Una capa de nubes grises cubre el cielo. Antes de entrar a la casa aprecio, desde la distancia, el bonito lago. Ciel abre la puerta. La casa, a simple vista, es bastante humilde; uno pensaría que con suerte alberga unos dos o tres cuartos. Bella me toca el hombro.
—Romina, ¿estás segura que esto no es peligroso?
Me doy cuenta que Sabrina nos alcanza a oír y nos mira levemente sorprendida.
—Está todo bien, estoy segura —la conforto.
—No es peligroso —asevera Sabrina.
—Pasen —nos invita Ciel con la puerta abierta.
Para demostrarle a Bella que es seguro, soy la primera en aventurarme a lo desconocido, asomándome adentro. Ciel entra después de mí, y cuando ya estamos todos dentro, se me adelanta y nos va guiando.
—¿Vives solo? —le pregunta Bella—, parece una casa para una persona.
—No, no vivo solo —responde lacónico Ciel.
La sala es pequeña. Hay dos sofás, no hay televisor y hay un cuadro en la pared que muestra a una familia. Lo particular de la imagen, es que todos tienen máscaras. Parecen salidos de una obra de teatro. Y reconozco a Ciel en la foto.
¿Es su familia?
—¿Con quién vives? —pregunto, pero en vez de escuchar una respuesta, veo que una sombra ancha aparece frente a mí, dándome un susto. Todos nos quedamos quietos. Por la forma en que Ciel mira al hombre interpuesto entre nosotros, deduzco que lo conoce.
—Abuelo, tú y tu costumbre de aparecer de la nada —dice.
El abuelo de Ciel lleva una máscara también. Tiene las mismas características que la del nieto, pero en la frente tiene un engranaje pintado como con plumón, al igual que el uno de Ciel.
¿Qué significan estos símbolos? Quiero preguntárselo a Ciel, pero ahora no es hora de hacerlo.
—Sabrina, qué grata sorpresa —la saluda el abuelo, besándole la mano, luego nos dirige una mirada desconfiada a Bella y a mí—. ¿Y ustedes son?
—Romina Bellarose, y ella es su amiga, Bella; Bella, ¿verdad?
Mi amiga asiente.
—Oh, ¿ella es Romina? —el abuelo voltea para ver a Ciel, como sorprendido de mi presencia—. Bienvenida, permíteme —me va a tomar la mano pero Ciel se la aparta.
—Abuelo, yo le muestro. Vengan —Ciel nos insta a que lo sigamos.
Avanzamos por el estrecho pasillo —quizá demasiado estrecho—; el abuelo va posicionado tras nosotras, que vamos en fila. Ciel nos lleva hasta una parte de la casa donde hay una escalera de caracol que desciende. Ciel se para junto a esta.
—Vamos, es abajo —nos dice.
Sabrina es la primera en bajar. Luego la sigo yo, Bella viene tras de mí y por último el abuelo y Ciel.
—Él se llama Ernesto, olvidé presentárselos —nos comenta Ciel mientras bajamos.
Cuando llegamos al lugar, enseguida me distraigo y mi vista se enfoca en lo que hay en el centro del área, algo tan fuera de lugar en un espacio cerrado, que me impide al momento fijarme en las características del entorno. Mi camisa a cuadros azul con rayas rojas se desabrocha en la parte de mi abdomen a causa de una fuerza invisible y poderosa; Ciel y Sabrina me miran atentos, pendientes de mi reacción, seguro; Bella con el brazo se cubre parcialmente los ojos, yo entrecierro los míos y no puedo creer lo que estoy mirando; allí, justo en el centro del espacio donde estamos, hay un tornado, que es una especie de versión mediana de los de dimensiones gigantescas que se pueden ver en la televisión. Antes de este, nunca había visto un tornado en mi vida. Es de menor tamaño que uno normal, sí, pero no por eso es pequeño, y crea un constante ir y venir de aire impetuoso en el lugar donde estamos que agita nuestras ropas.
El lugar donde estamos…; a propósito de ello, ahora, pasada un poco la sorpresa inicial, puedo reparar en el entorno. Alrededor del tornado, y conformando el suelo, hay baldosas celestes, y parece que estamos en una gran caverna, a juzgar por las estalactitas del techo y lo que vendrían a ser las paredes, de textura rugosa. Todo el lugar, además, tiene el aspecto de un santuario, pues hay cuadros con una persona en cada uno de ellos y, atrás del tornado, que gira impasible, hay un gran trono, y sentado en él hay un individuo…
Pero lo más raro, sin duda, lo más fuera de lugar es el tornado. Bella, sujetándose la falda, tras caer en la cuenta seguro de que el pequeño huracán es algo real, exclama:
—¡Vámonos de aquí!, es peligroso…
—Calma, Bella —dejo caer mis manos sobre sus hombros—. Ciel, ¿qué es esto?
Me dirijo a él, pero está ocupado, pues se ha ido a hablar con la persona sentada en el trono, y el abuelo también se ubica junto a este.
—Tú, dinos qué es esto, por favor —le solicita Bella a Sabrina. Solo entonces Sabrina parece hacerse consciente de la presencia de mi amiga.
Muy atenta a la respuesta de Sabrina, también a la vez reparo en la persona sentada sobre el trono. Es un individuo alargado, viste de negro, al igual que Ciel y el abuelo, que llevan este color en sus vestimentas.
Alcanzo a escuchar algo de lo que conversan:
—Ciel, no deberías haber traído a Romina Bellarose a este lugar —dice el hombre alto, y me sorprendo de escuchar mi nombre. Y a la vez escucho que Sabrina nos dice:
—Este tornado… Te lleva al…
—¡Sabrina! —grita el hombre del trono, incorporándose, y pienso, algo amedrentada, en lo alto que es. Y, como no podía ser de otra forma, también tiene una máscara en el rostro, y el símbolo en su frente, pintado a plumón negro, es una corona.
Sin embargo, se quita la máscara.