Las Promesas Que Te Hice

LA ÚLTIMA SORPRESA

SAINT ÈMILION - FRANCIA (EL VALLE DE LAS NUBES)

— Quiero agradecerle señora Willemberg por haberme tendido las manos cuando más lo necesitaba. Al llegar aquí, debo decir que sentí un poco de temor, y más aún por mi pequeña Sirah pues desconocía el modo en el que nos recibirían aquí. Ahora qué me he puesto a trabajar créame que pronto ya no seremos una molestia.

— Por favor no diga eso señora Cluzet. Ni usted ni mucho menos la niña son una molestia. No debe preocuparse por nada que mientras usted se estabiliza podrá permanecer en este lugar el tiempo que sea necesario.

— ¿Y su hijo que opinará al respecto? No me preocupo en absoluto por mí. Me preocupa mi nieta y el modo en el que pueda reaccionar su hijo al saber sobre ella.

— Mi hijo no es una persona inescrupulosa. Jamás haría cosa alguna que lastimara a la pequeña Sirah. Además, me consta que Siegfried apreció mucho a su hija Rosaline. Él sentirá mucho pesar cuando sepa lo que sucedió con ella.

— ¿Aún no sabe cuándo regresa él?

— Lo desconozco en absoluto, pero prometió volver antes de la vendimia. Señora Cluzet, sé que no le he conseguido el trabajo más remunerable. Será solo momentáneamente hasta que encontremos algo mejor. La fundación se solventa gracias a benefactores y padrinos. No le conseguí un puesto en el hospital del área de niños porque no me pareció prudente. Todos los niños que llegan allí padecen de cáncer y… es muy duro.

La señora Inés Cluzet quedó acongojada de tan solo oírlo y pensar en ello.

— No sé preocupe. Valoro mucho esta oportunidad. Yo necesito trabajar y me siento muy contenta de poder hacerlo.

— Este fin de semana quisiera llevar a Sirah a conocer la casa de Burdeos. Usted vendrá con nosotros desde luego. ¿Qué dice? Siempre voy para que la casa no se vea tan abandonada. Allá solo somos mi marido y yo, y ahora él ni siquiera esta.

— ¡Claro que sí! ¡Gracias por la invitación! ¡Mi nieta adora los paseos!

— ¡Excelente! Este paseo le gustará mucho entonces.

PARÍS - FRANCIA

Quedaban tan solo un par de días para la presentación de Romeo y Julieta. Los bellos momentos en la mágica ciudad del amor iban llegando a su fin, sin embargo, Siegfried y Odette sentían que aún había muchos lugares por conocer.

— En esta ocasión no podré llevarte a todos los sitios que deseo enseñarte, mi ángel, pero te prometo que volveremos las veces que tú lo desees.

— ¿Podemos volver en invierno?

— Podemos —contestó rodeándola entre sus brazos—

Aquel penúltimo día de recorridos, pudieron visitar el Musée du Louvre dónde la princesa Odette tuvo a su propio guía de artes a su entera disposición.

— Sabes tanto, amor mío. ¿Acaso estudiaste artes en la universidad? —preguntó ella y Jan Siegfried rio—

— Yo ni siquiera hubiese ido a la universidad, mi reina. No en esta vida, pero mi padre me obligó a hacerlo y nada tuvo que ver con artes. Tuve que seguir una carrera para aprender a manejar las empresas de mi padre. Me recibí y qué crees que sucedió?

— ¿Qué sucedió?

— Le cayó encima un hijo empresario a quien sí le interesan todos los asuntos que tengan que ver empresas y negocios. Gustav Dreymon es dueño de incontables empresas. ¡Un gran empresario!

— Ah... ah...

— Siento que perdí gran parte de mi tiempo yendo a la universidad en lugar de dedicárselo más a mis viñedos.

— No has perdido tu tiempo. Además, yo te ayudaré a cuidar de tus viñedos, bello príncipe. Cuando era pequeña mi papá siempre me dejaba participar de la vendimia —dijo repentinamente entristecida recordando al padre que alguna vez tuvo, muy distinto al ser en el cual se había convertido—

Odette abrazó a Siegfried con todas sus fuerzas sin decir más palabras.

— ¡Oye, no te pongas triste! ¿Sabes? Antes de nuestra obra tengo una última sorpresa para ti.

— ¿Una más?

— Una más, y es la mejor de todas —le contestó, y a Odette prontamente volvió a cambiarle el semblante—

En horas de la noche ambos jóvenes habían visitado el hotel donde se hospedaban su hermano y sus amigos. Habían ido a buscar a Copito de nieve que una vez más había quedado en compañía de Siena y Leroy, y jugando con los hijos de Gustav Dreymon.

— ¡Siegfried! Hasta que finalmente volvemos a vernos. ¿Cómo te sientes luego de la tormenta de sermones de tu padre?

— También es tu padre... ¿Cómo es posible que un día te hayas presentado en una reunión anunciando estrepitosamente que eras hijo de Peter Willemberg, en cambio, ahora te la pasas negándolo?

— Es que aún no logro comprender que tenía yo en la cabeza cuando hice tal cosa. ¿Y... vas a decirme como te fue?

— Él aún no ha aparecido.

— ¿Qué dices?

— No he visto aún a mi padre —dijo Siegfried pensando seriamente en que aquello ya no era normal—

Pensativo, a Gustav Dreymon también aquello le resultó extraño, sin embargo, no emitió palabra al respecto y simplemente dejó que Siegfried dijera alguna cosa.

El caso fue que tampoco él dijo nada e igual de pensativo intentaba comprender por qué su padre había estado siguiéndolo sin dar la cara.

— ¿No se atrevería a ocasionar un escándalo en pleno Palais Garnier durante la obra —pensó agitando la cabeza—

Otra situación extraña y que no dejaba de preocupar al joven Siegfried era sin duda que Rudolf Neubauer tampoco había dado señales. Su maligna presencia ni siquiera se sentía en mínimas proporciones rondándolos en París. Comenzaba a preguntarse que traía entre manos. Nada bueno desde luego. ¿Pero qué?

— Necesito pedirte un último favor.

— ¿En verdad es el último?

— Lo es... ¿Podrás?

— Depende de lo que sea esta vez. Los favores que me pides son muy descabellados, Jan Siegfried.

En la terraza del hotel, degustando como siempre de un buen aperitivo, Gustav Dreymon yacía sentado sobre un sofá y desde allí le preguntó a su hermano de qué se trataba.

— Te escucho…



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En el texto hay: fantasia, angeles, promesas

Editado: 10.02.2022

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