Las Promesas Que Te Hice

AFECTOS INESPERADOS

A la salida de la universidad Jan Siegfried tenía intenciones de ir raudamente hasta su casa, y de allí alistarse para ir a la hacienda “El Amanecer”. Como seguía sin coche, su amigo Leroy, se ofreció nuevamente en llevarlo hasta su casa, y él aceptó sin mucho pensar. 
Durante el trayecto, el joven Siegfried aprovechó la ocasión para agradecerle a Leroy por haberlo acercado hasta su casa aquella madrugada en la que lo habían asaltado a la salida de un club nocturno. No era algo que le había nacido hacer de manera espontánea, sin embargo lo creyó correcto y era consciente de que aquello sería del agrado de los tronos y por sobre todo de su bello ángel. 
— No creas que no me he dado cuenta. 
— ¿De qué? 
— De qué te costó darme las gracias. No tenías que hacerlo. 
— Claro que tenía que hacerlo, y ya lo hice. 
— Mmm… sé que tú habrías hecho lo mismo por mí. Aunque eso también te costaría mucho admitirlo. 
— Siempre hice cosas por ti… y ya era momento de que tú hicieras algo por mí. 
— ¿Ahora vas a echarme en cara todo lo que has hecho por mí? 
— No haré tal cosa… mejor céntrate en conducir más rápido que ya quiero llegar a mi casa. 
Cuando llegaron a la residencia Willemberg, raudamente Copito de nieve fue el primero en recibirles, y desde luego se acercó a Siegfried quién de inmediato lo cargó entre sus brazos. Muy detrás del pequeño peludo, salió la señora Esther. 
— ¿Y ese perrito? —Preguntó Leroy bastante curioso— 
— ¿Me extrañaste mucho, Copito de nieve? ¿Lo hiciste? 
El pequeño peludo, desparramando alegría y moviendo el rabito incesantemente entre los brazos del chico, no dejaba de lamerle la cara. Muy extrañado, Leroy continuaba observándolos. La señora Esther finalmente se acercó a ellos. 
— Leroy, no sabes el gusto que me da volver a verte —Exclamó y el joven la saludó con un abrazo— 
— También me da gusto volver aquí, señora Esther. ¿Cómo está? 
— ¡Muy bien! ¿Y tú? 
— Bien también. ¡Y algo sorprendido! 
Observó de nuevo a Siegfried y al perrito. 
— ¿Desde cuándo tienes un perrito? 
— Desde ayer. Copito de nieve vino hasta mí —Dijo sonriente acariciando el peludito— 
— ¿Le pusiste Copito de nieve a tu perrito? 
— No te burles tú también, Leroy. Ese es su nombre porque se parece a un copo de nieve. 
— ¡Está bien! Solo fue una pregunta —Dijo riendo levemente— 
— ¿Leroy, te quedas? 
— No, señora Esther. Solo he venido a traer a Siegfried. Sin embargo vendré con mucho gusto si me invita a almorzar o a cenar un fin de semana. 
— ¡Por supuesto que sí! Ya quedaremos en algo para el fin de semana —Repuso la amable mujer— 
Leroy se despidió de la señora Esther y de su amigo, acariciando a Copito de nieve. Se marchó y posteriormente estos ingresaron a la casa. La señora Esther le contó a su hijo qué ella misma se había encargado de llevar al pequeño peludo hasta un veterinario donde le dieron un frondoso baño y le aplicaron un par de vacunas. 
— También he pasado por la farmacia para comprar tu tónico de ducha. No quiero que tus heridas se irriten, hijo. 
El chico agradeció profundamente a su madre con un beso en la mejilla, y esta le pidió que en cuanto acabara él de ducharse, le avisara para poder curar sus heridas y colocarle las gasas. 
— De acuerdo, madre… ¡Vamos Copito de nieve! 
Rumbo al Amanecer, por primera vez en toda su vida Jan Siegfried pensó en lo horrible qué se sentía pisar a la hacienda de su abuelo, y todo a causa de aquella chica que se encontraba allí dentro, y qué no vacilaría un solo segundo en reprocharle cosas ni bien lo viera llegar. 
Debería sacarla de allí —Pensó— ¿Pero adónde la llevaría? 
El pequeño Copito de nieve, con un par de besos perrunos, asaltó sus incómodos pensamientos para recordarle de qué no todo sería malo, y que ambos tendrían momentos muy felices en el Amanecer y por sobre todo en Las Nubes. 
— ¡Es verdad Copito de nieve! Nos divertiremos mucho en la hacienda de mi abuelo. Él te agradará mucho y tú a él. ¡Ya verás! —Le dijo sonriente— 
Gerard, el chofer del señor Peter Willemberg lo había llevado hasta los viñedos de Saint Èmilion a petición de la señora Esther, y cuando llegaron finalmente, el abuelo Klaus ya aguardaba a su nieto a quién no había visto desde hacía varios días. 
— ¡Abuelo! 
— ¿Cómo estás, nieto querido? —Preguntó el abuelo abrazando a su nieto mientras el pequeño Copito de nieve se hacía sentir con un par de ladridos de emoción— 
— ¡Estoy bien, abuelo! 
— ¿Y este amiguito quién es? 
— Te presentó a Copito de nieve, abuelo. Se quedará aquí con nosotros si no te molesta la idea. 
— ¿Molestarme? ¡Para nada Siegfried! —Afirmó cargando entre sus brazos al perrito— ¿Por qué nunca se me ocurrió que podrían gustarte las mascotas? ¡Eres muy bonito Copito de nieve! ¿Sabes? Te gustará mucho vivir aquí. —Prosiguió mientras el peludito continuaba encantando al abuelo Klaus— 
Ingresaron a la casa, y en la sala Copito de nieve fue liberado para comenzar a explorar un poco más el lugar. 
— ¿Cómo has estado abuelo? 
— Mejor qué tú —contestó levantando una de las mangas de su nieto— ¿Enfermaste de nuevo y esos padres desconsiderados que tienes no me dijeron nada? 
— Fue mi decisión, abuelo. No quería preocuparte. 
— Pues no vuelvas a hacerlo ¿Me has entendido? No necesito qué tú y tus padres me oculten cosas. 
— Está bien, pero sucede siempre, abuelo y me seguirá sucediendo. No le veo sentido incomodarte cada vez que enfermo —Dijo sentándose sobre el sofá— 
Copito de nieve repentinamente comenzó a ladrar y a ladrar de manera incesante hacia uno de los pasillos de las habitaciones del fondo, y alertado, el joven Siegfried fue a ver de qué se trataba. 
— ¿Qué sucede, Copito de nieve? ¡Ven aquí! 
Al oír la orden del chico, el perrito volvió hacia él, sin embargo continuaba ladrando, y entonces lo cargó entre sus brazos. 
— ¡Era lo que me faltaba! Que el poco tiempo que tengas. Que el poco afecto que pueda caber en ese corazón podrido que te late el pecho, prefieras dárselo a un perro mugroso y no a mí que soy tu esposa. 
— ¡Tranquilo, Copito de nieve! Seguramente es la primera vez qué ves a una bruja, arpía y mentirosa —Le dijo— 
— ¿Dónde estuviste todos estos días? ¿Por quién me tomas para tenerme de este modo, Siegfried? 
— ¿De qué te quejas, Leyla? Estás viviendo aquí mucho mejor de lo que me gustaría. No haces nada porque no sabes hacer absolutamente nada más que molestar. 
— Nieto, puedes descansar si quieres y luego daremos un recorrido por las bodegas —Irrumpió el abuelo antes de marcharse para evitar la mala tentación de inmiscuirse en aquella discusión— Es tiempo de ir liberando algunas reservas y quiero que me acompañes. 
— Lo haré, abuelo. 
— Siegfried, nuestro bebé nacerá dentro de un par de meses y ni siquiera le hemos visto su primera ropita. Deberíamos ir planeando cómo será su habitación y qué nombre le pondremos. Tú ni siquiera me has acompañado a mis controles prenatales. ¿Sabes que aún no deja ver que sexo será? —Continuó tocando su vientre— 
— ¡Leyla, Leyla! —Exclamó lanzando un suspiro— Tú sigues sin entender delante de quién estás parada, ¿cierto? Tus calumnias y tus mentiras no te sirvieron de nada. Estás aquí únicamente por esas razones pues sabes de sobra que yo no te amo y que nunca te amaré, y que por esas razones poco o nada me interesa lo que tenga que ver contigo y con ese bebé que ni siquiera sé si es mío. ¿Con quién te acostaste realmente, Leyla? 
— ¡Cierra la boca! 
— Tuvo que haber sido con cualquier sujeto de aquella fiesta organizada por mi cumpleaños. Te lo digo porque dudo mucho en verdad que yo haya cometido la bajeza de acostarme contigo. 
La chica, repentinamente presa de una rabia insostenible, le propinó una bofetada al joven Siegfried a la cual él no reaccionó. Sí Copito de nieve quién volvió a ladrar incesante contra aquella agresora. 
— Ten mucho cuidado con las cosas que vuelvas a insinuar y más aún con lo que vayas a hacer porque no solo tú saldrás perjudicado sino también toda tu familia —Dijo en tono amenazante— Y más te vale que mantengas bien alejado de mí a este perro mugroso que acabas de traer. 
Posterior a todas esas palabras, Leyla retornó a su habitación, y el joven Jan Siegfried fue hasta el suyo para intentar descansar un poco. 
— No le hagas caso a esa loca, Copito de nieve. No sé cómo lo resolverán los tronos, pero ella no permanecerá aquí con nosotros para siempre. Cuando nuestro ángel pise Las Nubes, Leyla se habrá ido para siempre de nuestras vidas —Conversó el chico con el perrito qué atentamente lo observaba como si supiera entender cada palabra que Siegfried le decía. 
— ¿Extrañas a Aurorita? 
Copito de nieve lanzó un ladrido. 
— ¡Ya veo que también la recuerdas como yo! ¿La extrañas mucho? —Preguntó y el perrito volvió a ladrar— 
En esos momentos el joven Siegfried tomó un par de fotografías que guardaba de su pequeña Ohazia y se las enseñó al perrito. 
— ¡Es ella, Copito de nieve! ¡Es nuestro ángel! 
Por tercera y cuarta vez el pequeño peludo echó ladridos como si fuesen de felicidad. 
— En el cielo le pusieron el nombre de Ohazia. Ella es mi ángel guardián y la preferida de los tronos. Aquí en la tierra su nombre es Odette. La princesa más hermosa del Valle de Katz, y algún día, la reina de todo el Valle De Las Nubes. 
Luego de descansar un poco en compañía de su nuevo mejor amigo, Jan Siegfried pasó el resto de la tarde en las bodegas de reserva pertenecientes a su abuelo. Allí el señor Klaus le había solicitado ayuda para el proceso de cata. ¡Claro! Evitándole la fase 3 debido a que el chico andaba consumiendo sus medicamentos por esos días, bajo prescripción de su propio médico. 
HACIENDA EL AMANECER (FINALES DE LA TARDE) 
Peter y Esther llegaron a la hacienda para la hora de la cena. Cecil lo tenía todo a punto como siempre. Sin embargo la inesperada visita de ambos se debía más bien a una cuestión en particular, que el señor Peter Willemberg no deseaba hacer pasar un día más. 
— ¿Dónde está mi hijo? —Preguntó ingresando raudamente hasta la sala— 
— ¿Peter, hijo? Siegfried está en su habitación —Contestó extrañado el abuelo Klaus quién yacía sentado sobre el sofá de la sala en compañía de Copito de nieve— Entró a darse un baño. ¿Sucedió alguna cosa? 
— Sucedió, padre. 
— ¿Algo malo? 
El joven Siegfried se halló alertado por la voz de su padre y no tardó en salir a ver. 
— ¡Madre, padre! 
— ¡Hola, mi amor! ¿Cómo estás? ¿Cómo se encuentra en tus heridas? ¿Has utilizado el tónico de ducha que te compré? 
— Lo hice, madre y mis heridas ya casi secan. ¿Qué sucedió? Me dijiste que vendrían mañana. 
— ¡Ahí está el genio de mi hijo! 
Peter Willemberg sin más preámbulos, se acercó a su hijo para fundirlo en un fuerte, profundo y por sobre todo, inesperado abrazo. 
— No tienes idea de lo orgulloso que me siento de ti, Siegfried —Exclamó y en verdad el chico no la tenía— Me has hecho el padre más feliz del mundo —Continuó, y sus palabras se hacían difíciles de asimilar para el chico— 
Jan Siegfried, más que extrañado, observó a su madre intentando comprender. 
— ¿Padre, estás bien? 
— ¿Cómo no podría estarlo, hijo? Creo que desde hoy no podría volver a sentirme mal. ¡Ven aquí! —Le pidió dirigiéndose hasta el sofá para tomar asiento— 
— Bueno, explícame, porque fiebre no tienes —Dijo palpando la frente y las mejillas de su padre— 
— Siegfried, desde este momento te devuelvo todo. Tu coche, tu tarjeta, y los fondos para que culmines tu preciada y soñada Château. 
Siegfried volvió a observar a su madre. ¿Acaso mi padre se golpeó la cabeza, madre? 
— No me he golpeado la cabeza, hijo. ¡Bueno! Tal vez sí y fue necesario que lo hiciera para darme cuenta de lo valioso que eres, Siegfried. 
Peter Willemberg entre vestigios de ojos humedecidos volvió a abrazarlo. 
— ¿Papá, estás hablando en serio? 
— ¿Por qué hablaría de broma? 
— No lo sé. Quizás porque nunca pensé que me dirías estas cosas. 
— ¡Te amo, hijo! ¡Te amo mucho! —Le dijo besando su frente en lo que Copito de nieve bajaba del regazo del abuelo Klaus para acercarse a Siegfried— 
— Sabes que yo también te amo, padre, aunque no se note —Dijo sonriente y siempre extrañado por aquella situación— ¿También amarías a Copito de nieve? 
— Mmm... Yo amo los perritos, hijo. Tuve uno muy querido cuando era niño. ¿Cierto, padre? 
El señor Peter Willemberg cargó al pequeño peludo, y este siempre feliz, meneando el rabito, se dejó querer por el hombre. 
— ¡Cierto, hijo! Lo recuerdo. ¡Amaste mucho a pimpón! 
— ¿Lo llamaste pimpón? —Preguntó el chico, riendo— 
— ¡Oye! Tú llamaste a este, Copito de nieve. ¿Por qué te extrañas? 
— ¿Esther, qué tipo de agua bendita le has echado a mi hijo —susurró el abuelo— 
La mujer sonrío. 
— Desconozco por qué Peter está de este modo, derrochando efectos inesperados. No me lo ha contado aún, pero estoy inmensamente feliz de ver esta maravillosa escena, señor Klaus. 
— ¿Padre, si te pregunto algo no te molestas? 
— ¡Pregunta, hijo! ¿De qué se trata? 
— ¿Esto tiene algo que ver con las cuentas del balance? ¿Ya pudiste arreglar ese asunto? 
— No tiene nada que ver con las cuentas, y tampoco he tenido tiempo de arreglarlo. Si deseas saberlo, lo haré pronto y desde luego tú vas a enterarte de todo. Tomaré cartas en el asunto lo más pronto posible. 
— ¿Entonces sí me crees, padre? —Preguntó el chico bastante dubitativo de la respuesta— 
— Te creo, Siegfried. Te creo y te pido disculpas por haber dudado de ti. Entiende que esto no es ni será fácil para mí. Consideré a Rugier Guérin una persona de mucha confianza. Él trabajó cinco años para mis empresas —explicó— Además existe un problema más grave. 
— Debe tener un cómplice dentro del comité de contaduría. 
El chico le robó las palabras a su padre, y Peter Willemberg continuó viendo a su hijo ojos de orgullo. 
— Así es… y esa es la razón por la cual no puedo actuar de manera precipitada. 
Jan Siegfried por primera vez en mucho tiempo volvió a sentirse querido por su padre. Peter no era un hombre de demostrar exceso de afecto, sin embargo aquella tarde, casi cayendo la noche, sacó lo mejor de sí únicamente para el hijo que alguna vez Dios había puesto en el camino de él y su esposa, y que con tanto amor, con tanta paciencia, y con tantas adversidades habían criado lo mejor posible. 
— Cecil, pon un plato más para mí, por favor que esta noche quiero formar parte de la amena reunión familiar. 
Leyla Busquets había ingresado al comedor, no únicamente dispuesta a cenar, sino también a incomodar con sus repentinas cizañas y comentarios desacertados. Dubitativa, Cecil observó al joven Siegfried, y este queriendo evitar que se rompiera la armonía del momento con su familia, le dio señas de aprobación al ama de llaves para qué pusiera un plato más en la mesa y sirviera la cena para la chica. 
 



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Editado: 10.02.2022

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