Sarah tenía que ir al pueblo.
La comida estaba escaseando y necesitaban más para poder soportar el invierno.
Sarah tomó su bolsa de compras y unos cuantos billetes que había obtenido haciendo bordados para algunas señoras del pueblo.
— Volveré en la noche— le dijo a Orne antes de irse — recuerda trancar la puerta, y por nada en el mundo salgas.
Orne asintió y le dió un beso en la mejilla a modo de despedida.
Al salir Sarah, la chica de cabellos dorados tomó un pedazo de madera cercano para usarlo como cuña y así trancar la puerta. Lo hizo justo a tiempo, ya que una criatura la observaba desde fuera de la casa.
Orne sabía de la existencia de aquel ser, en varias ocasiones se lo había encontrado mientras exploraba las casas más viejas del lugar. Era grande— más que ella — , con pelaje negro, ojos oscuros y contaba con un gran gruñido.
Si hubiera vivido en el pueblo de Orange hubiera sabido qué era aquel ser inmediatamente, pero no.
Orne se dispuso a limpiar un poco su casa.
Tomó la escoba que guardaba en uno de los cuartos y se dispuso a hacer sus quehaceres. Al ir limpiando notó un brillo en una de las esquinas de la habitación y con cautela se acercó a este punto.
Era un trozo de cristal púrpura que resplandecía por el brillo del sol. Orne lo tomó con cuidado de no romperlo y lo envolvió en un retazo de tela, dejó la escoba en algún lugar de la habitación y fue corriendo hacia su alcoba.
Al llegar, cientos de puntitos de diferentes colores le dieron en la cara, se debía a un viejo candelabro que colgaba arriba en el techo, el cual ella había decorado con vidrios de diferentes colores, y aquel vidrio roto de color púrpura sería perfecto para su colección.
Editado: 06.02.2021