamá estaban en extremos
opuestos de la mesa y, en medio de ambos, tío Mike y tía Sue se llenaban
los platos como si hiciera años que no comían. En cuanto mi tío intentó
saludarme, se atragantó con los huevos revueltos y mi tía tuvo que darle
palmadas en la espalda. Si no le sacó un pulmón por la boca, no fue por
falta de fuerza bruta.
—¡Buenos días, Jay! —saludó mamá con una sonrisa—. Mira quién está
de visita.
—Sí, sí…, una gran emoción. —Tía Sue puso los ojos en blanco, aunque
estaba claro que se alegraba de vernos—. ¿Por qué no te sientas con
nosotros antes de que muera alguien? Y no quiero señalar a nadie.
Como Ty había ocupado el sitio libre frente a ella, a mí me quedó el que
estaba entre papá y él. Me hice con un plato y empecé a rellenarlo de
cualquier cosa que me apeteciera. Menos mal que Ellie no había bajado,
porque se volvería loca y nos regañaría por no tener una dieta equilibrada.
—Bueno, ¿y qué tal todo? —preguntó mi tía, ahora que ya nadie se ahogaba—. ¿Me he perdido algo interesante?
—Sin ti no hay cosas interesantes —comentó papá con cierto retintín, a
lo que ella esbozó una sonrisa irónica.
—Qué dulce.
—¿A que sí? Intento no cambiarlo.
—Ellie ha entrado en el equipo de baloncesto de la ciudad —dijo mamá,
encauzando la conversación—. Y Ty sigue con sus cursitos de yoga. Se le
da muy bien.
El aludido levantó la barbilla con mucho orgullo. Yo intenté no reírme.
Más que nada porque sobre mí no hubo comentario alguno. Dirigí una
miradita a mamá —que no se había dado cuenta— e intentó arreglarlo
rápidamente.
—Ah, y Jay ayuda a Mary en todo lo que necesita —aseguró, exagerando
el triple el tono de orgullo para que no me sintiera marginado.
—Qué bien —dijo tía Sue tras un asentimiento—. ¿Y vosotros dos?
Ross, ¿no tenías un guion o no sé qué?
Oh, tema espinoso. Papá dejó de masticar un momento y miró a mamá.
Como de costumbre, se comunicaron de forma extraterrestre, y
telepáticamente llegaron a alguna conclusión. Deduje que no era muy
buena, porque sus expresiones no fueron, precisamente, de satisfacción.
—Sigo en ello —concluyó él.
—¿Todavía? —Tía Sue hizo una mueca.
—Los guiones son complejos. Y he decidido entrenar al equipo de Ellie,
también.
—¿Ah, sí? —preguntamos Ty y yo a la vez.
—Ajá —murmuró mamá.
No lo dijo en mal tono, pero el ambiente de la estancia quedó un poco
cargado de tensión. Intercambié una mirada con mis padres. Todo aquello
era un poco raro. A veces discutían, sí, pero no solía durar tanto tiempo. Ya
llevaban casi una semana de mal rollo. No entendía nada.
Para sorpresa de todos, no fui yo quien rompió la tensión que se había
formado. Ni siquiera fue Ty. Fue el menos esperado de la mesa.
—Pues yo tengo un concierto esta noche —dijo tío Mike con una
sonrisita—. Por si quieres venir a animarme y eso, Sue. Como en los viejos
tiempos.
Ella enarcó una ceja.
—¿Cuándo he ido yo a uno de tus conciertos?
—Nunca es tarde para empezar. No soy rencoroso.
Mientras seguían hablando y picándose entre sí, papá y mamá comían en
silencio. Ty era el único que parecía evadirse de todo el mundo por igual. Y
yo, por mi parte, saqué el móvil del bolsillo porque acababa de llegarme un
mensaje. Lo más habitual era que se tratara de Bev, pero no fue así. Era
Nolan.
En cuanto vi el mensaje, el cerebro casi me cortocircuitó. Pero ¿cómo
escribía ese chico?