Las Promesas Que Te Hice

CUMPLEAÑOS

MONTECARLO — MÓNACO (28 DE JULIO DE 2013)

El cumpleaños número 20 del joven Jan Siegfried, debido a la gran insistencia de su amigo Leroy, había decidido celebrar en la residencia de la familia Besson, situada en la ostentosa ciudad de Montecarlo en Mónaco. Tal cual lo había mencionado Leroy, organizaría para él la mejor fiesta de cumpleaños para celebrar por todo lo alto de la ciudad.

Chicos y chicas de buena posición social y de malos hábitos formarían parte de aquel excesivo lujo y del desenfreno donde arrojarían la casa por la ventana con mucha música y todo tipo de bebidas qué harían parte de aquella celebración ante una magnífica vista del mar tirreno.

— ¡Dime ahora si no soy un genio, Siegfried! Organicé para ti la mejor fiesta de toda esta ciudad.

— Mmm… lo has hecho En verdad —Expresó sin mucho entusiasmo pues Jan Siegfried era consciente de que ese tipo de fiestas de las cuáles solía formar parte, nunca acababan bien para él— — ¡Procura no ser aguafiestas, por favor! Te sugiero que comienzas a beber una copa de modo a que te relajes y olvides cualquier tipo de paranoia sobre lo que pudiera sucederte si caes en las garras de alguna chica.

Definitivamente aquella sería la única manera en la que Siegfried lograría disfrutar de la fiesta celebrada en su nombre. Bebiendo hasta el amanecer y olvidándose del temor de tener que soportar el horrible hábito de alguna chica, de que le hablara a la mañana siguiente al despertar, sumido en la más espantosa resaca.

Era su noche y Por momentos pienso en qué no necesitaría de ninguna chica, sin embargo en aquel lugar lo que sobraban eran chicas bonitas y todas con intenciones de no pasar desapercibida ante sus ojos. En lo posible trataría de evitarlas a todas, no obstante la ley irreversible del chico acabaría siendo la misma de siempre. Olvidarse al menos por una noche de todos esos pensamientos que giraban en torno a los recuerdos de su pequeño ángel, y guardarlos bajo siete llaves dentro de un cofre imaginario albergado en su corazón.

Era una noche perfectamente imperfecta para tropezar por las lomas de todos los pecados y así lo hizo. Entre tragos descontrolados y los menesteres de su alma perdida, acabó finalmente viéndose acorralado entre la seducción de una joven.

Si era ella más bonita de la fiesta, si era la más fácil de todas, poco o nada le importaba, pues sabía que allí nunca conocería ni con la más remota esperanza, a ninguna Rosaline que asemejaran los maravillosos encantos de su adorada Ohazia, por lo tanto posterior a su embriaguez, aquella joven pasaría absolutamente desapercibida en su vida.

Hundido ya en la más profunda confusión de sus sentidos, acabó perdiendo la conciencia, perdiendo la noción del tiempo y de todo el espacio que le rodeaba.

Fue así que amaneció un mediodía sobre una cama, despojado de todos sus atuendos y cubierto apenas entre sábanas.

— ¡Finalmente despiertas, cariño! Espero no haber interrumpido tus sueños —Exclamó una voz proveniente de algún lugar— Quería esperarte para que tomáramos juntos un baño, pero no tenía idea de cuándo despertarías—

Aquella voz puedo ser de cualquier chica de las tantas que habían asistido en la noche de la fiesta, sin embargo todos los sentidos del joven Jan Siegfried estallaron al ver a Leyla salir del baño de la habitación donde él se encontraba.

Antes de dejarse arrastrar por el peor de sus impulsos, se debatió entre dos opciones. Derrumbar toda aquella residencia estallando de la ira, o levantarse de inmediato e ingresar bajo la ducha intentando vanamente que el agua y el jabón lo limpiaran del asco y de la vergüenza asimismo.

La segunda no tendría el mínimo sentido, y fue entonces que dominado por todos sus impulsos malignos y tenebrosos, se puso de pie empujando a la joven Leyla contra la pared, sujetándola del cuello.

— ¡Te lo advertí! Yo te dije que te arrepentirías si volvías a cruzarte en mi camino.

— ¡Siegfried!

— Te aborrezco Leyla. Me das mucho asco. ¿Pero sabes qué? Siento más asco de mí mismo de tan solo pensar que pude haberme acostado contigo —Prosiguió mientras continuaba estrujándole el cuello—

— No puedo respirar.

— Voy a acabar contigo. Si esa es la única manera en la que me dejarás en paz, entonces yo lo haré.

Dispuesto a cometer un crimen sin contemplaciones y sin conciencia alguna, sujetó con ambas manos el cuello de la joven Leyla y continuó estrujándolo hasta que una voz repentinamente escapó de aquella caja imaginaria guardada bajo siete llaves, en su corazón. Una voz que invadió por completo todos sus sentidos.

— ¿Azkeel? ¡Mi bello príncipe Sigfrido! Ojalá pudiera enviarte un obsequio por tu cumpleaños. ¿Sabes? Me enteré hace poco por la revista que compré en Viena, sobre el día de tu cumpleaños.

— ¡Ohazia! —Susurró soltando a la joven Leyla quién casi sin aire para respirar, acabó cayendo al suelo—

Aturdido y al borde del resquicio, se cubrió los oídos y un gran grito que estremeció todo a su alrededor, se desató de su garganta. Las ventanas y puertas de abrieron de par en par. Todos los vidrios se quebraron en pedacitos y en el cielo las nubes lloraron amargamente, dominados por los truenos.



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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