Las luces de febrero

La hora de la verdad

Jay 
Recibimos tal bronca que no se salvaron ni nuestros tíos. 
Después de media hora sentados todos en el sofá, con asentimientos 
precisos y palabras temblorosas, pareció que papá y mamá se daban por 
satisfechos. Hay que admitir que la peor parte se la llevó Ellie, ya que la 
castigaron durante todo lo que quedaba de verano. Ty y yo nos comimos 
una regañina eterna, pero al menos parecía que habían enfocado todo su 
cabreo en la pelea que había tenido lugar en nuestro salón. Pobre Ellie. 
Desde entonces, y como ella no podía hacer gran cosa, Ty y yo nos 
turnábamos para pasar tiempo con ella y que no se muriera del asco. 
Nuestros tíos también participaban alguna que otra vez, pero, honestamente, 
no eran tan de fiar. Podía darles por pasar tres días seguidos con nosotros o 
por desaparecer otros tres. Mejor no depender de ellos. 
Tío Mike nos invitó alguna que otra vez al estudio para que grabáramos 
con él. Ty participó en todo lo que pudo y, aunque yo no lo hice, sí que me 
gustaba pasar el rato con ellos. Especialmente con tía Sue y con Lauren, que 
me hablaban de sus viajes y de la inquietud que les producía quedarse 
mucho tiempo en un mismo sitio. A diferencia de ellas, yo nunca había 
salido de la casa de mis padres. No sabía lo que era cambiar de sitio. 
—Ya tendrás tiempo de hacerlo —aseguró tía Sue cuando se lo comenté. 
A mí eso no me convencía demasiado, pero no quise llevarle la contraria. 
Hay que elegir las batallas, sí. 
Después de la fiesta, había dejado de ir a la playa. Ni siquiera los martes —mi día favorito— eran la excepción. Beverly tampoco iba ya. Sospecho 
que el único que mantenía la tradición era Fred, el único que no se había 
metido en ningún lío con nadie, pero que, de alguna forma, era uno de los 
causantes de nuestros problemas. 
Ya solo me hablaba a diario con Beverly. Se hizo otro tatuaje, pero no 
quiso decirme dónde. Preferí no preguntar. Y después de que ella evitara el 
tema, también decidí no preguntar más sobre Lila ni si se habían vuelto a 
hablar. 
Mi relación con Lila se había enfriado desde que ella había empezado 
con Di. Dejó de tener tiempo para mí y, sin darnos cuenta, la distancia era 
cada vez mayor. Por eso, después de la pelea, no me veía con ganas de 
preguntarle a diario cómo estaba. Lo hice los primeros días, pero pronto 
desistí. No quería hablar conmigo porque sentía que era demasiado cercano 
a Beverly, y yo no quise ni empezar a explicarle por qué eso no debería 
suponer un problema. 
Alguna vez visité a Diana. O más bien visité a su hermano y la vi a ella 
también. 
Vaya, vaya. 
En cuanto a Nolan…, bueno, todo lo relacionado con él resultaba 
complicado. Actuaba como si el beso no hubiera sucedido. Ese beso en el 
que yo no dejaba de pensar. Me miraba de la misma forma y sabía que 
pensaba en ello. Lo sabía cada vez que lo pillaba observándome de soslayo, 
cada vez que nos encontrábamos dos segundos a solas en la cocina de su 
casa, cada vez que me rozaba la mano al pasarme alguna cosa… Lo veía en 
todas partes. Pero no volví a hablar de ello. 
Hablar con Sammi era cada vez más complicado. No podía mirarla a los 
ojos sin sentirme culpable y, aunque una parte de mí quería contarle lo que 
sucedía, la otra se preguntaba si no tendría que hacerlo Nolan. Y también 
me cuestionaba si realmente estaba pasando algo. Había momentos en los 
que ni siquiera estaba seguro de si todo estaba pasando solo en mi cabeza. 
O me preguntaba si siempre se basaría todo en miradas, roces y pequeñas 
sonrisas mal disimuladas. En secretos. En no poder decir nada. 
Y me daba miedo ver que para mí esto era suficiente…, me daba mucho 
miedo. 
Empecé a negarme a ir a casa de Nolan a comer o a cenar, pero entonces 
aparecían Sammi y Gio para terminar de convencerme. Y, como de costumbre, era incapaz de seguir negándome. Y terminaba yendo. Y vuelta 
a empezar. 
No sé en qué momento se volvió tan desesperante, pero hubo una noche 
muy concreta en la que se me cerró el estómago. Todos los hermanos de 
Nolan me preguntaron cuarenta veces si estaba bien, si necesitaba 
tumbarme o si no me gustaba esa comida. Sammi fue la más insistente. Y 
yo insistí en que no quería nada, que necesitaba tomar el aire. 
—Si quieres, te acompaño —se ofreció Nolan. 
Y así acabamos en su patio trasero. 
Agosto llegaba a su fin y la temperatura empezaba a descender, aun así se 
estaba bien. El airecito fresco me gustaba; y, acompañado del salado olor 
del mar, todavía más. Me dejé caer en un punto medio limpio del patio y él 
se sentó a mi lado. Mientras que yo hice lo que pude por no mancharme 
mucho los pantalones, Nolan se tiró de espaldas sobre el suelo y entrelazó 
los dedos tras la nuca. 
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté. 
—Tú has querido salir. 
—Y tú has querido acompañarme. Dime, ¿qué hacemos aquí? 
Nolan suspiró y se quedó mirando el cielo. Como de costumbre, buscaba 
excusas para no ir directo al tema, prefería darle veinte vueltas. 
—Quería alejarme un poco del ruido —admitió—. Y sé que suena fatal. 
No me malinterpretes, ¿eh? Me encanta estar con mis hermanos, es solo 
que… 
—A veces es demasiado —murmuré. 
—Exacto. 
Entendí el suspiro de alivio que soltó. Más que nada, porque era muy 
complicado encontrar a alguien que hubiera vivido una situación parecida a 
la tuya y que te comprendiera. Y eso que yo no había pasado exactamente 
por lo mismo que él. Lo había tenido mucho más fácil. Pero me gustaba que 
se sintiera en confianza para contarme todas esas cosas tan íntimas. 
Quizá por eso me envalentoné e hice la pregunta que llevaba rondándome 
la cabeza una temporada. 
—¿Alguna vez has pensado en irte de aquí? 
Nolan me miró, contrariado. 
—¿Irme adónde? 
—No sé. Adonde sea. Siempre he pensado que mi propósito era quedarme aquí y cuidar a mis hermanos, pero… este verano me he dado 
cuenta de que no me necesitan tanto como pensaba. Y, aunque la idea me 
asustaba mucho, ahora creo que me gusta un poco y que me da más libertad 
de la que creía. Y también me daba miedo por mis amigos, pero ahora… 
—Ahora las cosas han cambiado —adivinó. 
—Sí. Por completo. No sé qué ha sucedido, pero… es como si no fueran 
los mismos. 
—Y no lo son, Jay-Jay. La gente cambia mucho más rápido de lo que nos 
gusta pensar. Tú mismo has cambiado. No eres la misma persona que 
conocí a principios de verano. 
—Supongo que no. —Hice una pausa. Una muy larga. No me atreví a 
mirarlo, siquiera—. Voy a pedirle a mi tío que me deje acompañarlo en su 
próxima gira. 
Era otra cosa que no había hablado con absolutamente nadie pero que 
llevaba mucho tiempo rondándome la cabeza. 
Nolan se incorporó sobre los codos y me contempló, pasmado. 
—¿Qué? 
—En septiembre. 
—¡Septiembre es ya mismo! 
—Por eso. Quiero un cambio. Creo que lo necesito. 
—Pero… 
No terminó la frase. Simplemente continuó mirándome como si no 
entendiera nada. Yo sabía que reaccionaría así y me había preparado 
mentalmente para ello, pero una cosa es la teoría y otra la práctica. En el 
espejo había sido fácil. En persona, en cambio… Con los labios apretados, 
intenté no echarme atrás. 
—Supongo que ahora viene el momento cursi y emotivo de pedirme que 
vaya contigo —bromeó en voz baja. 
Imité su sonrisa, pero enseguida negué con la cabeza. 
—No voy a hacerte eso. 
—Podrías. 
—Pero he decidido no hacerlo. 
Nolan siguió observándome. Imaginaba que le estaban pasando muchas 
cosas por la cabeza, pero no se atrevió a confesarlas. Lo agradecí, 
honestamente. Aguantarme las ganas de echarme atrás ya era bastante 
complicado por sí solo, sin más motivaciones.



#11101 en Novela romántica

En el texto hay: amor, amistad, baloncesto

Editado: 04.01.2024

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