El laboratorio de Moisés estaba dividido en dos partes: la zona de químicos, donde descansaban las cubetas, los líquidos y demás utensilios que entran en contacto con los mismos; y la zona de revelado, presidida por la ampliadora, un cronómetro y las cajas con los diferentes tipos de papel utilizados. Adoraba ese momento en que casi por arte de magia, las imágenes comenzaban a aparecer en un papel blanco sumergido en la cubeta.
- Quiero que me enseñes a que las fotografías se parezcan a las que se hacían antes - Le dijo a Moisés. Nart le explicó la idea que llevaba tiempo pensándola, ideándola. Tenía que revelar las fotos en forma de postales, cómo las que le entregó Javier con las iniciales m.s. Las metería en los sobres, los que los mismos que vecinos del pueblo depositan en el buzón, las que después recoge Javier para llevarla a Vielha. A los destinatarios les llegaran sus cartas, y una postal, real. Todos los pueblo sabrían lo que pasaba en el pueblo. Moisés preparó un negativo, unos de los último del día del puente. Dejó la caja con el resto, junto a la ampliadora, en la zona de revelado. Busco un papel fotosensible de dureza fuerte, del tamaño del doble de una postal; este serviría para cortarlo por la mitad y obtener dos postales en el proceso final. Puso el papel en la base de la ampliadora, y en el portafiltros, que reposaba bajo el objetivo, colocó un trozo de vinilo transparente, con dos líneas dibujadas con un tiralíneas y una regla. Una de las líneas intercalada, con el nombre de pueblo. En la parte inferior derecha, sin fecha, solo una inscripción; n.a, «Nart Aron» como autor de las misma.
Tras acabar unas cuantas pruebas y asegurarse que el final del proceso era el esperado, comenzaron con las fotografías que hicieron en la mina, que sin duda pasarían por postales, solo quedaba esperar que las fotografías llegaran a su destino. La luminiscencia roja de la bombilla dejó paso a la luz de la estancia, una luz amarilla de las bombillas. Para él significaba el comienzo de su designio de aventura, que pasaba, primero por colocarlas con el correo y segundo, obtener carretes. Su tío prohibió a Javier que le llevara lo que Nart le pidiera.
Su amigo, y ahora cómplice de esa artimaña, se encargaría del transporte y el material necesario para las salidas, que no era otro que Moisés.
Esa mañana, no salió de casa como siempre, esa vez era distinto. Estaba contento, iba a hacer algo por sí mismo. Salió con un sobre abultado, donde llevaba las postales con las fotografías de la mina. Cruzó la plaza de adoquines y llegó a la tienda justo cuando lo hacía Javier; él chico que traía las cartas, periódicos, pan, pasando por todos los pueblos, desde Vielha hasta Les, que era el último, antes de llegar a Francia. Esta vez, tenía que convencerlo para que le dejara añadir, una postal a cada sobre, del buzón “correos”, que recogía de vuelta a Vielha.
Acabó convenciéndolo, después de explicarle lo que pasó en la mina y lo que pensaba él del accidente del Pichas.
Javier se apresuró a abrir el buzón de correos. Dejó todas las cartas sobre el mostrador, mientras iba dejando el pedido como cada día. Recriminándole que él no quería saber, ni ver nada.
A un lado, el monto de sobres, al otro, el montón de postales. Nart puso a calentar una tetera con agua, mientras se calentaba, colocó una tela en el otro lado del mostrador. Cuando empezó a salir el vapor, con unas pinzas, cogió cada sobre y lo arrimó a la tetera, por la diferencia de temperatura de los sobres y el vapor el pegamento se derritió. Abrió un sobre, colocó una fotografía, lo volvió a cerrar y la apretó contra la tela, volviendo a quedar pegado.
Así lo hizo con todos, en no más de quince minutos ya tenía los veinte sobres, con sus veinte postales, listos para que Javier se los llevará en la bolsa de correos.