''Hubo una vez que José me contó que tuvo que sacar a rastas a una alumna de los baños del edificio B. La chica gritaba y pataleaba, se negaba a abrir la puerta y José la tuvo que sacar por debajo. Le llegó a sacar unos muy buenos moretones en la cara.
La chica había ido al baño junto a algunos amigos que la esperaron afuera, y cuando notaron que tardó mucho en salir, dos de las muchachas entraron a ver si tenía algún problema.
La chica estaba llorando en el cubículo y por más que la llamaban sus amigas, ella no quería salir ni responder a nada. Estaba muy asustada. Cuando no pudieron hacer nada llamaron a José y pasó lo que pasó.
Cuando se calmó y lo contó todo, dijo que veía por la rendija de la puerta una sombra en una esquina, una sombra que la miraba fijamente y le daba mucho miedo.
Cuando se le preguntó por qué no respondía, dijo que ella nunca escuchó las voces ni de sus amigas ni la de José. Lo que ella escuchaba era a alguien llorando y pidiendo ayuda y eso solo la ponía más nerviosa.
Ella no lo dijo en ese momento, pero después le confesó a sus amigos algo muy aterrador. Ella había pedido que lo guardaran en secreto, pero uno de ellos se fue de lengua larga y el rumor se esparció.
Según las malas lenguas, cuando José trataba de sacarla del baño, ella dijo que no veía las manos de mi marido, sino unas muy diferentes. Las manos eran pálidas, estaban llenas de cicatrices y además estaban muy húmedas. Por esa visión tan horrible fue que entró en pánico cuando las manos tiraban de ella hacia afuera. Si yo hubiera estado en su lugar, creo que pensaría que iba a morir, ¿no crees?
La muchacha se cambió de escuela poco después, pero su historia no es la única relacionada con esos baños.''
Ana se sentía algo confundida. Entendió que no debía volver a esa escuela, eso le quedó muy claro, pero la sensación en ella que la hacía regresar seguía muy fuerte y tampoco la podía ignorar así como así. La niña del 5B, la presencia de su carro, el hombre del cascabel y la protección que sintió en el callejón, todo eso le hacía sentir que tenía que regresar, pensaba que era una forma muy extraña de llamado o mensaje de que algo muy malo estaba pasando. Ella sentía una extraña responsabilidad, una que no quería y no le correspondía, pero que tenía que hacerse cargo.
Se despidió de la bruja y la señora le ofreció un canasto de fresas que ella misma había cultivado y cosechado. A Ana le pareció algo extraño y trató de negarse, pero la señora le fue muy muy insistente. No le dio demasiada importancia, simplemente agradeció y se fue a su vehículo. Se subió, pero no arrancó de inmediato, lo primero que hizo fue llamar a Marián.
—¡Hola hola!, ¿qué pasó con la vieja bruja?
—Pues nada demasiado útil, creo.
—¿Qué te dijo?
—Que lo olvidara, que mejor me aleje de ahí.
—Te digo, ese lugar está maldito. ¿Y piensas volver a ir?
—Tal vez deba hacerle caso.
—¿Te dijo algo que te asustó?
''...a veces ese demonio se queda aquí''
—Creo que estoy más confundida que asustada.
—Oye, y ¿por qué no vas con un sacerdote?
—Marián...
—Sí sí lo sé, pero tal vez eso sea lo mejor que puedas hacer en este momento.
—De acuerdo, lo pensaré. Por lo pronto creo que iré a casa y desayunaré algo.
—Muy bien, solo cuídate y me avisas si sientes algo más.
—Vale, luego te regreso las llaves, bye.
Después de colgar, Ana se quedó un momento ahí sentada en su Beetle. Tomó su celular y buscó entre las fotos de su galería. Ana se dio cuenta de que todas las fotos que había tomado la noche anterior ya no estaban. Todas habían desaparecido a excepción de una sola. Ana la miró a través del cristal astillado de la pantalla y lo único que notó es que la foto tenía una mancha oscura muy extraña justo en el centro. Una mancha como si el sensor de la cámara se hubiera quemado al tomar la foto. Luego de eso arrancó su coche y se marchó.
Ana condujo directamente hasta su casa. Mientras iba en carretera empezó a sentirse muy cansada, como agotada y con mucho sueño. Pensó que tal vez había pescado gripe o algo por quedarse en esa fría escuela sin abrigarse nada. No sentía dolores de cabeza ni tampoco tenía estornudos o moco, simplemente sentía que le faltaban energías.
Llegó a su casa y puso la canasta de fresas en la mesa del comedor, luego se fue directo a su habitación y se tiró boca abajo en la almohada. Estaba tan agotada que no tardó ni 5 minutos en quedarse profundamente dormida. En su sueño regresó a su infancia, a la vieja casa de cuando era niña. Estaba sentada con el brazo derecho enyesado y mirando por la ventana a la calle donde Daniel jugaba con sus amigos de la cuadra, ella tenía muchas ganas de salir a jugar también.
''¡Pues ya verás como le haces! ¡Es tu hija maldita sea!'' su madre vociferaba al teléfono.
Hubo un par de segundos de silencio.
''¡¿Qué quieres decir con eso?!''
Otros segundos de silencio.
''¿Hola? ¡Hola!'' dijo la madre y luego colgó el teléfono con furia. ''Hijo de perra'' dijo también, pero entre susurros.
Ana se levantó con cuidado y se acercó a su madre.
''Mami''.
''¿Qué quieres?''.
''¿Puedo salir a jugar afuera?''.
''No, ya te dije que estás castigada por socarrona''.
''Pero, ¿por qué no?''.
''Ya te dije que no y cuidado sigas de necia''.
Lo cierto es que Ana sí quería insistirle más, pero entendió que mami no tenía un buen día, y cuando mami no tenía un buen día las cosas se podían poner algo feas. Su madre tenía las manos en su rostro y estaba pensando, mami tenía mucho en qué pensar en esa época y Ana, incluso siendo tan solo una niña, lo entendía muy bien.
La mujer apartó las manos un momento y volteó a ver a su hija. Ana la veía con ojos grandes y tiernos. La mujer notó que la niña tenía la mano izquierda sobre su hombro enyesado y después de un momento dio un suspiro y se levantó.