Las Noches En Mi Habitacion

Las Noches en mi habitación

Nunca me gusto mi habitación. Aun con los lindos dibujos de pequeñas princesas y animales de cuentos de hadas que mi madre había pintado en las paredes; para mí siempre estaba oscura... fría... y al parecer, yo era la única que lo notaba. Aunque he intentado escudriñar en mi memoria no puedo encontrar recuerdos alegres o divertidos en ella, por el contrario, todos están llenos de miedo, terror y lágrimas.

La casa constaba de tres habitaciones, la primera pertenecía a mis dos hermanos, la segunda era la mía y la tercera de mis padres. Tenía un espacio enorme donde pasaba parte del día correteando con mis hermanos. Todo era diversión hasta las cuatro y media de la tarde. Debíamos estar bañados, limpios y quietos a la hora que llegaba mi padre a casa. A partir de esa hora todo era tenso. Debíamos mostrar los deberes de la escuela, se le daba el reporte de lo que había sucedido en la misma y si algo andaba mal era motivo para amenazas, castigos y azotes.

No es que fuera mala estudiante. Amaba estudiar, pero no me gustaba la escuela. Odiaba cuando mis maestras abandonaban el aula por algún motivo o que se alejaran a la hora del recreo ya que siempre hubo un grupo de niños que se las arreglaba para golpearme mientras el resto del salón se burlaba de mí. Y aunque intentara defenderme ellos siempre eran más en cantidad, tamaño y fuerza.

Podía pasar por alto todo eso. Incluso cuando llegaba el momento de mostrar la tarea a mi padre. El pánico era tal que siempre olvidaba todo y solo esperaba los golpes por no haber aprendido nada. Ya era parte de una dura rutina diaria. La única vez que entre en shock fue cuando mi padre me amenazo tantas veces con golpearme y echarme de la casa si volvía a perder mi lápiz. Siempre perdía mis lápices, los niños me los quitaban. Mi maestra nunca le dio importancia. Ese día puse tanta atención en no perderlo debido a las amenazas inferidas por mi padre que, cuando lo perdí al final del día solo pude tirarme al suelo a llorar, a gritar, sudorosa, desconsolada. Y con tan solo 8 años estaba decidida a no volver mi casa. Las maestras no pudieron convencerme. Solo mi madre pudo sacarme de ese salón. De ese frío y sucio suelo.

Los momentos en los que tenía verdadera tranquilidad y libertad eran después de la escuela y antes de las cuatro y media de la tarde. Desde ese momento en que llegaba mi padre todo debía estar tranquilo, si se nos ocurría alguna travesura a mis hermanos o a mí como corretear, hablar en voz alta o balbucear tonterías, era seguro que le seguiría una reprimenda. Solo nos quedaba esperar quietos la hora de la cena, y luego a la cama. Esa era la parte que más temía de mis días.

Cada noche, mi madre, quien era muy devota a Dios, hacia su recorrido por las habitaciones de mis hermanos y la mía, y se despedía de cada uno con un beso y una pequeña oración que acompañaba con una cruz en nuestra pequeña frente... "Que Dios y La Virgen te bendigan, te favorezcan, te cuiden, te acompañen y te den vida y salud" la oración terminaba con la respuesta de nosotros sellando la protección... "¡Amen!". Esto me hacía sentir protegida, hasta que mi madre salía por la puerta, cubierta solo con una delgada cortina, y apagaba la luz.

A pesar de que una muy tenue luz se filtraba por la casi trasparente cortina iluminando levemente el dormitorio, no era suficiente... La oscuridad de los rincones se acrecentaba cada vez más, devorando mi pequeña luz, cerniéndose sobre mí, ahogándome, erizando mi piel, tensando mis músculos, y yo, a pesar del sofoco, solo podía cubrirme hasta la cabeza con las sabanas mientras temblaba de miedo...

Cada noche escuchaba golpes debajo de mi cama, como si golpearan el suelo con un calzado... "¡Tap! ¡Tap! ¡Tap! ¡Tap! ¡Tap!" el ruido era constante y nunca cesaba. En ocasiones lo escuchaba fuera de la recamara, como si una mujer en tacones estuviera caminando y caminando sin parar por la pequeña cocina; yo tapaba mis oídos con mis manos y cerraba los ojos con fuerza y aun así no dejaba de oírlo, hasta que sucumbía a las tinieblas de mis pesadillas...

Todo esto sucedía cada noche antes de dormirme, y era solo el principio... Cada vez que recuerdo haberme despertado a media noche pasaba algo que me aterraba; lo más común era despertarme asfixiada, como si hubiera estado un buen rato sin respirar, o abrir los ojos y descubrirme paralizada, sin poder mover un solo musculo por mucho que lo intentase, y solo podía esperar a que pasara y pudiera llevar las manos temblorosas a mi cara para secar las lágrimas de mis mejillas. Era imposible incluso pensar en avisar a mis padres. Mi madre comprendería pero mi padre solo amenazaría con castigarme o darme una tunda de golpes si lo llegase a molestar mientras dormía. Para el solo eran supersticiones, tonterías que debía dejar de hacer o decir.

Hubo muchos episodios extraños que sucedían ahí, en esa pequeña habitación oscura, pero algunos en particular fueron los más aterradores.



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En el texto hay: paralisis del sueno, sustos, gritos

Editado: 10.11.2019

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