Las princesas no viajan en tren

Capitulo 7

Carmín se revolcó por el suelo de la acera, ante la mirada impávida de sus dos compañeros de trabajo y un cliente insatisfecho.

-¿Terminaste? -preguntó Ramir, cruzándose de brazos.

-¡No! ¡Mi mano duele! 

-¿Y por qué estás tirada en el suelo? -Christian la agarró de un brazo y la obligó a ponerse de pie-. ¿No ves lo enojado que está el señor?

Le hablaba como si ella fuera una niña caprichosa de tres años y él un padre intentando asustarla con la presencia de un policía malo. 

-¡Qué me importa ese viejo!

El cliente ahora estaba más satisfecho que antes y miró  a los dos hombres, boquiabierto ante la escena de aquella extraña chica de la mudanza.

-¿Por qué tienen a esta loca como empleada?

-Verá, forma parte de un programa para la reinserción de presos…

-¡Ramir! ¡Yo no soy una ex-convicta, soy una pri…!

Christian, aun agarrándola del mismo brazo, la metió dentro de la camioneta antes de que Carmin revelara su verdadera identidad. 

-¿Te volviste loca? ¡Ese tipo no nos pagará ni un centavo! Rompiste su colección de tazas de porcelana y después comenzaste ese escándalo en el suelo sólo porque te doblaste una mano! ¡Carmin, estás demente y nos vas a arruinar! ¿Quién nos va a contratar ahora?

-¡No me tutees!

-Ay dios basta con eso -Ramir se metió dentro de la camioneta, dispuesto a conducir lo más rápido posible para alejarse de ese lugar-.  ¡Carmin arruinaste todo un día de trabajo! No me quedó otra alternativa mas que decirle al tipo que no le cobramos nada, es  lo único que pude hacer porque no tengo dinero para darle por la colección que tú rompiste. Y además le prometí que te despediré del trabajo.

-¡No Ramir, no! 

Ramir encendió el vehículo y comenzó a conducir negando con la cabeza. 

-Lo siento Carmín, sé que mi novia es tu amiga y te aprecia, pero no puedo soportarte en la casa y también en el trabajo. Nos perjudicas mucho. 

-Tu novia no es mi amiga. 

Ramir no contestó, sólo apretó los dientes, con la mirada fija al frente. 

Carmín lo miró ofendida. No solo tenía que trabajar sino que también estaba siendo despedida, y todo por unos pocos accidentes. 

Christian suspiró, quitándose su gorra y revolviéndose el pelo en un gesto bastante desesperado. 

-Lo siento princesa, pero mi amigo tiene razón. Yo contaba con el dinero de hoy para pagar las cuentas de la electricidad y el gas. Y ahora no tenemos nada. 

-Yo lo pagaré, solo necesito vender mis…

-No Carmín, no. Busca otro trabajo, vende tus cosas, haz lo que quieras pero a esta camioneta no subes más. Se acabó mi paciencia.

Ramir hasta se sentía apenado, después de todo. Era la primera vez en su vida que debía despedir a alguien y dejarlo sin trabajo,  pero la verdad era que no podía estar pagándole  a alguien que rompía y se quejaba por todo. En apenas tres días, Carmín había arruinado muchas cosas y no mostraba signos de adaptarse a su nueva vida de trabajadora. Se levantaba tarde, insultaba  a todo el mundo mientras conducía, se negaba a ayudar y cuando lo hacía rompía algo o se peleaba con los clientes. 

-Esta próxima mudanza será la última y más vale que te quedes callada y quieta. Son pocas cosas así que no necesitaremos tu “ayuda” -Ramir remarcó las comillas, soltando el volante de la camioneta. 

Carmin cruzó de brazos, mirando a la calle con odio. 

Efectivamente, la mudanza era pequeña, apenas unos pocos muebles livianos y unas cajas. Desde la cabina, Carmín vio cómo Ramir y Christian charlaban con la clienta, una chica joven, rubia, con rostro de persona inteligente. Ramir solo era amable, Christian, en cambio, era demasiado evidente en su deseo de conquistarla. A la chica no parecía importarle, al contrario, estaba encantada con la atención del joven delgado pero fuerte. 

Algunas personas que pasaban por la calle y que conocían a los chicos se detuvieron para saludar, preguntar por la familia, el trabajo. Carmin notó que, por toda la ciudad, Ramir y Christian eran conocidos y muy queridos. Aquellos saludos y atenciones eran espontáneos y amistosos, algo que ella muy pocas veces experimentó. Sí, la saludaban por la calle cuando pasaba en su carruaje o en los coches oficiales, pero todo parecía artificial. Nunca le importó, era lo normal. Pero en esos tres días de trabajo, descubrió que las personas podían saludar sin banderitas en la mano ni reverencias aparatosas.

-¿Oye tu no eres la princesa Carmín? 

De pronto, la chica rubia e intelectual le cayó pésimo. Estaba mirándola por la ventanilla de la camioneta, achicando sus ojos detrás de los lentes que usaba, mirándola como quien inspecciona a un insecto antes de ponerle un pie encima. 

-¡Sí, eres ella! Chicos, ¿qué hace esta mujer en su camioneta?

Carmin quiso escapar, intentó abrir la puerta pero era tan vieja que estaba trabada. Comenzó a sacudirla, a golpearla con los pies. La chica rubia ahora estaba riéndose de eso pero sin ayudarla. Ramir y Christian se acercaron, intentaron torpemente explicar la situación y la chica dejó de ser amable y simpática con ellos para directamente echarlos. 




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