Las postales de Nart

Capítulo 12- Incidente en el puente.

   Habían quedado en el banco de madera de la plaza, con Ade sentada a su lado, sujetándole las  manos con la suyas, Nart se sentía reconfortado, ella le murmuraba frases de consuelo, le repetía una y otra vez que todo saldría  bien, que lo encontrarían. Porque era lo que él necesitaba en ese momento, que su amiga lo abrazara  y que le dijera eso, que todo iba a salir bien.
   - Aparecerá, ¿verdad? - le insistía. 
Echaba mucho de menos al Pichas, aún no se hacía a la idea de no volver a jugar con él a chapa ,ni a ir en bicicleta, ya no tirarían piedras al río, para saber quien la tiraba más lejos. No le podría contar sus secretos o estar juntos en el puente. 
  Ya no quería jugar con nadie, no le apetecía los juegos absurdos y brutos de los demás.
   En ese banco, tal como habían quedado, sería  donde organizarían los lugares donde buscar y los caminos que seguir para dar con él. Ella le aseguraba que lo encontrarían. 

    Ese Domingo, fue el primero que quedaban, después de que desapareciera Elías. Se abrigaron bien, cogieron las bicis, las mochilas, agua y los bocadillos.
   -¿Por qué tardas tanto? -preguntó Ade.
   -No hay prisa, no hay prisa -
Nart, vio a lo lejos como se acercaba una sombra, el sol le cegaba, pues lo tenía de frente y era lo que creaba esa sombra de alguien. Ese alguien, le resultaba familiar, por la forma en la que caminaba. Se iba acercando, despacio, llevaba un gorro hasta las orejas y un pañuelo le cubría toda la cara. Nart respiró muy hondo y agarró un palo y ya no lo soltó. Al pasar por delante de ellos lo miró, giró la vista hacia Ade, no dijo nada y pasó de largo. Intuyeron una risa a través del pañuelo. Montaron en las bicis, desconcertados, mirando como se alejaba aquella sombra. Tiró el palo y empezaron la mañana del Domingo. 
   Corrían cuesta abajo hacia el pueblo Bossóst, por el paseo arbolado en formación arqueológica hasta llegar a la ribera del río Garona. Cruzaron el río por el puente y tomaron la pista de la derecha que más adelante seguía hacia Arres, mientras que por la izquierda se desviaba hacia Era Bordeta. Giraron por el  camino de la mina Margalida, subiendo por una pista de tierra que se adentraba al bosque del mismo nombre. Allí se detuvieron a descansar, dejaron las bicicletas para sacar las mochilas y la cámara para hacer un par de fotos.
   -Espero que no sea muy largo el recorrido - dijo Ade sujetando la mochila en su hombro izquierdo Hacía mucho frío, se quedaron allí un momento entre los árboles, pensando hacía dónde ir. Ade observaba el camino, buscando algo que les llevara más allá de un solo presentimiento. 
   A medida que se acercaban podían escuchar más alto el murmullo del río. De repente llegaron a la carretera que llevaba al pueblo de Bossóst y vieron pasar, bajo una nube de polvo, una fila de Jeeps en la misma dirección. Contaron, uno, dos, tres, cuatro.. 
   - ¿Qué llevarán dentro? - pregunto Ade.
   - Ni idea, pero creo que no será nada bueno, por algo está tan obsesionado Moisés -
   - Bajemos hasta el pueblo - dijo Nart apresurando el paso.
   Una vez dentro Bossóst, la calle de adoquines se hizo más estrecha, más angosta y las viviendas más bajas, pero también más desordenadas y desiguales. El pueblo estaba rodeado de cimas de más de dos mil metros y vigilada desde atrás por los bosques de coníferas.
   Un pueblo siempre a la vista y sometido a la cadena de mando de la montaña de Portilhon. Pero ni rastro de los Jeeps, no había ni una mota de polvo que probaran a su paso. Se sentaron en un banco, frente a la Iglesia de la Asunción de María, junto a la fuente que había en el centro de la plaza. La recorrieron con la vista, buscando encontrar a alguien del pueblo. No vieron a nadie, la puerta de la iglesia estaba cerrada, abría acabado la misa y todos se habrían ido a sus casas, o a sus faenas.
   - ¿Qué estáis haciendo aquí, chicos? - alguien habló mientras los dos chicos, extrañados, miraban hacia el otro lado del banco.
   - Nada - contestó Ade.
   - ¿A visto pasar unos Jeeps por aquí? - habló seguidamente Nart.
   - Pues, ahora que lo dices, sí, he visto que giraban y seguían por el puente, en dirección a la  hidroeléctrica Molino Viejo - 
A Nart, el hombre le un pareció que era un cura, por como vestía, llevaba un jersey negro de lana y un abrigo gris oscuro que le cubría las rodillas. Lo que hizo que le infundiera confianza y se levantaron para dirigirse hacía el puente.
   - Esperad, os acompaño, que yo voy a la Ermita de Sant Fabián, que está al final del puente - les dijo el falso cura - si no os importa, claro - añadió. Anduvieron los tres en la misma dirección, pero los dos chicos, algo recelosos, se separaron unos cuantos pasos por detrás del hombre.
   Sin decirse nada, ni uno, ni otros, pasaron el puente, y también la Ermita, y allí se sorprendieron los dos, el hombre continuó caminando, a pesar que se la había dejado atrás varios metros. Se ha pasado la Ermita, no se habrá dado cuenta pensaba Nart. Y mientras pensaba eso, notó como lo sujetaban fuertemente del brazo. Ade intentó avisarle, pero no le dio tiempo, a pesar de que lo intuyó cuando el hombre se giró hacia Nart, pero sus brazos también estaban sujetos por unas manos fuertes, las de dos hombres. Les doblaron las rodillas y los arrastraron hasta la  parte posterior de la hidroeléctrica. De reojo, en la explanada, vieron los Jeeps, tres, uno detrás de otro. No les dio tiempo a más, los pusieron boca abajo, los doblegaron. De repente se oyeron disparos, cuatro o cinco, seguidos. Hubo mucho revuelo, se oían carreras, insultos, entonces los chicos dejaron de notar la presión en los abrazos. Todo pasó deprisa, los hombres se subieron a los Jeeps y con los motores revolucionados, tras una nube de polvo, emprendieron la huida por el camino del barranco de Melics. Los chicos se miraron atónitos, asustados, doloridos, viendo como desaprecian por el monte. Miraron a lo lejos y vieron una pequeña sombra, posiblemente la del que disparó, como desaparecía, llevando en hombro, lo que parecía una escopeta. ¿Acaso los conocían?. Ade le recordaba a Nart, la  coincidencia del hombre que vieron antes de salir y la del que acaba de disparar. En tal caso, ese día ya solo podían andar tras sus huellas hasta la bicicletas y volver al pueblo.
 




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