''—No hay razón. Las cosas a veces pasan sin razón.
—¿Qué se supone que haga ahora entonces?
—Decidir si valió la pena o no.
—Pero ¿para qué?
—Todos los seres humanos somos iguales en el dolor. Que comprendas eso es lo que siempre he querido que hicieras.''
Ana retrocedió y escapó del interior de la criatura, ella no soltó el cuchillo para nada. La bestia retrocedió y se liberó del que lo estaba ahorcando.
—Ya entiendo —dijo Ana mientras veía al demonio incorporándose.
—¡¿DÓNDE ESTÁAAAAA?! —le rugió iracundo.
De detrás de la criatura emergieron los tentáculos negros que se abalanzaron para atacar a Ana, esta se giró y corrió rumbo al edificio central. Mientras corría, unas figuras negras emergieron de las puertas de cristal. Eran muchas y tenían tamaños diferentes, algunos parecían como niños. Las figuras tenían capuchas grandes, oscuras y destrozadas, destrozadas por garras enormes y no tenían piernas de las cuales sostenerse. Al rededor de sus formas incorpóreas colgaban pesadas cadenas que arrastraban mientras ellos se movían por el aire.
Las figuras se volvieron contra Ana, quien cambió de rumbo hacia la derecha, pasando por el jardín, donde el roble ahora estaba marchito y parecía tener varios rostros de agonía tallados en su madera. Siguió corriendo mientras los tentáculos, la oscuridad y los espectros iban en pos de ella. Llegó directo a los baños de donde salieron más presencias oscuras.
Ana lanzó un grito y se detuvo, por poco resbalándose a causa de la inercia. Giró sobre sí misma y los demás ya la estaban alcanzando, querían acorralarla. Volteó su cabeza para todos lados buscando una salida.
—¡Ana!
Una voz la llamó desde la distancia y fue así que pudo ver una cabeza asomándose por el pasaje entre el edificio central y la pared Oeste, más allá del mástil oxidado e infinito de la bandera. Ana reconoció la presencia que la llamaba al instante, era la aparición de sus sueños. Sin embargo, ahora por fin logró dar con su identidad. ''Ya sé quién es, él es...''. Pero por ahora no tenía tiempo para eso, necesitaba huir y la figura le mostró el camino.
Salió corriendo y sus perseguidores la siguieron. Sus pies volaban por el piso de concreto. Uno de los espectros, casi que logra alcanzarla, había levantado una mano huesuda y sin carne y justo antes de que sus dedos tocaran su espalda, Ana logró llegar al pasaje y el espectro no pudo seguirla más. Ese lugar estaba prohibido para ellos, pero no para el demonio, quien no tardó en asomarse.
Su presencia era imponente y su sed de sangre casi que podía sentirse a la distancia. Ana retrocedió, esperando a que la bestia se adentrara más.
—¡¿DÓNDE ESTÁ?! ¡¿DÓNDE ESTÁ?! —decía entre gruñidos y chillidos.
La criatura se abalanzó contra ella, alzando sus enormes garras y abriendo el hocico lleno de colmillos, pero en eso la figura de los sueños de Ana se hizo presente de nuevo y esta vez era visible y corpórea. La figura se entrometió entre Ana y el demonio y con las manos alzadas le detuvo en seco. La bestia lanzó rugidos de ira y odio. La figura agachó un poco dejando la espalda lo más plana que pudo, luego miró a Ana y le habló.
—¡Hazlo!
Ana supo lo que tenía que hacer. Sintió de repente la misma sensación que tuvo cuando estuvo por primera vez en ese lugar, una sensación de protección, pero que ahora también era de coraje. Una sensación lejana, pero muy poderosa. Levantó el cuchillo en el aire y corrió, de un brinco puso uno de sus pies sobre la espalda de la figura y con él se impulsó para llegar más alto. La bestia la siguió todo el tiempo mirándole con las cuencas vacías del cráneo.
—¡Sal de ahí, Miguel! —gritó Ana y le clavó el cuchillo en el ojo.
El demonio lanzó el grito de dolor más horripilante que Ana hubiera oído y de la herida brotó un humo negro y opaco. La criatura se retorcía de dolor y lanzaba zarpazos sin sentido, algunos de ellos destrozaron los muros que tenía a su alrededor. Su carne poco a poco comenzó a derretirse goteando en el líquido espeso y mal oliente que había salido del espejo roto. Lo primero en deshacerse fueron las pezuñas, luego el torso y el cráneo de perro. Una de las garras la mantuvo en el aire y fue lo último que se sumió en el charco que formó.
La criatura había sido vencida, pero aún no había acabado. Ana esperó un poco para cerciorarse de que el demonio se había ido y cuando notó que ya no estaba el mal olor se acercó al charco y se asomó por él hincándose sobre el suelo. Enfocó bien la vista hasta que pudo ver en las profundidades del charco una figura pequeña y pálida de cabello negro que estaba sentada con los brazos en las rodillas.
—¡Miguel! —le llamó Ana, pero la figura no le hizo caso—, Miguel, tienes que salir de ahí —pero la figura no hizo nada.
Ana se estaba frustrando. Probó meter una mano y esta se sumergió en el charco como si fuera el agua de un lago, el tacto era frío, realmente frío. Sacó la mano y se levantó, luego dio dos pasos hacia atrás y se preparó mentalmente.
—Ok, uffff, esta es una idea estúpida.
—Te encantan las ideas estúpidas —le respondió la figura de sus sueños que se había hecho a un lado.
—Jeje, tienes toda la razón.
Corrió y dio un brinco haciéndose bolita en el aire y se sumergió en el charco de un clavado. Comenzó a nadar rumbo a Miguel. Al principio contuvo la respiración, pero luego notó que no era necesario, podía respirar perfectamente en ese lugar.
Nadó y nadó acercándose más y más, pero cada poco que avanzaba el líquido le parecía más y más espeso y, por lo tanto, más difícil de nadar por él.
—¡Miguel! —le llamó— ¡Toma mi mano!
—¿Dónde está? ¿Dónde está? ¿Dónde está?... —repetía una y otra vez en susurros.
—¡Miguel!
—¡ALÉJATE! —y cuando dijo esto, una corriente empujó a Ana haciéndola retroceder un poco.