Las notas de Ainhoa.

3.

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Capítulo 3: La desaparición. 
 


 

25 de abril del 2019.
 


Día del incidente.

Berlín, Alemania.

La preocupación se apoderó de Everett en el momento preciso en el que sacó el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón y vio aquel nombre en la pantalla, que ahora alumbraba toda la habitación de la casa del árbol. Su primera reacción fue fruncir el ceño, estaba tan anonadado de recibir una llamada a esa hora de esa persona, se pasó los segundos disponibles para contestar mirando el teléfono sorprendido, que la llamada se fue a buzón.

Inmediatamente, el mismo número volvió a marcar, esta vez despertando a Ev de su trance, ya que contestó rápidamente y se llevó el móvil al oído. Con todo el temor del mundo y el corazón bombeando sangre a niveles impresionantes, habló:

—I-Ilana...

¡¿Ainhoa está contigo?!

A Ev se le cortó la respiración de inmediato y una profunda preocupación se apoderó de él en el preciso momento en el que escuchó a la mamá de su novia decir aquello.

—N-no, señora, ella, —

—¡Ya sé que se fue, Everett! ¡Tienes que ayudarme a buscarla, ha pasado casi una hora y no ha llegado a casa! ¡Ya debería haber llegado!

—¿C-cómo? —murmuró.

¡Mierda, Everett! ¡Llamó para decir que se habían peleado y que volvería a casa! —Ilana suspiró y Ev la imaginó poniendo una mano en el puente de su nariz, como hacía cada vez que intentaba calmarse—. No ha llegado, e-ella no ha llegado...

¿Ainhoa no había llegado?

Ahora el sentimiento de culpa fue el que se hizo presente, al igual que una presión en el pecho y la angustia de no saber a qué se refería la señora Feldmann. Él lo supo desde el comienzo, nunca debió dejar a su novia irse así, completamente enojada y tan tarde... era un completo idiota.

—Espéreme allí, Ilana, vamos a buscarla.

Por favor, Ev —esta vez su voz se escuchaba rota, de inmediato supo que había empezado a llorar—. Tenemos que encontrarla.

—Lo sé, si algo le pasa yo jamás me lo perdonaría.

Y colgó.

A toda prisa, Everett bajó la casa del árbol y corrió hasta que llegó al puente abandonado que tenía que cruzar para llegar al bosque, luego pasó a través de este hasta que llegó al pueblo y pasó por todos los patios traseros que pudo hasta que llegó al destino principal: la casa de Ainhoa. Sin importarle nada, abrió la puerta trasera que siempre estaba abierta y se adentró en la residencia, viendo los enormes pasillos de aquel lugar y logrando escuchar los sollozos que seguramente serían de Ilana en lo que era la sala de estar.

—¡¿Señor y señora Feldmann?! —exclamó Ev adentrándose más en el lugar.

—¡En la sala de estar! —respondió el señor Feldmann.

Ev se apresuró a ir en aquella dirección y, cuando finalmente llegó, vio como Ilana estaba sentada en el sillón moviendo una pierna de manera impaciente, con la cabeza gacha y apoyada en sus manos, con el señor Feldmann sobándole suavemente el hombro en forma de apoyo y con su otra mano sostenía el teléfono sobre su oreja, por lo que Ev supuso estaría marcando al número de Ainhoa.

A penas escucharon a Everett, ambos salieron disparados en su dirección. Estaba seguro de que lo atiborrarían con un montón de preguntas que probablemente él no sabría cómo responder, aun así, los entendía, si tuviera una hija que se fue sola a la una de la mañana después de pelearse con su novio y que no llega a casa, Ev haría lo mismo.

—¿Qué mierda pasó? Explícame, ahora —comentó el padre de su chica, poniéndole los vellos de punta.

—¡¿En serio, Luther?! ¡Nuestra hija está perdida, se supone que debemos estarla buscando y no reprochándole a Everett! ¡Así que ahora mueve tu culo hacia la salida que vamos a buscarla en este preciso instante!

Everett abrió los ojos de par en par y se dio media vuelta. Si algo había aprendido ese último año de la familia de Ainhoa, era que jamás debías hacer enojar ni a su chica ni a su madre, ambas tenían un temperamento de fuego y, él no quería tener que lidiar con eso. Oh, no, para nada que quería, es por eso que mientras Ilana le reclamaba a Luther Feldmann, Everett caminaba hacia la salida principal de aquella casa.

—Si cruzas esa puerta sin nosotros estás muerto, Everett.

El chico paró en seco y cuando se dio la vuelta, completamente nervioso, vio cómo su suegra lo señalaba con su dedo índice, con una ceja enarcada y los ojos le brillaban en furia.

—¿Quién iba a irse? Yo no iba a irme, solo quería... caminar por ahí en lo que ustedes... hablaban, sí, hablaban —defendió Ev mientras se rascaba la nuca, nervioso.

Ilana entrecerró sus ojos y luego se cruzó de brazos, regresando su vista a Luther, quien también parecía querer hacerse un ovillo en su lugar. Luego de unos cuantos minutos en los que hablaban —o más bien en los que Ilana reprendía a su esposo—, llegaron a un acuerdo y el señor Feldmann logró calmar a su esposa.

—Ahora, promete que vas a encontrar a mi niña, por favor —suplicó ella.

Luther asintió, —Lo prometo, ahora tú ve a la cama y acuesta a April.

Tanto Everett como Ilana fruncieron el ceño y, al unísono giraron sus cabezas hacia la parte de arriba de las escaleras, en donde se encontraba la pequeña April asomada entre los barrotes, con los ojos rojos, lágrimas en sus mejillas y su labio inferior temblando.

Eso rompió el corazón de Everett, pensar que les estaba provocando todo esto a la familia Feldmann y, ver que era su culpa. Nuevamente la sensación le oprimió el pecho, no quería que la pasaran mal, no debió haberla dejado ir, nunca debió hacerlo.

Ilana se despidió de ambos y con April en brazos, se adentró en una de las habitaciones. Inmediatamente Ev caminó hacia la puerta de entrada, acompañado de Luther, quien, a pesar de verse en extremo tranquilo, estaba muriendo de nervios por saber si su pequeña estaba bien. Necesitaba encontrarla.




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