Jay
Recibimos tal bronca que no se salvaron ni nuestros tíos.
Después de media hora sentados todos en el sofá, con asentimientos
precisos y palabras temblorosas, pareció que papá y mamá se daban por
satisfechos. Hay que admitir que la peor parte se la llevó Ellie, ya que la
castigaron durante todo lo que quedaba de verano. Ty y yo nos comimos
una regañina eterna, pero al menos parecía que habían enfocado todo su
cabreo en la pelea que había tenido lugar en nuestro salón. Pobre Ellie.
Desde entonces, y como ella no podía hacer gran cosa, Ty y yo nos
turnábamos para pasar tiempo con ella y que no se muriera del asco.
Nuestros tíos también participaban alguna que otra vez, pero, honestamente,
no eran tan de fiar. Podía darles por pasar tres días seguidos con nosotros o
por desaparecer otros tres. Mejor no depender de ellos.
Tío Mike nos invitó alguna que otra vez al estudio para que grabáramos
con él. Ty participó en todo lo que pudo y, aunque yo no lo hice, sí que me
gustaba pasar el rato con ellos. Especialmente con tía Sue y con Lauren, que
me hablaban de sus viajes y de la inquietud que les producía quedarse
mucho tiempo en un mismo sitio. A diferencia de ellas, yo nunca había
salido de la casa de mis padres. No sabía lo que era cambiar de sitio.
—Ya tendrás tiempo de hacerlo —aseguró tía Sue cuando se lo comenté.
A mí eso no me convencía demasiado, pero no quise llevarle la contraria.
Hay que elegir las batallas, sí.
Después de la fiesta, había dejado de ir a la playa. Ni siquiera los martes —mi día favorito— eran la excepción. Beverly tampoco iba ya. Sospecho
que el único que mantenía la tradición era Fred, el único que no se había
metido en ningún lío con nadie, pero que, de alguna forma, era uno de los
causantes de nuestros problemas.
Ya solo me hablaba a diario con Beverly. Se hizo otro tatuaje, pero no
quiso decirme dónde. Preferí no preguntar. Y después de que ella evitara el
tema, también decidí no preguntar más sobre Lila ni si se habían vuelto a
hablar.
Mi relación con Lila se había enfriado desde que ella había empezado
con Di. Dejó de tener tiempo para mí y, sin darnos cuenta, la distancia era
cada vez mayor. Por eso, después de la pelea, no me veía con ganas de
preguntarle a diario cómo estaba. Lo hice los primeros días, pero pronto
desistí. No quería hablar conmigo porque sentía que era demasiado cercano
a Beverly, y yo no quise ni empezar a explicarle por qué eso no debería
suponer un problema.
Alguna vez visité a Diana. O más bien visité a su hermano y la vi a ella
también.
Vaya, vaya.
En cuanto a Nolan…, bueno, todo lo relacionado con él resultaba
complicado. Actuaba como si el beso no hubiera sucedido. Ese beso en el
que yo no dejaba de pensar. Me miraba de la misma forma y sabía que
pensaba en ello. Lo sabía cada vez que lo pillaba observándome de soslayo,
cada vez que nos encontrábamos dos segundos a solas en la cocina de su
casa, cada vez que me rozaba la mano al pasarme alguna cosa… Lo veía en
todas partes. Pero no volví a hablar de ello.
Hablar con Sammi era cada vez más complicado. No podía mirarla a los
ojos sin sentirme culpable y, aunque una parte de mí quería contarle lo que
sucedía, la otra se preguntaba si no tendría que hacerlo Nolan. Y también
me cuestionaba si realmente estaba pasando algo. Había momentos en los
que ni siquiera estaba seguro de si todo estaba pasando solo en mi cabeza.
O me preguntaba si siempre se basaría todo en miradas, roces y pequeñas
sonrisas mal disimuladas. En secretos. En no poder decir nada.
Y me daba miedo ver que para mí esto era suficiente…, me daba mucho
miedo.
Empecé a negarme a ir a casa de Nolan a comer o a cenar, pero entonces
aparecían Sammi y Gio para terminar de convencerme. Y, como de costumbre, era incapaz de seguir negándome. Y terminaba yendo. Y vuelta
a empezar.
No sé en qué momento se volvió tan desesperante, pero hubo una noche
muy concreta en la que se me cerró el estómago. Todos los hermanos de
Nolan me preguntaron cuarenta veces si estaba bien, si necesitaba
tumbarme o si no me gustaba esa comida. Sammi fue la más insistente. Y
yo insistí en que no quería nada, que necesitaba tomar el aire.
—Si quieres, te acompaño —se ofreció Nolan.
Y así acabamos en su patio trasero.
Agosto llegaba a su fin y la temperatura empezaba a descender, aun así se
estaba bien. El airecito fresco me gustaba; y, acompañado del salado olor
del mar, todavía más. Me dejé caer en un punto medio limpio del patio y él
se sentó a mi lado. Mientras que yo hice lo que pude por no mancharme
mucho los pantalones, Nolan se tiró de espaldas sobre el suelo y entrelazó
los dedos tras la nuca.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté.
—Tú has querido salir.
—Y tú has querido acompañarme. Dime, ¿qué hacemos aquí?
Nolan suspiró y se quedó mirando el cielo. Como de costumbre, buscaba
excusas para no ir directo al tema, prefería darle veinte vueltas.
—Quería alejarme un poco del ruido —admitió—. Y sé que suena fatal.
No me malinterpretes, ¿eh? Me encanta estar con mis hermanos, es solo
que…
—A veces es demasiado —murmuré.
—Exacto.
Entendí el suspiro de alivio que soltó. Más que nada, porque era muy
complicado encontrar a alguien que hubiera vivido una situación parecida a
la tuya y que te comprendiera. Y eso que yo no había pasado exactamente
por lo mismo que él. Lo había tenido mucho más fácil. Pero me gustaba que
se sintiera en confianza para contarme todas esas cosas tan íntimas.
Quizá por eso me envalentoné e hice la pregunta que llevaba rondándome
la cabeza una temporada.
—¿Alguna vez has pensado en irte de aquí?
Nolan me miró, contrariado.
—¿Irme adónde?
—No sé. Adonde sea. Siempre he pensado que mi propósito era quedarme aquí y cuidar a mis hermanos, pero… este verano me he dado
cuenta de que no me necesitan tanto como pensaba. Y, aunque la idea me
asustaba mucho, ahora creo que me gusta un poco y que me da más libertad
de la que creía. Y también me daba miedo por mis amigos, pero ahora…
—Ahora las cosas han cambiado —adivinó.
—Sí. Por completo. No sé qué ha sucedido, pero… es como si no fueran
los mismos.
—Y no lo son, Jay-Jay. La gente cambia mucho más rápido de lo que nos
gusta pensar. Tú mismo has cambiado. No eres la misma persona que
conocí a principios de verano.
—Supongo que no. —Hice una pausa. Una muy larga. No me atreví a
mirarlo, siquiera—. Voy a pedirle a mi tío que me deje acompañarlo en su
próxima gira.
Era otra cosa que no había hablado con absolutamente nadie pero que
llevaba mucho tiempo rondándome la cabeza.
Nolan se incorporó sobre los codos y me contempló, pasmado.
—¿Qué?
—En septiembre.
—¡Septiembre es ya mismo!
—Por eso. Quiero un cambio. Creo que lo necesito.
—Pero…
No terminó la frase. Simplemente continuó mirándome como si no
entendiera nada. Yo sabía que reaccionaría así y me había preparado
mentalmente para ello, pero una cosa es la teoría y otra la práctica. En el
espejo había sido fácil. En persona, en cambio… Con los labios apretados,
intenté no echarme atrás.
—Supongo que ahora viene el momento cursi y emotivo de pedirme que
vaya contigo —bromeó en voz baja.
Imité su sonrisa, pero enseguida negué con la cabeza.
—No voy a hacerte eso.
—Podrías.
—Pero he decidido no hacerlo.
Nolan siguió observándome. Imaginaba que le estaban pasando muchas
cosas por la cabeza, pero no se atrevió a confesarlas. Lo agradecí,
honestamente. Aguantarme las ganas de echarme atrás ya era bastante
complicado por sí solo, sin más motivaciones.