Las Promesas Que Te Hice

HISTORIAS Y LEYENDAS

En las afueras de la plaza Edouard VII, sentados en uno de los cafés del lugar, Leroy Besson y Siena Meyer vieron salir al señor Peter Willemberg. Sorprendidos, ambos decidieron pasar desapercibidos de la vista del hombre quién había salido del interior del teatro y tomó asiento en otro café próximo al que ellos se encontraban.

A los pocos segundos vieron salir también a la señora Hada Neubauer, y quedaron aún más sorprendidos. Observaron a la mujer acercándose a Peter Willemberg, y confusos los jóvenes se miraron el uno al otro intentando comprender lo que estaba sucediendo.

— ¿Qué hace la madre de Odette junto al señor Willemberg? —preguntó Siena Meyer—

— ¿Y que estaban haciendo dentro del teatro? ¿Siegfried y Odette los habrá visto? —prosiguió también Leroy Besson a las preguntas sin respuestas—

— Todo esto es tan extraño.

— ¿A ti te parece extraño todo esto, mi amor? A veces intento comprender toda esta locura, pero siento que si lo hago me volveré loco también.

Mientras seguían observándolos, intentaban ocultarse para que no fueran vistos, Peter Willemberg y Hada Neubauer conversaron por un par de minutos antes de que ambos se levantaran del lugar y tomaran rumbos distintos

— Que vaya asociando situaciones para comprender todo, es parte del proceso por el cual debe atravesar, señor Willemberg. Lo que lamento es que no haya tiempo suficiente para qué ordene todas sus ideas. 

— ¿No hay tiempo? ¿Por qué mejor no me dice que es lo que tiene en mente hacer el demonio de su esposo? ¿Dónde se encuentra en estos momentos? ¿Qué tiene pensado hacerle a mi hijo?

Hada Neubauer, al oír esas palabras inmediatamente se puso de pie.

— Señor Willemberg... Ya le he dicho yo todo lo que debía, y no puedo hacer más que eso. Lo que vaya a ocurrir de ahora en adelante le corresponde a usted averiguarlo, y por sobre todo le corresponde a usted tomar acciones para que todo siga su curso normal. Solo espero que estas acciones sean del agrado de los tronos —dijo la mujer antes de marcharse—

Al culminar esas palabras, la señora Neubauer se alejó del lugar y Peter Willemberg permaneció en el mismo sitio.

— ¿Qué haremos ahora? —le preguntó Siena a Leroy—

— ¿Qué podríamos hacer? Todo lo que podemos hacer desde aquí es de enviarle un mensaje a Siegfried y a Odette y comentarle que sus padres estuvieron aquí. Eso sí es que no lo notaron. De todos modos Siegfried ya sabía que su padre rondaba por este sitio.

— Bueno... Envíales entonces un mensaje para que lo lean en cuanto queden libres de sus ensayos. ¿Qué te parece si volvemos al hotel? A los hijos de Gustav Dreymon les dará mucha felicidad volver a ver a Copito de nieve.

Leroy Besson, dubitativo en marcharse del lugar, observó nuevamente al señor Peter Willemberg.

— Amor, no tiene sentido que nos quedemos aquí, además si el señor Willemberg nos llega a ver, nos hará miles de preguntas. ¿Y qué cosas le diremos?

— Eso es verdad. Lo mejor será que nos vayamos... Ya luego nos volveremos a comunicar con Siegfried.

EL VALLE DE LAS NUBES - SAINZ ÈMILION (FRANCIA)

— ¿Mi amor, qué te sucede? ¿Por qué estás llorando?

— Le prometí a mi mamita que cuidaría mucho del arbolito de uvas que me obsequió y no pude. Mi arbolito morirá como mi mamita.

— ¿De qué arbolito hablas, cariño?

Esther Willemberg como todos los días acostumbraba a visitar el Valle de Las Nubes y del Amanecer. La mujer siempre tenía actividades en la ciudad de Burdeos y aquel día no fue la excepción.

Acababa de conseguirle a la señora Inés Cluzet una labor de medio tiempo en el área de cocina de la fundación en a cual la propia señora Esther Willemberg desde hacía varios años no solo era benefactora principal sino también directora del área de niños con cáncer del hospital de Burdeos vinculado a la misma fundación.

Desde su llegada junto con su nieta a Saint Èmilion, la señora Inés Cluzet había abogado por cualquier tipo de trabajo, de lo que fuera para intentar estabilizar lo más pronto posible la complicada situación por la cual atravesaban desde el fallecimiento de su hija Rosaline.

Fue así que Esther Willemberg no dudó en tenderle la mano en lo que estuviera a su alcance hasta conseguirle de ser necesario un trabajo mejor remunerado.

— ¿Cecil, de qué arbolito habla la niña? ¿Por qué está llorando así?

— ¡Quiero a mi abuelita!

— Mi pequeña Sirah, tu abuela vendrá pronto. Hoy tuvo su primer día de trabajo, y ni bien acabe si jornada, el chofer lo traerá hasta aquí.

— Es que cuando llegó con su abuela, ambos trajeron consigo un arbolito de uvas dentro de una maceta.

— ¿Arbolito de uvas? 

— Así es señora, y esta mañana la pequeña encontró el arbolito un poco decaído.

— Mi arbolito morirá como mi mamita —repitió la pequeña invadida llanto y lágrimas—

— No, mi pequeña. Eso no sucederá. Aquí en las fértiles tierras del Amanecer y de Las Nubes ningún arbolito, ninguna plantita muere. Aquí vive alguien qué papi muy bien cómo reanimar de inmediato a tu arbolito.

Esther Willemberg tomó a la pequeña entre sus brazos y le pidió a Cecil Meyer que fuera en busca de Mauries mientras ella y la niña iban a ver el lugar donde se encontraban el pequeño arbolito de uvas.

Efectivamente el mismo yacia dentro de una maceta, y contaba con unos cuantos racimos de uvas, pero tal y como lo había mencionado la pequeña Sirah, sus hojitas se veían algo decaídas.

— Oh... ¡Es un arbolito muy bonito, y… posee uvas! —exclamó Esther Willemberg— No debió ser muy fácil haberlo traído.

— Un vecino de mi abuelita, se ofreció en traernos hasta aquí en su vieja camioneta. No podíamos dejarlo solito en la casa. Mi mamita se habría puesto muy triste en el cielo.

— Pues tú pequeña arbolito estará muy bien cuidado en este lugar, mi amor. Ya no llores.

— ¿Señora en qué puedo ayudarla? —irrumpió el experimentado capataz Mauries—



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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