Las memorias del Duque [larry Stylinson]

Louis William Bernardi I

Propiedad de Louis William Alejandro Emmanuel Bernardi-Wetzler; único hijo varón de la Duquesa Johannah de Wetzler.

Diario número 7; Año: 1889

"Si lees esto (o alguien más lo hace por ti), quiero que sepas que todos tus recuerdos están atesorados aquí, me he encargado yo mismo de ello, desde el año de 1882, tras la muerte del Duque de Wetzler.

Sé que has empezado una lucha contra el tiempo y la pérdida de la memoria, con el miedo de que cada pedazo que te conforma se te vaya como arena entre tus dedos con cada segundo que pasa. Quiero que sepas que eres valiente porque has sabido afrontarlo y no has caído en la locura.

Aquí guardo únicamente lo relevante, lo importante, lo que quiero recordar todos los días de mi vida hasta que mi corazón decida dejar de latir.

Atentamente: una parte de mí que alguna vez existió".

01 de Enero de 1889

El año comenzó con un eclipse solar completo en los estados de Nevada y California. El evento fue tan portentoso que llegó a los periódicos británicos, donde detallaron lo más que pudieron, pero no colocaron fotografía alguna que pudiese calmar la curiosidad de las gemelas por el tema. Fue una suerte que Fizzy fuese capaz de explicarles de qué estábamos hablando con algunos dibujos.

Charlotte, como siempre, se mantuvo retraída en alguna novela de Elizabeth Gaskell junto a nuestro aún ostentoso árbol de Navidad. Estaba furiosa, quizá un paso más allá, y no podía culparla por ello, pero a la vez sí que podía.

Mi madre, la duquesa de Wetzler, estaba tan preocupada por las fallidas temporadas anteriores que había recurrido a una de las casamenteras de la Casa de Señoritas la Celestina. Obviamente aquello molestó a mi hermana, lo último que deseaba era ser educada para servir a su marido y enseñarle el arte del coqueteo sin corromper los buenos valores británicos.

Sus lecciones durarían hasta principios de marzo, para que a finales del mes pudiésemos mudarnos a Mayfair. Mi madre vendría con nosotros hasta la presentación en la Corte en el Queen Charlotte's Ball y, posteriormente, regresaría a Wetzler a seguir con mis obligaciones durante mi ausencia.

Si la suerte estaba de nuestro lado, a finales de junio Charlotte ya estaría comprometida.

— No quiero casarme — dijo apenas cerró la puerta de mi despacho. Charlotte estaba más pálida que la porcelana y por sus ojos inyectados en sangre, supe que había estado llorando —. He estado pensando en muchísimas razones por las que no debería hacerlo, empezando por el hecho de que no sería una buena esposa porque, siendo franca, no me interesa serlo... no quiero serlo — su voz se descompuso por el llanto y, por primera vez en veintidós años, la vi tan frágil como un pedazo de cristal —. No me quites la poca libertad que se me permite.

Mi corazón se hizo añicos cuando tuve que romper sus ilusiones con la verdad: ella debía casarse si no quería que su futuro se llenara de desdicha, si no quería ser el hazmerreír de toda Inglaterra y si no quería manchar aún más nuestro apellido.

Charlotte lloró como un bebé entre mis brazos hasta quedarse dormida. Peiné su cabello y al verla tan indefensa, solo deseé que el hombre que la desposara, no fuese alguno capaz de silenciarla.

 




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