Las nubes no son de algodón

Capítulo 5: Katherine

El karma existe, definitivamente es real, y si alguna vez tuve dudas de ello esta es la prueba irrefutable. No puedo creer que desobedecí a mi padre, le sonsacara toda la información del vuelo a mi hermano, y luego lo dejara inconsciente y encerrado en su habitación, y convenciera a Christopher de ayudarme, solo para pasar el susto de mi vida y terminar perdida en quién sabe dónde con un idiota ricachón que además me amenaza con demandarme.

—¿Me puedes decir en dónde estamos?

Hablando del rey de Roma.

Observo al idiota, como lo he bautizado, articular la misma pregunta por enésima vez desde que salimos del avión, mientras sacude su teléfono móvil en busca de una señal telefónica inexistente.

—Ya te dije que no sé, el radar dejo de funcionar mientras estábamos en el aire y había demasiada niebla como para poder ubicarme —le respondo con toda la paciencia que soy capaz de reunir—. Y, como tú mismo acabas de comprobar, nuestros teléfonos no funcionan —le digo mostrándole el mío para que verifique lo que digo.

Vuelvo a meter el aparato en mi bolsillo, ignorando su mirada de frustración, y doy un vistazo al entorno; antes de que lo motores dejaran de funcionar, logré aterrizar el avión en una especie de claro en medio de un bosque y, por el calor que hace, es posible que estemos en el caribe, pero no puedo asegurarlo, mi cabeza no está para cálculos geográficos en este momento. Me llevo las manos a la sien y me doy suaves masajes tratando de controlarme, aunque dudo que eso sea posible.

Cuando mi padre se entere de que en vez de llevar a su cliente a las Bahamas como estaba previsto lo lleve a la tierra de nunca jamás y que aparte casi nos matamos en el trayecto, es capaz de asesinarme con sus propias manos. Pero en parte también es su culpa por no cumplir con sus promesas, obligándome a tomar medidas drásticas.

Yo solo quería cumplir mis sueños, mis metas; es cierto que deje a mi hermano inconsciente en el proceso, pero tampoco es para tanto, para esta hora ya debe de estar despierto, me digo a mi misma para ahuyentar el sentimiento de culpabilidad. 

Siento como la frustración y el calor me están aturdiendo; me dejo caer en el césped, tengo que pensar con claridad. 

Tampoco está tan mal, viendo el lado bueno de las cosas pude pilotar un avión y salir casi ilesa de una situación bastante crítica; mis antepasados estarían orgullosos de mí.

Pongo las manos detrás de la cabeza para estar más cómoda y echo mi inquieto flequillo hacia atrás.

No debe ser tan difícil salir de aquí, solo tengo que arreglar la radio y listo, tampoco es para tanto, Amelia Earhart seguro pasó por lo mismo en más de una ocasión. 

Al invocar su nombre la veo aparecer en mi mente, me dedica una sonrisa de satisfacción y extiende su pulgar hacia arriba como si quisiera darme ánimos.

Cierro mis ojos un instante y exhalo profundamente, el aroma a naturaleza inunda mis sentidos, puedo oír el sonido de los pájaros a mi alrededor y sentir el resplandor del sol en mi cara.

—¿Disfrutando de las vacaciones? —pregunta una voz ronca.

Salgo de mi trance abriendo los ojos de par en par, por un momento me olvide de donde estaba y con quien, y lo veo parado delante de mí con los brazos en jarras la corbata deshecha, los primeros botones de la camisa sueltos, acalorado, despeinado, furioso, hermoso.

—Solo estaba pensando una forma de salir de aquí —le respondo a la defensiva y algo nerviosa por el rumbo que tomaron mis pensamientos.

—Pues más te vale que pienses algo rápido ya que tú fuiste la que nos metió en este lío —me espeta enojado.

Olvidé mencionar insoportable.

—¿Cómo que es mi culpa?  Yo solo cumplía mi deber de llevarlo a su destino señor Evans, pero desgraciadamente no poseo el don de controlar el clima —le respondo en el mismo tono al tiempo que me pongo de pie. 

«De tener ese don ese rayo hubiera caído en tu cabeza y no en los motores del avión.» Hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para no decir este pensamiento en voz alta.

Lo veo pasarse las manos por el pelo en un gesto de frustración para luego aspirar y exhalar resignado.

—Bien ¿y qué has pensado? —me pregunta en un tono aparentemente calmado.

—Lo único que se me ocurre es arreglar la radio para poder comunicarme con la torre de control más cercana.

—¿Y cuánto tiempo te tomará eso?

—No tengo la menor idea; necesito materiales, y a menos que encuentres un Wal-Mart por aquí cerca, no creo que los consiga fácilmente.

—¡¿Me estás diciendo que me voy a quedar atrapado en esta isla hasta dios sabe cuándo contigo?!

—Ouch, eso duele, pero sí, eso es exactamente lo que estoy diciendo.

—Oh no, esto no puede estar pasándome... ¡civilización! 

—¿Qué? 

¿Y ahora de qué está hablando?

—¡Civilización! —Repite otra vez—. Tiene que haber alguien más en este bosque además de nosotros, tenemos que salir a buscarlos.




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